No conviene darle un bidón de gasolina a un pirómano, salvo que no tengas más remedio. Esto es más o menos lo que está pasando en Europa –y en el mundo– con la situación de excepcionalidad que ha provocado la contagiosa explosión del coronavirus. La respuesta ha requerido ensanchar los poderes de los Estados-nación. Para algunos líderes, la “guerra” contra el Covid-19 se convertirá en una gran excusa para profundizar en la deriva autoritaria que tenían en marcha.
Lo que sucede en Hungría es cada vez más preocupante, sobre todo si recordamos la frase que su primer ministro, Viktor Orbán, entonó antes de esta gran pandemia: “Hace 30 años pensábamos que Europa era nuestro futuro, pero hoy creemos que somos el futuro de Europa y estamos listos para esta misión”. Con el virus, la “revolución iliberal” promovida por quien fuera una de las figuras claves para la democratización de su país tras la guerra fría, comienza un nuevo capítulo.
La oposición húngara denuncia estos días que los poderes especiales que su gobierno ha adquirido para hacer frente a la crisis sanitaria podrían perpetuarse. Entre las medidas contempladas se encuentra la suspensión de la actividad parlamentaria y la prohibición de realizar elecciones y referéndums, además de otras restricciones de libertades con graves penas por saltarse el aislamiento o difundir información falsa.
La responsable de derechos humanos del Consejo de Europa, Dunja Mijatovic, ha denunciado que esta legislación especial “daría grandes poderes para que el gobierno tome decisiones por decreto sin una fecha límite clara ni garantías”. Y remata: “Incluso en una emergencia, es necesario cumplir la Constitución, garantizar el escrutinio parlamentario y judicial y el derecho a la información”.
La vecina Eslovenia podría tomar una deriva parecida. Hace un par de semanas un cambio de gobierno volvió a situar al ultraconservador Janez Jansa al frente de este pequeño país, el primero en entrar en el euro de los países excomunistas del centro y este de Europa (2007) y considerado hasta ahora un oasis ajeno al populismo y la xenofobia. Jansa, declarado admirador de Orbán y miembro también del Partido Popular Europeo, gobernó durante dos periodos, desde 2004 a 2008 y de 2012 a 2013. Después pasó unos meses en la cárcel por corrupción.
Por el momento, el Parlamento esloveno ha evitado los primeros tics autoritarios de su nuevo primer ministro, cuyos poderes están encorsetados por un Parlamento altamente fragmentado y un gobierno de tres partidos. Entre las medidas abortadas se encuentra el intento de Jansa de recuperar el servicio militar obligatorio (abolido en 2003) y su vocación de evitar por completo al Parlamento mientras duren estos momentos de excepcionalidad, que nadie sabe bien cuando terminarán.
Esta mortífera crisis sanitaria de escala global despierta comprensiblemente los instintos animales de todos los que nos sentimos amenazados. Queremos sobrevivir, probablemente a cualquier precio. Por eso, como decía Anne Applebaum en The Atlantic, “en tiempos en los que las personas temen la muerte, aceptan medidas que, acertadamente o no, les salvarán, incluso aunque ello suponga una perdida de libertad”.
Se cumple ahora el 25 aniversario de la puesta en marcha del espacio de libertad Schenghen y el coronavirus ha querido que este aniversario se produzca con las fronteras de Europa en alto. La delgada línea entre las medidas restrictivas para cortar la pandemia y los abusos de algunos líderes para explotar los miedos de los ciudadanos y redoblar sus tics autoritarios, urge ser analizada y denunciada. Pero ¿quién frenará a los Orbán de Europa cuando acabe la tormenta?
Cabe preguntarse sobre la debilidad de la Unión Europea, cuya vocación representa lo global y se encuentra comprensiblemente atolondrada ante el repliegue nacional al que asistimos. Si China es percibida por muchos como el salvador humanitario en estas horas amargas, ¿con qué fuerza moral se evocará el día de mañana la democracia y los derechos humanos como principios inquebrantables para garantizar nuestro progreso?