El sábado 2 de mayo su familia comunicaba, dos días después de morir, la desaparición de William Pfaff. Infarto cardíaco 48 horas después de una caída.
Trasladado a Paris, Pfaff fue desde los años 1970 columnista y escritor de artículos, 19 de ellos, 3.600 palabras, en Política Exterior, hasta el número último, marzo 2015, El Mundo Islámico. Su sinopsis decía: “Unidos por el Corán y la lengua árabe, la civilización islámica vive una interminable crisis política y religiosa. Resolverla está en manos de los países musulmanes. La intervención externa sólo ha servido para frustrar cualquier intento de solución interna”.
Pfaff se instaló en Paris en 1971. Se hizo medio parisino pero no renunció a su raíz, Iowa, US. La American Academy of Diplomacy le había nombrado decano de los analistas y columnistas americanos. Pfaff se distinguía por su capacidad de documentación. Entre el 60 y 70% de su tiempo, nos explicó, se dedicaba a averiguar y establecer hechos. Otro 20% a pasear por París, sobre todo parque Monceau. Y el 20% más verdadero a su mujer, Carolyn, y a su inteligente, si bien lejano hijo, Nicholas.
Pfaff fue, digámoslo otra vez, un columnista y un escritor. Repetimos, en El Mundo Islámico, obra póstuma si se nos permite, explicaba las razones de la caída del Imperio Otomano para desembocar en las consecuencias, pasados más de 100 años, de la desaparición del muro de Berlín. El islam –¿cómo iba a ser de otro modo?– no ha cesado de evolucionar en estos cien años. Para muchos, no hacia su modernización.
Y era crítico con América porque, perdonen la machacona frase, amaba a América. Deja ocho volúmenes, cinco de ellos más que necesarios. En 2010, en The Irony of Manifest Destiny, 167, escribía: «La energía de los hidrocarburos –Arabia Saudí, Qatar, Emiratos– no es el primer interés comprometido para Estados Unidos. Es la guerra contra el terror, en una era en la que se privatizan muchas funciones gubernamentales, guerra no poco aprovechable por grandes compañías americanas». Se refería, entre otras, a Northrop Grumman, Boeing, General Dynamics y más aludidas por el presidente Eisenhower, al hablar en 1960 de la relación peligrosa entre Washington y los gigantes privados. Al último almuerzo en su club, modesto pero de emulable cocina, Campos Elíseos, durante 100 minutos nos esforzamos su mujer, Carolyn y el autor de esta nota, para interrumpirle casi sin cesar.
William Pfaff era un infatigable investigador y escritor cuya muerte corta una colaboración más que útil a algunas publicaciones: The New York Times, New Yorker, New York Review Books, Foreign Affairs, Política Exterior… No juzgaremos aquí su tendencia, inexistente: existían las tendencias de Pfaff, distintas entre sí. Pero por encima de ellas su autor convivió con una doble idea: documentación al averiguar e independencia al exponer. No es mal balance para alguien, créannos, malogrado después de los 80 años.