Richard von Weizsäcker murió el 31 de enero a los 94 años. El sexto jefe de Estado de la República Federal fue probablemente el presidente más importante de Alemania. El primero en ocupar el cargo en la Alemania reunificada, en 1990, lo hizo defendiendo la integración europea. Afirmó con rotundidad que “este paso es parte del proceso histórico europeo cuya finalidad es la libertad de los pueblos y el nuevo orden de paz en nuestro continente: a ello está consagrada nuestra unidad”.
Su objetivo era ser el “presidente de todos los ciudadanos”. Una aspiración que comenzó a hacerse realidad a raíz de la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989, durante su segundo mandato. En septiembre de 1990 firmó el tratado para la unidad política, ratificado anteriormente por los parlamentos de Bonn y Berlín. El 2 de octubre presidió la ceremonia de la reunificación ante el Reichstag (actual sede del Parlamento) y la Puerta de Brandenburgo.
En su década a la cabeza del Estado (1984-94), Weizsäcker se convirtió en un modelo con el que han intentado medirse todos sus sucesores. Fue una “instancia moral” y, junto al excanciller Helmut Schmidt, el mejor orador que ha tenido la República Federal.
Intelectual liberal y humanista, no se limitó a representar. Con su conducta honesta y sus opiniones claras y valientes llamó la atención sobre los problemas de Alemania y de Europa. Es decir, supo orientar propiciando debates y abriendo perspectivas.
No dudó en posicionarse contra la energía nuclear tras la catástrofe de la central nuclear soviética de Chernóbil, en 1986. Ya en 1987 defendió, aún a contracorriente, la política renovadora del último presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorvachov. Weizsäcker tomó partido en asuntos controvertidos en Alemania. Entre ellos, el racismo y la xenofobia, la confrontación del pasado y la reunificación.
Uno de sus discursos más recordados es el que pronunció el 8 de mayo de 1985, en la conmemoración de los 40 años del fin de la Segunda Guerra mundial. Su frase “esta fecha no simboliza la derrota, sino la liberación de Alemania” cambió definitivamente la perspectiva alemana del conflicto. Supo transmitir el valor real de la “liberación de la tiranía nazi y su sistema contrario a la dignidad humana”. Naturalmente, ese significado no era nuevo, pero adquirió una una dimensión simbólica y rectora al ser defendido expresamente por el presidente.
La relación de los alemanes con ese negro capítulo de la historia es y siempre será dolorosa y difícil. En el país son constantes los esfuerzos por debatir y mantener vivo el recuerdo de la catástrofe y los crímenes. Un ejemplo temprano fueron los integrantes de la generación protesta del 68. Weizsäcker lamentaba que muy pronto olvidaron la historia para dedicarse a las cuestiones de ideología. Citaba como excepción de esa generación al posterior ministro de Asuntos Exteriores, Joschka Fischer, quien realmente mantuvo las perspectivas y apreciaciones históricas.
Es necesario evitar los mitos y las simplificaciones. Es falsa la afirmación de que el pueblo seducido ignoraba todo y que “solo un pequeño grupo alrededor de Hitler sabía lo que ocurría en los campos de concentración”. Una reacción a la igualmente equivocada y generalizadora tesis de la culpa colectiva defendida por los aliados tras la guerra.
En la persona del presidente Weizsäcker convergen en forma especial el abismo y la tragedia de Alemania y el fenómeno de su recuperación.
Historia de un alemán
Nacido en Stuttgart (suroeste) el 15 de abril de 1920 en el seno de una familia acomodada y de nombres ilustres, su abuelo fue primer ministro regional; su padre, diplomático que llegó a ser secretario de Estado en el ministerio de Asuntos Exteriores. Su tío fue un importante académico y su hermano, Carl Friedrich, un conocido físico y filósofo. Richard creció en el Berlín “prusiano”.
Weizsäcker no pudo ingresar en la universidad porque estalló la Segunda Guerra mundial y fue llamado a filas. Estuvo en Polonia, donde su hermano Heinrich cayó en los primeros combates, y en Rusia. Llegó a alcanzar el grado de capitán de la reserva en la Wehrmacht. Terminada la contienda, estudió Derecho e Historia en las universidades de Gotinga, Grenoble y Oxford.
Weizsäcker siempre afirmó que la catástrofe originaria en Europa fue el estallido de la Primera Guerra mundial. El Tratado de Versalles perpetuó la hostilidad. Durante la década de los años veinte los ingleses trabajaron por compensar los puntos débiles del tratado. Una reforma del orden europeo impuesto era también el objetivo de los políticos y diplomáticos alemanes –como su padre– en la república de Weimar. Su gran error fue creer que esto seguía siendo posible bajo la dirección de Hitler. Se amoldó, actuó y fracasó. En los juicios de Nurenberg defendió con convicción a su padre, que fue sentenciado a la cárcel muriendo poco después. Weizsäcker siempre recordaba que con ocasión del juicio, Churchill dijo en la Cámara de los Comunes británica que la acusación contra su padre era un error fatal de los fiscales estadounidenses.
Tras el conflicto inició una carrera económica en la República Federal. Trabajó durante unos años en la docencia, la banca y la industria. En 1954 se doctoró en Derecho e ingresó en la Unión Cristianodemócrata (CDU). En 1965 un Helmut Kohl de 35 años y entonces jefe de la fracción parlamentaria de la CDU, comenzó a tentarlo para entrar en política. Fue diputado en el Bundestag entre 1969 y 1981, además de miembro de la junta directiva del partido e incluso vicepresidente.
Weizsäcker reunía todos los requisitos del perfil moderno y popular que Kohl buscaba dar a la CDU: doctor en Derecho de formación económica, con una retórica brillante, de convicción liberal conservadora, protestante y con un carácter cosmopolita propio del hijo de un diplomático que viajó por el mundo.
Las diferencias que surgieron entre ambos generaron un distanciamiento –muy saludable– entre Weizsäcker y el aparato del partido. De todos modos, Kohl siguió apoyando su rápido ascenso. Elegido alcalde de Berlín occidental en 1981, dejó voluntariamente el cargo tres años más tarde para poder asumir la candidatura a la presidencia en mayo de 1984. Al alcanzar la más alta magistratura suspendió su afiliación a la CDU. Contó con el respaldo de todos los partidos de entonces en el Parlamento menos Los Verdes.
Es difícil imaginar dos personalidades más opuestas que las de Kohl y Weizsäcker. Pese a esa divergencia que desembocó en abierto antagonismo –o quizá precisamente debido a ella– se complementaron bien. Conviene recordar que en sus primeros años como canciller, Kohl fue menospreciado y objeto de desdén. En esa etapa fue cuando más brilló la autoridad de Weizsäcker. Su estrella ya no brilló con la misma intensidad a medida que Kohl asumía su papel de estadista.
Durante su gestión, Weizsäcker favoreció las políticas de acercamiento al Este. La reconciliación con Polonia fue uno de sus grandes empeños. Entre ambos países se daba primera la posibilidad de una relación de vecindad realmente constructiva desde hacía 300 años.
Tras cumplir su segundo mandato, en 1994, dejó el cargo conservando su reputación nacional e internacional. Siguió siendo una instancia moral por su independencia de criterio y su amplitud de miras. Lo logró porque fue capaz de mantenerse por encima de las disputas entre partidos.
Por Marcos Suárez Sipmann, politólogo y jurista hispano-alemán. Analista de relaciones internacionales. @mssipmann