Hay una palabra en boca de todos en el mundo político y de los think tanks de Berlín en estos momentos: Zeitenwende. El canciller alemán, Olaf Scholz, utilizó el término, que significa “punto de inflexión en la historia” o “cambio de era” en su extraordinario discurso ante el Bundestag el 27 de febrero de este año, tres días después de que el presidente ruso, Vladímir Putin, comenzara la invasión de Ucrania, en teoría una Blitzkrieg que ha terminado convertida en una guerra de aniquilación contra los civiles ucranianos.
“La guerra de Putin marca un punto de inflexión”, dijo el canciller, “y eso va también para nuestra política exterior”.
Sin embargo, un mes después las dudas han vuelto –y no solo para este columnista– sobre hasta dónde llegará realmente el Zeitenwende de Alemania y qué consecuencias tendrá. Ciertamente, declarar un giro histórico es mucho más fácil que ponerlo en práctica en toda su complejidad y polifacetismo. No hay un solo interruptor que pueda conseguir, de la noche a la mañana, que el país se desprenda de su instinto de “protegernos y mantenernos al margen”.
Hasta ahora, Berlín ha preferido mantenerse en “modo paz” en lugar de pasar a “modo guerra”. Puede que Putin haya declarado la guerra a la democracia liberal y a “Occidente” hace años y que ahora la esté llevando a cabo en Ucrania de forma inimaginablemente brutal, pero muchos alemanes siguen negándose a aceptar que el presidente de Rusia, que está haciendo avanzar a su país cada vez más por la senda totalitaria, se refiera realmente a ellos también. ¿Llevar la lucha al enemigo? Bueno, hasta cierto punto. El gobierno de Scholz sigue prefiriendo pecar de precavido.
Jugando a la política, otra vez
Las dudas empiezan a surgir, por ejemplo, cuando se trata del anuncio más destacado del discurso de Scholz, el aumento del gasto en defensa que su gobierno –formado por los socialdemócratas (SPD), los verdes y los demócratas libres (FDP), afines a las empresas– se ha comprometido a realizar. Alemania cumplirá y superará el objetivo de la OTAN de gastar el 2% del PIB en defensa, prometió Scholz, lo que supondría unos presupuestos de defensa de más de 70.000 millones de euros anuales, un aumento de más del 40%. Sin embargo, los planes presupuestarios que el ministro de Finanzas y líder del FDP, Christian Lindner, presentó en marzo solo prevén un aumento de aproximadamente el 7%, hasta algo menos de 50.000 millones de euros.
El resto se supone que procederá de un Sondervermögen Bundeswehr, un fondo especial de 100.000 millones de euros que se utilizará para “completar” el gasto y que se consagrará en la Constitución para equilibrarlo con otro requisito constitucional, el llamado “freno de la deuda”, que está previsto que vuelva a aplicarse el año que viene tras una pausa debido a la pandemia de Covid-19, y que pone un tope a la nueva deuda del 0,35% del PIB.
«El gasto extra en defensa se consagrará en la Constitución para equilibrarlo con otro requisito constitucional, el llamado ‘freno de la deuda’, que está previsto que vuelva a aplicarse el año que viene tras una pausa debido a la pandemia de Covid-19»
Para el Sondervermögen, Scholz necesita a los democristianos de la oposición (CDU/CSU). Su nuevo líder, Friedrich Merz, que había prometido un papel constructivo a la hora de abordar la guerra de Putin, anunció recientemente que el apoyo del centro-derecha sería matizado. Una de sus condiciones: solo permitiría que un número exacto de sus diputados vote con el gobierno para lograr una mayoría de dos tercios y conseguir el cambio constitucional.
Se trata de una oferta envenenada, ya que es probable que haya un par de parlamentarios de izquierda del SPD y de los Verdes descontentos con la enorme inversión en las fuerzas armadas alemanas. Ante la oportunidad de actuar como un hombre de Estado y en pro del interés nacional, Merz ha optado por jugar a la política provinciana en beneficio del partido. Es un movimiento extraño para alguien que todavía espera ser algo más que una figura transitoria.
¿Subiendo el listón?
Jugar a la política con la Bundeswehr es un viejo hábito que parece difícil de romper y que habla del entusiasmo intacto de Alemania por andar en círculos. Y es solo un indicio de que la Zeitenwende puede resultar difícil. Otro es la forma en que el gobierno de Scholz ha abordado la guerra de Putin en Ucrania. Sí, Berlín está entregando armas, pero su valor estimado de 37 millones de euros es apenas una fracción de los 220 millones de euros que ha enviado Estonia –1,3 millones de habitantes, frente a los 83 millones de Alemania– y solo una décima parte de la ayuda militar estadounidense.
Berlín, sabiamente, se mantiene en silencio sobre la forma exacta de la ayuda militar que proporciona a Kiev, pero las historias que han surgido durante las últimas cuatro semanas hablan de depósitos de armas de la Bundeswehr supuestamente vacíos y de un debate interministerial sobre quién debería liderar la ayuda a las fuerzas armadas ucranianas para conseguir lo que necesitan. La impresión es que Alemania aún está lejos de haber elevado su nivel de exigencia.
