En el año del Dragón, China dio la bienvenida a una quinta generación de líderes políticos. La cabeza visible de la cuarta, Hu Jintao, se despedía tras una década en el poder. En sus diez años al frente del Partido Comunista Chino (PCCh), la economía del país creció a un 10,7% de media anual (el resto del mundo, al 3,9%), pasando del sexto al segundo puesto en el ranking global. El PIB per cápita, que equivalía a 1.135 dólares anuales en 2002, asciende ahora a 5.432 dólares.
Como señala el informe anual sobre Política China del Observatorio de la Política China, el año 2012 ha sido revelador de las importantes tensiones y dificultades que pueblan el universo chino, cuyo epicentro ha sido el XVIII Congreso. “Lejos de ceder, estas [tensiones y dificultades] parecen ir a más, convirtiéndose inevitablemente en la primera prioridad de la agenda de Xi Jinping, el nuevo secretario general del PCCh”, explica el informe.
Los desafíos a los que se enfrenta la quinta generación se resumen en dos: dirigir un nuevo modelo económico y el cambio derivado de la modernización. Xi Jinping debe evitar que China muera de éxito. Que la estabilidad precaria sobre la que se asienta un régimen en busca de su lugar en el mundo no se venga abajo por las tensiones sociales, derivadas de las económicas.
La credibilidad del PCCh y de las autoridades ante la opinión pública atraviesa momentos críticos. El relevo en la cúspide del poder ha sido pacífico, pero nada fácil. Guerras intestinas, miles de arrestos por la propagación de rumores (desde un golpe de Estado a la desaparición de Xi Jinping), llamamientos a la disciplina en el Ejército Popular de Liberación y bloqueo de webs maoístas. “El balance final –explica el informe– se ha saldado con un compromiso temporal que obligará a renovar la dirección política en 2017 con un consenso elemental que aglutine a las principales facciones comprometidas con el avance y la profundización de la reforma”.
Este consenso, no obstante, es un arma de doble filo. Facilita la unidad e integración, alejando los fantasmas de división interna, pero también puede retardar la implementación de reformas, al ignorar los cambios que se vienen produciendo en los segmentos más avanzados de la sociedad china. Poco a poco, ha ido consolidándose en China una clase media que anhela mayores libertades, que reconoce cuanto de positivo hay en la reforma, pero que muestra una creciente impaciencia por el avance de una apertura que se resiste.
“La demora en la aceptación de ese cambio en la cultura política –señala el informe– es un riesgo añadido para la estabilidad que difícilmente podrá solaparse auspiciando un nuevo impulso a las reformas económicas”. El PCCh es consciente de que atraviesa un periodo de aguas turbulentas, pero sigue preso de una contradicción elemental: la que habita entre la certeza de la necesidad de implementar reformas políticas estructurales y el temor a que su aplicación acabe por abrir la espita que conduzca al desmoronamiento del sistema.
Para más información:
Observatorio de la Política China, «Informe anual sobre Política China». Informe, febrero 2013.
Mark Leonard, «Carta de Europa: Por qué los europeos deben conocer lo que piensa China». Política Exterior 151, enero-febrero 2013.
Mariola Moncada, «El ‘mandarinato’ moderno o el relevo sin cambios chino». Política Exterior 151, enero-febrero 2013.
Kerry Brown, «China 2020: el camino incierto del cambio político». Política Exterior 145, enero-febrero 2012.