Estados Unidos impulsará en el norte de Nigeria Arewa24, un canal de televisión para contrarrestar el discurso violento del grupo terrorista Boko Haram y sus campañas de reclutamiento. Con un coste estimado de seis millones de dólares, emitirá 24 horas al día programas elaborados por nigerianos, algunos para público infantil.
La noticia, dada a conocer por The New York Times, no ha provocado demasiada sorpresa. Ya anteriormente un gobierno ha impulsado sin esconderse la generación de contenidos periodísticos para encaminar la opinión pública de un territorio en crisis. De hecho, el operador elegido para lanzar el canal es una firma con sede en California llamada Equal Access que realiza programas financiados por el departamento de Estado de EE UU para Yemen y Paquistán.
Arewa24 tiene casi un toque retro, porque el ruido de las actuales guerras de información se empieza a oír más en las redes sociales que en las televisiones por satélite, aunque estas se resisten a abandonar la arena en disputa. En la Guerra del Golfo (1990-1991), EE UU hizo un uso tan avanzado de los recursos audiovisuales que se llegó a hablar de “guerra como videojuego” y “guerra de las galaxias”. Aquellos eran combates asépticos, quirúrgicos.
En conflictos posteriores, los países musulmanes respondieron a ese dominio abrumador de la imagen occidental lanzando sus propias cadenas de televisión panárabes (Al Jazeera y Al Arabiya) y los grupos integristas reaccionaron con una creciente “diplomacia del terror”. Esta última pivota cada vez más sobre la difusión de vídeos de violencia extrema en los que se amenaza, se difunden ataques exitosos o se tortura y asesina a secuestrados.
Durante la guerra de Afganistán, se hicieron tristemente conocidos los “vídeos de decapitación”. Algunas de estas muertes dramáticas afectaron a periodistas. La que más conmocionó fue la de Daniel Pearl. Durante la Guerra contra el terror lanzada por EE UU tras los atentados del 11-S, la Casa Blanca se enfrentó con Al Jazeera por la decisión de difundir mensajes grabados de Osama bin Laden. Pero los terroristas han seguido expresándose y utilizan crecientemente sus propios canales digitales sin necesidad de pasar por los grandes medios.
Tras el secuestro de más de 200 niñas nigerianas que asistían a la escuela, Boko Haram –opuesto a la educación femenina– difundía un vídeo en el que su líder, Abubakar Shekau, se responsabilizaba de la operación y lanzaba amenazas como las de vender a las jóvenes y ensangrentar toda Nigeria con víctimas cristianas. La acción provocó ira en todo el mundo y la extensión de la campaña #Bringbackourgirls.
Recientemente, la CNN analizaba la calidad técnica y el estilo casi hollywoodiense de un vídeo de una hora de duración puesto en circulación por el Estado Islámico de Irak y del Levante (EIIL, o ISIS/ISIL en sus siglas en inglés), grupo que ha llevado la mayor brutalidad a la guerra contra Bashar el Asad. En él se reflejan asesinatos y secuestros con un trabajo de cámara y producción muy depurado. “Esto es geopolítica –comentaba la analista Nadia Oweidat–. Hay dinero detrás”. En las redes sociales, el mensaje extremista ya es uno más.
En septiembre de 2013, Twitter suspendió seis cuentas vinculadas al movimiento somalí Al Shabab después de que se atribuyera el ataque al centro comercial Westgate de Nairobi y se jactara de lo conseguido (hubo 60 víctimas). El periodista Anthony de Rosa ha creado una lista de grupos terroristas en esta red de los 140 caracteres. Nigeria es un país con casi 180 millones de personas pero con menos de 7 millones de televisores. Muchos miembros de la minoría hausa del norte del país (a quienes se dirigen las emisiones) ni siquiera disponen de electricidad. La financiación se extenderá por dos años; después se sabrá si Arewa24 tuvo éxito.