Por primera vez, el G-20 se reunía dos veces en un mismo año desde su creación en 1999. La excusa no era baladí: el mundo se encontraba ante una de las peores crisis económicas en décadas, urgía orquestar determinadas medidas de auxilio y, ante todo, evitar los errores del pasado, de tan pésimas y recordadas consecuencias. Estábamos en noviembre de 2008 y la cumbre extraordinaria del G-20 se celebró en Washington, lugar de origen de la crisis, y fue considerada todo un éxito. No se alcanzaron las exigencias de Sarkozy y su “refundación del capitalismo”, pero las bases para un estímulo coordinado de las economías más amenazadas quedaron sentadas.
Las cumbres se han sucedido desde entonces (Londres, Pittsburg, Toronto) y el espíritu reformista original se ha ido diluyendo entre largas negociaciones, detalles técnicos y desacuerdos en torno a la mejor hoja de ruta para salir de la crisis. El choque en este último apartado se ha producido entre lo que Lluís Bassets denomina “las dos grandes escuelas, quienes creen como Barack Obama que hay que seguir estimulando las economías mediante inversión pública, y quienes como los europeos en general, pero especialmente el Gobierno alemán y el Banco Central, consideran que lo primero y esencial es quitar toda la grasa que haga falta hasta recuperar la esbeltez para crecer”.
Ahora llega la cumbre de Seúl, dos años después de la cumbre de Washington, y la agenda sigue tan cargada y perentoria como entonces. Entre los temas a tratar, la cuestión de la coordinación de las políticas macroeconómicas ocupa uno de los primeros puestos y, sin embargo, no se esperan grandes avances en esta materia, pues el desacuerdo es notorio.
Una de las principales causas de la crisis financiera ha sido el excesivo endeudamiento privado en EE UU y otros países desarrollados. La otra cara de la moneda está en el bajo nivel de consumo privado en países exportadores como China. Esto genera un cóctel que deriva en desequilibrios macroeconómicos globales generados por la transferencia masiva de recursos desde los países en desarrollo hacia los países industrializados, necesitados de financiación. Uno de los posibles acuerdos sería establecer una marco multilateral para gestionar los tipos de cambio y evitar así una confrontación que ya está en marcha, con devaluaciones competitivas que nunca terminan bien.
La reforma del Fondo Monetario Internacional (FMI) también está sobre la mesa, un asunto que afecta especialmente a los europeos. Después de situar de nuevo al FMI en el núcleo del sistema económico, EE UU quiere que este sea más representativo y fortalezca su legitimidad dando mayor poder de voto a los países emergentes. En la actualidad, los países europeos tienen nueve asientos en un directorio ejecutivo de 24 miembros y el 30% del poder de voto. Parece impensable un FMI sin India o Brasil.
Las cuestiones pendientes no se quedan aquí, ni mucho menos. Entre los objetivos principales destacan los siguientes: acrecentar el papel de los bancos multilaterales de desarrollo, como el Banco Mundial; mejorar la regulación del sistema financiero, a raíz de los últimos acuerdos del Comité de Basilea, los denominados Basilea III; diseñar un impuesto sobre las transacciones financieras internacionales; luchar contra los paraísos fiscales, la evasión fiscal y el blanqueo de dinero; y avanzar en la propia institucionalización del G-20, que nació a finales de los años noventa ante una necesidad concreta de dar voz a las economías emergentes en el panorama financiero internacional.
El grupo se reunió por primera vez el 15 de diciembre de 1999 en Berlín, con la intención de frenar la crisis que tuvo lugar hace diez años. Hoy en día simboliza un cambio en el sistema internacional de consecuencias imprevisibles. De momento, no hay quien gobierne la nueva multipolaridad global.
Para más información:
Manuel de la Rocha Vázquez, «Crisis y gobierno: por una globalización más democrática». Política Exterior núm. 135, mayo-junio de 2010.
Stephany Griffith-Jones, Manuel de la Rocha Vázquez y Dómenec Ruíz Devesa, «The G20 summit at Seoul. Time to deliver». Fundación Alternativas, octubre de 2010.