Durante el último año, la mayor democracia del mundo se ha hecho tristemente célebre por sus casos recurrentes de violaciones. No es solo que los crímenes sean brutales –en el más conocido, que desató una oleada de protestas a principios de 2013, un grupo de hombres violó en un autobús a una estudiante que terminó muriendo–, sino que son frecuentes y tienen lugar en un clima de impunidad. Tras dos semanas marcadas por casos especialmente cruentos, el gobierno de Narendra Modi se ve en la obligación de atacar un problema que está poco capacitado para resolver.
En demasiadas ocasiones, el sadismo alcanza un grado difícil de concebir. A finales de mayo, dos menores de edad fueron violadas en grupo en el norte de India. Sus cuerpos ahorcados aparecieron colgando de un mango. En la misma región (Uttar Pradesh), a principios de junio, una mujer fue obligada a ingerir ácido antes de ser violada y estrangulada después.
La respuesta oficial a estas atrocidades es, con frecuencia, igual de indignante. “Los chicos se comportan como chicos”, sentenció un congresista del Estado, admitiendo que en ocasiones “cometen errores”. Babulal Gaur, ministro en el Estado de Madhya Pradesh, calificó las violaciones como un “problema social”: “a veces está bien, y a veces está mal”. Las protestas en Uttar Pradesh fueron dispersadas con cañones de agua. Pero tal vez la reacción más decepcionante sea la del nuevo primer ministro, Narendra Modi, que tardó dos semanas en pronunciarse respecto al primer caso. Cuando lo hizo, fue para condenar los actos y pedir que no se “politizase” el debate en torno a las violaciones.
Lo que las mujeres indias no ignoran es que las violaciones son, precisamente, un problema político. Están intrínsecamente ligadas al subdesarrollo de India. En un país en el que la mitad de los 1.300 millones de habitantes carece de un aseo propio, es común defecar en los campos durante el amanecer o la puesta de sol –momento en que las mujeres son blancos fáciles para los violadores. El 70% de los indios viven en áreas rurales con poca presencia policial. Los hinduistas de castas bajas, concretamente los intocables o Dalit, son especialmente vulnerables. Uno de cada cuatro hombres indios admite haber cometido algún tipo de violencia sexual, proporción muy superior a la media en países emergentes. En Uttar Pradesh confluyeron todas estas formas de violencia estructural. El resultado fue mortal.
Parte del problema político lo representa el Bharatiya Janata Party (BJP), partido al que pertenece Modi. En su libro sobre la derecha india, la reconocida filósofa Martha Nussbaum observó que el hinduismo nacionalista del BJP exalta tanto la sumisión de la mujer como una masculinidad agresiva por parte del hombre. Por eso no sorprende que políticos como Gaur sean compañeros de filas de Modi.
Pero el problema no está limitado al partido en sí. Como frecuentemente ocurre con el nuevo primer ministro, es su pasado como gobernador de Gujarat lo que augura lo peor. En 2002, estallaron una serie de pogromos de la comunidad musulmana del Estado. Los disturbios, iniciados cuando musulmanes extremistas quemaron un vagón de tren lleno de peregrinos hinduistas, acabaron saldándose con la vida de más de mil indios (tres cuartos de ellos musulmanes), la destrucción de 18.000 casas, y 200.000 desplazados. Amnistía Internacional denuncia que las violaciones de mujeres musulmanas fueron recurrentes durante este periodo. Pero Modi permaneció de brazos cruzados ante la ola de atorcidades. Incluso se especula, con bastante fundamento, que alentó la pasividad de las fuerzas de seguridad estatales. Con semejantes antecedentes, sería difícil ver en el primer ministro un paladín de las reformas sociales.
La impunidad frente a las violaciones –al igual que la polémica ilegalización del sexo entre homosexuales– es uno de los muchos puntos de fricción entre el conservadurismo tradicional del país y los valores de sus nuevas generaciones. En la medida en que representa lo primero antes que lo segundo, Modi se verá en dificultad para entender y afrontar los cambios de la sociedad india. Atender a estos cambios, sin embargo, se ha vuelto tan urgente como importante.