El Partido Comunista de Vietnam (PCV) ha aprobado un nuevo plan quinquenal cuyo fin es consolidar el país como una nueva potencia emergente en el próximo lustro. La estrategia, que comprende un ambicioso plan económico, la aplicarán los nuevos líderes nacionales, elegidos a finales de enero en una reunión celebrada a puerta cerrada en Hanói. El éxito, sin embargo, no está asegurado, debido a las disensiones internas que afloraron en el cónclave. Las discrepancias solo se superaron con la reelección imprevista, tras saltarse todas las reglas internas del partido, del duro Nguyen Phu Trong como secretario general por tercera vez consecutiva, lo que le convierte en el político más poderoso de Vietnam de las últimas cuatro décadas.
Se trata de unos resultados que van en la línea esperada, si bien arrojan más sombras que luces sobre la evolución de este país de casi 100 millones de habitantes, de los cuales más de la mitad son menores de 35 años. Las incertidumbres derivan de la ausencia de cambios importantes en la cúpula del partido en esta renovación del comité central de los comunistas vietnamitas, así como por la insuficiente liberalización económica que consolide Vietnam como el destino asiático preferido de la inversión extranjera directa, por delante de India y China. Expectativas que no se han cumplido.
Y es que los acuerdos sobre el nuevo liderazgo vietnamita han reflejado una imagen de provisionalidad muy alejada de la ortodoxia marxista-leninista que transmite el PCV. Ciertamente, la elección de la nueva cúpula del partido ha subrayado la total desaprobación del poder unipersonal que acumula el presidente chino, Xi Jinping, en el vecino gigante asiático, y ha prevalecido la distribución de autoridad que aplica el partido que fundara Ho Chi Minh. Un reparto de poder entre el secretario general del partido –el puesto más poderoso–, el presidente del Estado, el primer ministro y el presidente de la Asamblea Nacional.
Este esquema de reparto de poder, sin embargo, saltó por los aires debido a la lucha entre las facciones del partido. De manera sorpresiva y contra pronóstico, Trong, de 76 años, fue reelegido secretario general del partido, saltándose las reglas que le impedían acceder a un puesto de responsabilidad por haber superado los 65 años y haber ocupado ya la secretaría general durante dos mandatos. Fue un nombramiento pactado para lograr un equilibrio político y transmitir una imagen de estabilidad.
Su designación fue el resultado de la pugna entre los más ortodoxos, partidarios de una feroz lucha anticorrupción que amenaza la legitimidad del partido, y los tecnócratas, favorables al desarrollo económico por encima de todo. Al final se impuso el instinto de supervivencia del partido y con ello el pacto de proseguir la caza contra altos cargos políticos y empresariales corruptos, impulsada por Trong en 2016, y favorecer el crecimiento económico.
Mantener la lucha anticorrupción se cobró, sin embargo, sus víctimas. Trong tuvo que sacrificar a su candidato para liderar el PCV, Tran Quoc Vuong, que no logró apoyos suficientes. El rechazo impulsó a Trong a mantenerse en su puesto antes que ceder el liderazgo del partido y del país al pragmático y aperturista primer ministro Nguyen Xuan Phuc. A cambio, Phuc asumirá la presidencia del Estado, un cargo más simbólico que ejecutivo. Y como primer ministro fue designado otro miembro de la facción más ortodoxa, Pham Minh Chinh, exviceministro de la Seguridad Pública y jefe del aparato de organización del PCV.
Se trata de unos nombramientos pactados con el único fin de neutralizar las discrepancias en el seno de la nueva cúpula comunista vietnamita, a cambio de garantizar la estabilidad del régimen, tanto en política interior y exterior como en el ámbito económico. La fórmula combina firmeza en el país, equidistancia en sus relaciones con China y Estados Unidos, y apertura económica, lo que ha permitido al país crecer a un ritmo de más del 7% en los dos años anteriores al Covid-19.
El equilibrio entre facciones se refleja, asimismo, en las conclusiones del comité central. El documento señala que se mantendrá la lucha anticorrupción, seguirá la represión contra la disidencia con largas penas de prisión y se acelerará el desarrollo económico, confiando en los acuerdos de libre comercio suscritos, las privatizaciones y la captación de fabricantes occidentales que huyen de China por la guerra comercial de este país con EEUU.
A la hora de marcar objetivos económicos, el PCV tampoco ha vacilado en elevar el listón, animado por un crecimiento del 2,9% del PIB en 2020, la exitosa gestión del coronavirus y las firmas de tratados como el de libre comercio con la Unión Europea, Reino Unido y el de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP). Así, ha fijado un ritmo de crecimiento del PIB de entre el 6,5% y el 7% hasta 2025. Meta que espera alcanzar gracias a los bajos salarios y una mano de obra cualificada y bien educada, a su apuesta como centro manufacturero para empresas globales y a la potenciación de los sectores tecnológico y científico. Una apuesta con la que Vietnam aspira a superar el nivel de ingresos medio-bajos en 2025 y alcanzar el estatuto de país desarrollado con altos ingresos en 2045.
Sobre el papel todo es posible, pero la composición del nuevo politburó sugiere que en Hanói preocupa más la estabilidad política que el éxito económico. De sus 18 miembros, 13 representan los intereses del partido y también han aumentado considerablemente quienes tienen vínculos con el ejército y la seguridad pública, mientras que han disminuido los miembros del frente económico. La baja más clara ha sido la no renovación del gobernador del Banco Central de Vietnam como miembro del politburó. Un dato revelador para un país que apuesta por el desarrollo económico y aspira a ser un nuevo dragón asiático.