No está claro si la huida –según AP, pues Al Arabiya sostiene que sigue en el país– de Abd Rabbuh Mansur al-Hadi abre o cierra un capítulo en la historia de Yemen. Desaparecido el presidente, que permanecía atrincherado en el puerto de Adén desde febrero, los rebeldes huzíes, apoyados por las fuerzas del expresidente Ali Abdalá Saleh, amenazan con consolidar su poder. Pero aún se enfrentan a tribus suníes aliadas con Al Qaeda en la Península Arábica (AQAP) y Ansar al-Sharia, su filial en Yemen. Y, peores noticias para ellos, a una coalición militar árabe de diez países liderada por Arabia Saudí, cuyos aviones de guerra ya han empezado a bombardear posiciones huzíes. El país deja así de estar al borde de la guerra civil para sumergirse de lleno en ella, además de convertirse en una nueva guerra subsidiaria, el enésimo campo de batalla entre los saudíes e Irán.
Para entender la situación de Yemen es necesario remontarse a 2011. En plena primavera árabe, Estados Unidos y la ONU apoyaron una transición fallida, en la que Saleh, que gobernaba desde 1990, se limitó a traspasar el poder a su número dos, Hadi. La exclusión de los huzíes, una secta chií enfrentada con el ejército desde 2004, se prolongó durante el gobierno de Hadi. La miseria (el 54% del país vive bajo el umbral de la pobreza y un 45% de los yemeníes sufren malnutrición), unida a la corrupción del gobierno (puesto 167 de 177 en el ranking de Transparency International), allanó el camino a los rebeldes. En septiembre, los huzíes se hacían con el control de la capital, Saná, con el objetivo de forzar su participación en un proceso constituyente. Tras ser obligado a dimitir el 22 de febrero, Hadi se refugiaba en Adén.
Los huzíes están luchando por el control de este puerto. Pero en su marcha hacia el sur, los rebeldes han logrado unificar a parte del país en su contra. Las tribus suníes alrededor de Marib se han aliado para combatir a los huzíes, a los que ven como marionetas de Teherán. AQAP, considerada la franquicia más peligrosa de Al Qaeda –se le atribuyen los atentados realizados contra la revista satírica Charlie Hebdo–, también ha visto sus filas crecer gracias a la creciente hostilidad entre suníes y chiíes en Yemen.
Patio trasero saudí
Aunque carece de un historial de violencia religiosa, Yemen se ha convertido en un nuevo campo de batalla entre Arabia Saudí e Irán. La Provincia Oriental de Arabia Saudí, limítrofe con Yemen, contiene la mayoría del petróleo del país, además de una población mayoritariamente chií, discriminada por Riad. El reino intervino militarmente en Yemen en 2009, y en Bahréin durante la primavera árabe. Arabia Saudí había congelado los 4.000 millones de dólares de ayuda económica que prometió al régimen de Hadi, pero ahora acude en su ayuda con bombardeos y el despliegue de 150.000 soldados. Antes de huir, el presidente yemení exigió al Consejo de Seguridad y al Consejo de Cooperación del Golfo que interviniesen para frenar el avance de los huzíes.
Teherán y Washington –que presta apoyo logístico y de inteligencia a la coalición militar árabe– también siguen la crisis con atención. La influencia de Irán en Yemen es limitada, y está destinada a causar incordios a Arabia Saudí en su retaguardia. EE UU ya ha perdido millones de dólares en ayuda militar y retirado a 100 miembros de sus fuerzas especiales de Yemen, eliminando la presencia militar que le permitía llevar a cabo ataques contra islamistas en el pasado. El régimen de Hadi colaboró con los bombardeos de drones estadounidenses, que desde 2002 han matado a más de 1.000 yemeníes. Aunque la caída de un aliado regional no es bienvenida en Washington, combatir a los huzíes no parece tampoco una opción ideal. La prioridad actual, tanto para Irán como para EE UU, es negociar un tratado nuclear. Y el apoyo de Teherán en la guerra contra el Estado Islámico es demasiado importante como para que Washington lo sacrifique apoyando abiertamente a Hadi.