«En la cuestión energética, el foco de atención en Berlín sigue estando en un “¿Cómo nos afecta (económicamente)?” en lugar de en un “¿Cómo detenemos la guerra?” más estratégico y menos egocéntrico»
Lo mismo ocurre con las sanciones energéticas contra Rusia, que EEUU ha promulgado en parte –sobre el petróleo–, los países bálticos, Polonia y otros Estados miembros de la Unión Europea han exigido, y Alemania, junto con Italia, Hungría y otros, se han resistido ferozmente –sobre la dependencia energética de Alemania con respecto a Rusia, véase la columna de mi colega Noah Gordon–, a pesar de que varios políticos alemanes de alto nivel y grupos de reflexión han apelado enérgicamente al gobierno para que reconsidere su decisión y varios economistas alemanes han argumentado que sería posible sortear el retroceso económico.
Aunque las hipérboles de algunos miembros del gobierno que argumentan en contra de un embargo siempre son falsas –la ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, explicó que “las luces se apagarían” en Alemania si el país se quedara sin gas ruso–, los contraargumentos del gobierno tienen cierto mérito: Europa podría entrar en recesión, los precios de la energía se dispararían aún más y compensarían a Putin por sus pérdidas.
Pero aunque Berlín es sincero en su empeño por desprenderse de la dependencia energética de Rusia –el ministro de Economía y Clima, Robert Habeck, anunció que las importaciones de petróleo y carbón terminarían a finales de este año, y las de gas a mediados de 2024–, parece que el foco de atención sigue estando en un “¿Cómo nos afecta (económicamente)?” en lugar de en un “¿Cómo detenemos la guerra?” más estratégico y menos egocéntrico. En este y en la mayoría de los casos, Berlín se conforma con mantenerse al margen, “gestionando” la situación en lugar de intentar darle forma.
¿La Europa que no termina de arrancar?
Esto no presagia nada bueno para lo que se suponía que era una prometedora “ventana de oportunidad” para tomar medidas audaces que mejoren la “soberanía europea” –el objetivo declarado del gobierno de Scholz– después de las elecciones presidenciales francesas de abril, que el actual presidente, Emmanuel Macron, está bien posicionado para ganar. Todavía se debate cuándo se abrirá realmente esta ventana, ya que Macron deberá ganar también las elecciones parlamentarias de junio. Pero a principios de otoño, la UE podría encontrarse más unida que nunca por la guerra de Putin y, con gobiernos muy afines tanto en París como en Berlín, podría optar por avanzar con valentía.
Pero, ¿han llegado ya los alemanes ahí? Mientras se hablaba mucho de que los Verdes tenían acaparada la política europea, Habeck prosiguió con su búsqueda de la independencia energética de Rusia sobre todo como un empeño nacional; la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que propuso hace unas semanas una unión del gas mediante su compra colectiva –como hizo Europa con las vacunas del Covid-19–, ha recibido poca atención hasta ahora por parte de Alemania, lo que resulta irónico si se tiene en cuenta que el empeño nacional de Berlín por velar por su seguridad energética durante las dos últimas décadas ha fracasado de forma tan espectacular. Baerbock también parecía centrado en el objetivo de formular la tan cacareada estrategia de seguridad nacional de Alemania, y las ideas sobre cómo hacer avanzar la UE en términos prácticos eran más bien una cuestión de segundo orden.
«En lo que respecta a la comunalización de nueva deuda europea o la emisión de eurobonos, el SPD y el gobierno de Scholz en su conjunto están lejos de tener una opinión, y mucho menos una estrategia»
Esto puede resultar un poco injusto para un gobierno que apenas lleva 100 días en el cargo. Pero en cuestiones clave no parece que el gobierno de Scholz esté pensando siquiera en poner todos los motores en “marcha”. Es probable que llegue una reforma de las normas fiscales europeas, pero no irá más allá de una aceptación de las realidades actuales. Permitir que la UE, después del “único” –así lo dice el acuerdo de coalición de Alemania, por insistencia del FDP– fondo de recuperación de la UE por la pandemia de Covid-19, vuelva a pedir prestado colectivamente en los mercados internacionales para un “fondo de resiliencia” propuesto por Francia es considerado factible por algunos en el SPD, pero no será fácil.
“No solo tendremos que convencer al FDP, también a los holandeses, austriacos, finlandeses, daneses, etcétera”, dice el portavoz de asuntos europeos del SPD, Christian Petry. Petry cree que hay una mayoría dentro del SPD para convertir la comunalización de la nueva deuda europea –o la emisión de eurobonos– en un instrumento permanente de la UE. Otros están menos seguros. Sin embargo, en la actualidad, el SPD y el gobierno de Scholz en su conjunto están claramente lejos de tener una opinión, y mucho menos una estrategia.
Algunos pasos de integración llegarán casi por defecto. La Brújula Estratégica de la UE, lanzada el 21 de marzo, tiene una serie de objetivos incorporados, como la creación de una fuerza de intervención de 5.000 efectivos para 2024, cuyo núcleo ha prometido aportar Alemania. También es evidente la necesidad de situar a los países de los Balcanes Occidentales, sometidos a continuos esfuerzos de desestabilización por parte de Rusia, así como a Ucrania, en una clara “vía de adhesión”.
En resumen, enfrentarse a la Rusia de Putin para hacer que cese su violento intento de subyugar a un vecino y destruir el orden europeo posterior a la guerra fría, así como fortalecer a la UE, requerirá una mentalidad de Zeitenwende completamente nueva. Un mes después de iniciada la nueva era, está claro que los líderes políticos de Alemania, y el país en general, tienen que pisar el acelerador para asegurarse de que esta se convierta en un giro completo y no en un movimiento evasivo.
Versión en inglés en la web del Internationale Politik Quarterly (IPQ).