Se cumplen veinte años del lanzamiento de la Estación Espacial Internacional (ISS por sus siglas en inglés), uno de los proyectos internacionales de mayor envergadura y cooperación. Opera desde el 20 de noviembre de 1998, si bien no fue hasta el año 2000 cuando los astronautas comenzaron a trabajar de forma continuada. La nave, que suele estar habitada por un grupo de trabajo internacional de seis personas, es una prueba viviente de que los acuerdos internacionales son beneficiosos, cuando no imprescindibles, para alcanzar determinados objetivos, sobre todo los que apuntan más allá de la estratosfera. También es un ejemplo de cómo un escenario geopolítico sensible, en este caso el espacial, puede ser campo de encuentro, promoviendo un funcionamiento pacífico y armonioso de las políticas nacionales.
La ISS es la estación espacial más grande de la historia. Comenzó a gestarse cuando las agencias espaciales de Canadá (CSA), Europa (ESA), EEUU (NASA) y Japón (JAXA) firmaron el Acuerdo Intergubernamental (IGA) para cooperar en su diseño y construcción. Diez años más tarde, coincidiendo con la sustitución de la URSS por la Federación Rusa, Moscú se sumaba a este acuerdo con su agencia espacial, Roscosmos. Quedaban de esta manera aunadas las grandes agencias espaciales para el emprendimiento de un proyecto cooperativo de investigación en el espacio.
El grado de innovación tecnológica y científica que no es posible alcanzar en la tierra se puede dar en esta estación espacial internacional, que se encuentra a tan solo 400 kilómetros por encima de nosotros y que tarda 90 minutos en dar una vuelta completa al planeta (28.800 km/hora). Por eso la ISS es un espacio único donde se desarrollan programas de innovación tecnológica clave para el desarrollo humano, la robótica y la exploración más allá de la órbita terrestre.
Sin embargo, no todo son buenas noticias en torno a la ISS.
Privatización y militarización del espacio, amenazas para la cooperación
Si bien el diálogo y el compromiso de las naciones son factores clave para que las decisiones que se tomen en el ámbito ultraterrestre no sean perjudiciales, en la actualidad prevalece un espíritu nacionalista y las potencias líderes en el espacio parecen apostar en menor medida por la cooperación entre ellas. La ISS se encuentra amenazada por ello.
En EEUU, el avance tecnológico ha impulsado la privatización de la exploración espacial, hecho que proporciona a la NASA muchas opciones donde elegir cuando se trata de buscar aliados con los que trabajar en la exploración espacial. De hecho, el presidente estadounidense, Donald Trump, anunció que para los presupuestos de 2019 prevé elevar en un 3% el presupuesto para la agencia espacial, lo que se traduce en 19.600 millones de dólares, de los cuales 150 se destinarán para un programa de ayuda al sector privado. La Casa Blanca expresó su deseo de que, de esta manera, se ponga fin en 2025 a la financiación directa de la ISS. Cabe recordar que la ISS tiene los fondos garantizados por parte de EEUU hasta 2024 y, a partir de entonces, la contribución estadounidense al proyecto espacial internacional quedaría en el aire, si hacemos caso a los planes anunciados por Trump.
Asimismo, la militarización del espacio supone otra una amenaza para la cooperación internacional en el espacio ultraterrestre. El control espacial se puede traducir en control de continentes y océanos, algo muy valioso para los Estados en su carrera, si no por la hegemonía mundial, sí por la seguridad nacional. Entre las ventajas que otorga el dominio del espacio se cuentan el acceso a la información valiosa como mapas o datos meteorológicos, la defensa antiaérea, la orientación de misiles, la destrucción de aparatos espaciales rivales, el bombardeo al territorio rival desde el espacio o la destrucción de objetos espaciales peligrosos para la Tierra, entre otras.
La militarización del espacio no está permitida según las normas consuetudinarias de Naciones Unidas. El Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre de 1967 señala que “la Luna y los demás cuerpos celestes se utilizarán exclusivamente con fines pacíficos por todos los Estados Partes en el Tratado. Queda prohibido establecer en los cuerpos celestes bases, instalaciones y fortificaciones militares, efectuar ensayos con cualquier tipo de armas y realizar maniobras militares”.
Con todo, a mediados de este año Trump advirtió de que la fuerza espacial estadounidense será “la sexta rama de las fuerzas armadas” y se logrará mediante la acción del Pentágono. Dos meses más tarde, el vicepresidente de EEUU, Mike Pence, manifestó que “nuestros adversarios han estado trabajando para crear nuevas armas en el espacio”, en referencia a Rusia, China, Corea del Norte e Irán. Pence anunciaba así la creación de una agencia de desarrollo espacial y una fuerza de operaciones espaciales.
El empeño del gobierno estadounidense por liderar la militarización del espacio busca ir, de nuevo, un paso por delante de sus “adversarios”, que han demostrado tener la capacidad de destruir, interferir y hackear satélites. La vicedirectora del cuerpo nacional de inteligencia, Sue Gordon admite que la capacidad de Rusia y China para crear armas anti-satélites destructivas aumentará en los próximos años y esto podrá dañar la sensibilidad de los sensores ópticos estadounidenses que sirven como defensa de misiles.
Fuente: NASA
A EEUU no le falta razón: Rusia lidera la lista de países con capacidad de lanzamiento de satélites y China se encuentra en tercer lugar. En 2007, el país asiático lanzó un misil que destruyó un satélite propio, algo que a día de hoy sigue siendo motivo de preocupación de las autoridades estadounidenses, ya que implica una gran conocimiento técnico. Por su parte, Rusia anunció este año que su fuerza aeroespacial ha creado el “invencible” misil Kinzhal, hipersónico y de alta precisión que inutiliza sistemas interceptores de misiles y que guarda relación con algunas ventajas estratégicas de la militarización como la orientación de misiles o la destrucción de aparatos rivales en el espacio. Otra evidencia de que la tensión en el campo de cooperación espacial no hace más que escalar.
Si bien es cierto que todavía existen incentivos para la cooperación en materia espacial entre Rusia y EEUU, incluyendo los beneficios económicos y el cumplimiento de acuerdos en común como la ISS, parece que no va a ser así por algún tiempo. De hecho, cuando se cumplen 20 años del lanzamiento de la ISS, este símbolo de cooperación en el espacio está más que nunca en cuestión debido a la privatización de la exploración del espacio y su militarización.