Irak se encuentra al borde del precipicio. La caída de Mosul ha asestado un golpe demoledor tanto al gobierno de Nuri al-Maliki como a la política exterior de Barack Obama. Fue desde Mosul, la segunda ciudad más grande de Irak, donde David Petraeus forjó una alianza entre tribus iraquíes y tropas americanas, derrotando a Al Qaeda en Irak a lo largo de 2007. Es en esta misma ciudad donde las fuerzas del Estado Islámico de Irak y del Levante (EIIL, ISIS por sus siglas en inglés) acaban de expulsar al ejército iraquí en una derrota sin precedentes.
La importancia del evento sería difícil de exagerar. Íñigo Sáenz de Ugarte lo describe como “un triunfo rotundo de los yihadistas en Irak”, mientras que Michael Knights anuncia que la tercera guerra de Irak ha comenzado. De ser así, será una guerra breve. Mosul, 400 kilómetros al norte de Bagdad, cayó entre el 6 y el 9 de junio. El 11 le siguió Tikrit, ciudad natal de Sadam Hussein. Con los rebeldes a 90 kilómetros de Bagdad, el futuro del país entero está en el aire.
En realidad, la «tercera guerra de Irak» empezó en cuanto terminó la segunda. No es difícil ver en la catástrofe actual secuelas de la desastrosa invasión estadounidense de 2003. Al Qaeda en Irak surgió precisamente como reacción a la ocupación americana. El EIIL es su heredero, aunque se distingue por dos diferencias de peso. La primera es su grado de extremismo, tan elevado que genera adversión entre otros yihadistas. Al Qaeda rompió con el ISIS hace medio año, principalmente por su comportamiento agresivo contra grupos yihadistas más moderados (valga el oxímoron).
La segunda diferencia es de orden táctico. “Al Qaeda en Irak en realidad no combatía contra los americanos”, observa Douglas Ollivant, de la New America Foundation. “Eran secuestradores y fabricantes de bombas estupendos, pero en un tiroteo probablemente morirían, porque no eran buena infantería”. Pero la insurgencia ha cambiado. Las estimaciones de la fuerza del ISIS oscilan entre los 3.000 y los 10.000 milicianos, pero la mayoría están curtidos en la guerra civil siria. Aunque en la toma de Mosul solo participaron entre 400 y 800, la capacidad de ganar un enfrentamiento directo contra el ejército señala hasta qué punto han aumentado las capacidades de la insurgencia.
También indica la enorme debilidad del Estado iraquí y el gobierno de al-Maliki, reelegido hace apenas un mes. Las fuerzas de seguridad, que no habían recibido su paga en meses, abandonaron Mosul apedreadas por unos residentes que las detestaban. El ejército tardará meses en montar un contraataque y los suburbios de Bagdad, convertidos en otro foco de insurgencia, entorpecerán su marcha hacia el norte. Mientras tanto, el EIIL consolida su posición. Con el control de la mayoría de las refinerías del país, la central eléctrica de Baiyi, y tal vez más de 400 millones de dólares del banco central de Mosul, los recursos de la insurgencia parecen infinitamente superiores.
El avance del EIIL en la región es devastador. En Siria, los yihadistas se han hecho con zonas del norte del país, donde han priorizado la consolidación de su futuro “Estado” –un emirato que se extendería desde Líbano a la frontera con Irán– sobre la lucha contra los Asad. El régimen, tal vez como muestra de agradecimiento, centra sus bombardeos sobre otras facciones rebeldes. En los territorios que controla el EIIL se aplica la versión más extremista de la ley sharia. Amputaciones y lapidaciones se convierten en el pan de cada día. Su victoria en Mosul ya ha provocado una oleada de 500.000 refugiados.
Es posible que el extremismo del EIIL se vuelva contra el grupo. En Siria se la tensión con las facciones insurgentes kurdas es cada día mayor. En Irak, las peshmergas, milicias kurdas, son de las pocas fuerzas armadas capaces de operar con eficacia. Con la insurgencia a las puertas del Kurdistán iraquí, no es descartable que intervengan para auxiliar al gobierno de Bagdad. Por el momento, y ante el vacío de poder que ha generado la retirada del ejército, las peshmergas se han hecho con el control de Kirkuk, 150 kilómetros al sureste de Mosul.
El descenso de Irak al caos también genera críticas respecto a la política exterior de Obama. El presidente rechazó armar a la resistencia moderada en Siria, lo que la hubiese convertido en un contrapeso tanto del régimen de Asad como del ISIS. Hasta hace poco se preciaba de haber logrado la retirada americana de Irak; pero el New York Times ha revelado que Obama, en su aversión a implicarse más en el país, negó a al-Maliki la cobertura aérea que solicitó hace meses. Con el país a punto de sucumbir frente al EIIL, el presidente ha rectificado su decisión y reconsiderado la posibilidad de realizar ataques aéreos. Se da la enorme ironía de que, de momento, Bagdad sobrevive gracias al despliegue de dos batallones de élite del principal enemigo regional de EE UU: Irán. Si la crispación que se ha apropiado de Washington en los últimos años sirve como referencia, el Partido Republicano no dudará en usar el incidente como un arma arrojadiza contra el gobierno.