La presión ha podido con Grecia. Bruselas exigía al gobierno de Alexis Tsipras aceptar la extensión del rescate antes del final de la semana. Yanis Varufakis, ministro de Finanzas griego, se negaba. A finales de febrero expiraba el actual rescate y con él la financiación del gobierno griego. Tras una reunión extremadamente tensa con el Eurogrupo, Varufakis ha aceptado prolongar el rescate otros seis meses, a la espera de encontrar una solución de consenso en verano.
La solución actual, lamentablemente, es todo lo contrario. Una imposición y no una negociación. Varufakis se ha encontrado con una oferta que no podía rechazar. En la farsa figuraba Pierre Moscovici como poli bueno; Jeroen Dijsselbloem interpretaba a un talibán de la deuda con acento alemán. Triste semana para la Unión Europea, esa supuesta utopía posnacional convertida en instrumento de coerción.
En su intento de arrinconar al gobierno de Syriza, Europa está jugando con fuego. La intransigencia de los gobiernos europeos –tanto los acreedores, con Angela Merkel a la cabeza, como los que sufren programas de recorte, como España y Portugal– resultaría cómica si no fuese tan irresponsable. Prolongar el rescate conlleva atenerse a las condiciones que actualmente impone recibir financiación europea: más recortes, más privatizaciones y la ampliación del superávit (actualmente un 0,8% del PIB griego) durante 2015. Aplicar estas medidas en medio de una crisis de crecimiento constituye un suicidio económico y social. La historia del siglo XX, desde el crack de 1929 a la década perdida de América Latina, demuestra que la austeridad es, a lo sumo, una idea peligrosa.
Tsipras ganó las elecciones prometiendo poner fin a la austeridad. El electorado griego no votó a Syriza por capricho, sino porque el programa de recortes ha resultado devastador. Desde 2007, la economía griega ha perdido un 26% de su PIB –casi tanto como la de Alemania durante la Primera Guerra mundial. La combinación de paro (26% del mercado laboral) y recortes en el Estado del bienestar ha causado una crisis humanitaria. Ante semejante fracaso, Syriza ni siquiera ha ofrecido un programa radical, sino una salida keynesiana a la crisis.
¿Cuáles son las opciones de Varufakis y Tsipras? Wolfgang Munchau, del Financial Times, propone emitir de instrumentos de deuda soberana griega que sirvan como una moneda alternativa, permitiendo a los griegos comprar necesidades básicas. Tomando esta medida, Grecia podría permanecer en la UE y abandonar la austeridad al mismo tiempo. La opciones extremas –un impago unilateral de la deuda o una salida del euro– serían desastrosas tanto para Grecia como para el conjunto de la UE.
Lamentablemente, los gobiernos europeos están volcados en proteger sus préstamos y blindarse ante la amenaza –electoral y tal vez existencial– que representa una Syriza sin derrotar. Dicho de otra forma, les da igual el conjunto de la Unión. Pero como señala Mark Mazower, la nueva izquierda pretende redefinir antes que rechazar el proceso de integración europea. Si Bruselas insiste en considerarla una amenaza existencial; si Alemania y sus socios continúan ninguneando a partidos como Syriza, Podemos y Sinn Féin, la principal ganadora será una extrema derecha que cada vez está cerca de apropiarse el voto de protesta. En esta Europa de la austeridad, Marine le Pen debe su carrera a la incompetencia criminal de nuestros políticos.
Teresa de Ávila dijo que se derraman más lágrimas por las oraciones respondidas que por las oraciones sin respuesta. Los gobiernos europeos deberían tener esta enseñanza en mente mientras insisten en aplastar a Syriza.
Por Jorge Tamames, analista internacional.