Yarmouk: el último círculo del infierno sirio

 |  9 de abril de 2015

Este campo de refugiados a las afueras de Damasco (Siria) se estableció en 1957 con la población palestina que huyó de la guerra de 1948. Con el tiempo, pasó a ser un suburbio más de la capital siria, con hospitales, restaurantes, escuelas, mezquitas y una de las tasas de alfabetización más elevadas del mundo árabe, hogar de la comunidad palestina más numerosa del país. Tras el estallido de la guerra civil, Yarmouk se ha convertido en el noveno y último círculo del infierno sirio.

Sitiado desde 2013 por las tropas del régimen de Bachar el Asad, su población se ha reducido de 160.000 a 18.000 habitantes. Tras la entrada en escena del Estado Islámico y el Frente Al Nusra (la franquicia local de Al Qaeda) el 1 de abril, otras 2.000 personas han abandonado el campo. Las milicias palestinas y soldados del Ejército Sirio Libre que defendían el campo se enfrentan ahora a dos terribles enemigos. De hecho, por primera vez se enfrentan abiertamente en Siria palestinos y el Estado Islámico, que corre el riesgo de alienar a buena parte de sus combatientes y a quienes les apoyan en el mundo suní, defensor de la causa palestina.

En este reportaje de Al Jazeera se preguntan: ¿quién puede salvar Yarmouk? Benjamin Decker, del Levantine Group, habla de pactos tácitos entre El Asad y el Estado Islámico, sobre todo en relación al transporte de mercancías y la compra de petróleo en el mercado negro. Esta alianza implícita explicaría en parte cómo estos grupos yihadistas pudieron acceder a un campo que llevaba completamente sitiado por el ejército sirio más de dos años.

 

 

Durante 2014, la Agencia de Naciones Unidas para los refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA) solo pudo distribuir ayuda 131 días, lo que se tradujo en unos 32.000 paquetes de alimentos. “Esto equivale a 400 calorías por habitante y día, drásticamente por debajo de la cantidad diaria necesaria recomendada por el Programa Mundial de Alimentos de 2.100 calorías para civiles en zonas de crisis”, explica Raquel Martí, directora ejecutiva de UNRWA España. Desde el estallido de la lucha el 1 de abril, la agencia no ha podido llevar a cabo ninguna operación humanitaria en el interior de Yarmouk.

Mientras tanto, el principio del fin de la contienda no se vislumbra. Como explica Ignacio Álvarez-Ossorio en el último número de Política Exterior, en el último año la repartición de fuerzas en el interior de Siria ha experimentado drásticos cambios. El Estado Islámico controla el 30% del territorio, mientras que el resto de fuerzas rebeldes se reparte otro 20%, sobre todo el Frente Al Nusra y, en menor medida, el Frente Islámico, las Unidades de Protección Kurdas y el Ejército Sirio Libre. El régimen de El Asad sigue manteniendo el control sobre la mitad del país y sobre dos terceras partes de la población, quedando la parte restante en las zonas dominadas por la oposición (Idlib, Alepo, Guta, Deraa y Quneitra donde vivirían entre tres y seis millones de personas) o los kurdos (entre uno y dos millones, distribuidos en Yazira, Afrín y Kobane).

Los bombardeos de la coalición internacional han obtenido, por el momento, logros limitados. La caída de Yarmouk prueba que el Estado Islámico sigue siendo una fuerza formidable y que El Asad está dispuesto a tolerar y aprovechar su auge, pues así mata dos pájaros de un tiro: debilita a la oposición y consigue poner a la comunidad internacional de su lado, presentándose como un mal menor frente al yihadismo. A los habitantes de Yarmouk les toca pagar el pato.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *