El 13 de marzo de 2013, en el balcón de la basílica de San Pedro, el hasta pocas horas antes arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, bromeó diciendo que sus compañeros cardenales habían ido a buscar al nuevo obispo de Roma “al fin del mundo”. No tanto, pero casi. La argentina Ushuaia y la chilena Punta Arenas son las ciudades más australes que existen, casi al borde de la Antártida, la última región de la Tierra en ser descubierta y que avistó por primera vez en 1603 el navegante palentino Gabriel de Castilla.
Como poco, el primer papa no europeo desde Gregorio III –nacido en Siria y elegido en 740– ha reorientado la voz del papado hacia las periferias del mundo católico. No parece casual que el cónclave le entregara las llaves de San Pedro pocos meses después de que un informe de Pew Research Center revelara que la mayoría de los 1.300 millones de católicos vivían ya en el Sur Global.
La perspectiva excéntrica desde la que el Vaticano mira hoy al mundo es la de Buenos Aires, una ciudad que Gabriel García Márquez visitó solo una vez en su vida pese a que en ella se publicó por primera vez, en 1967, Cien años de soledad. La capital de la Plata, decía, le daba “vértigo”: sentía que más allá de sus lindes meridionales se acababa la tierra y se precipitaba en el abismo.
Un espacio virtuoso
En una entrevista que concedió a Jorge Fontevecchia por el décimo aniversario de su elección, Francisco le recordó que Amelia Podetti, una filósofa especialista en Hegel que él conoció en Buenos Aires y a la que admiraba, insistía en la importancia de pensar desde el Nuevo Mundo: un “espacio virtuoso” que permitía plantear la universalidad lejos del trasfondo imperial europeísta, según escribió en La irrupción de América en la historia (1981).
En el National Catholic Reporter, Valentina Napolitano, antropóloga de la Universidad de Toronto, señala que los criollos latinoamericanos suelen oscilar entre el conservadurismo extremo y el radicalismo utópico, pero nunca escapan de la cultura católica, que permea sus pasiones, virtudes y pecados.
Massimo Faggioli, historiador de la Iglesia de la Universidad de Villanova, atribuye las feroces críticas a su pontificado a que su propia figura encarna un futuro en el que el centro de gravedad de la Iglesia se desplaza cada vez más al Sur Global y se aleja del hemisferio norte y su supuesta “eclesiología liberal”.
Un papado ‘decolonial’
En una entrevista reciente, el primer papa de la orden fundada por Ignacio de Loyola, dijo que quienes pretendían “congelar el tiempo” obedecían a ideas y actitudes “totalitarias”, aludiendo a los sectores que ven a la Iglesia como un refugio contra todo lo que suene a progresismo “globalista”.
En problema para ellos es que ese mundo ya no existe. El Concilio Vaticano II (1962-1965) coincidió con momentos clave de la desaparición de los antiguos imperios coloniales europeos. Según el jesuita congoleño Jacques Mwanga Nzumbu, el papa argentino ha sido el primero en enfrentar seriamente los problemas que plantea a la Iglesia católica el pasado colonialista europeo.
Entre otros gestos, ha pedido perdón por el papel del clero católico en la conquista y colonización de las Américas y ha calificado de “injustas” las bulas papales que las justificaron teológicamente. Y no solo es el pasado. En Querida Amazonía (2020), denunció las actividades que no respetan los derechos de los pueblos originarios sobre sus territorios y ecosistemas.
Tradición profética
La tradición contestataria de la iglesia latinoamericana viene de lejos. En la Navidad de 1511, en un sermón en la isla de la Hispaniola, el dominico Antonio de Montesinos cuestionó el derecho de los europeos de declarar una “guerra atroz” contra gente que vivía pacíficamente en su país.
Cientos de organizaciones de derechos humanos en toda la región, católicas o no, llevan el nombre de uno de sus seguidores, Bartolomé de las Casas. Francisco suele destacar el papel que jugaron las misiones jesuitas a lo largo de los ríos Paraguay, Uruguay y Paraná en la integración de los tupi-guaraníes en la sociedad colonial y enseñándoles a defenderse de las expediciones esclavistas de los bandeirantes.
En 1747, el padre Bernardo Nusdorffer, provincial de la Compañía, ordenó que los guaraníes de las misiones se ejercitaran en el uso de fusiles para que pudieran defender sus tierras y a sus esposas e hijos. En New Worlds (2012), John Lynch escribe que la expulsión de los jesuitas en 1767 por Carlos III provocó disturbios desde la Nueva España a la capitanía general chilena.
En San Luis Potosí, las autoridades aprobaron 85 ahorcamientos para reprimir las protestas. El intento de la Corona por ejercer un mayor control sobre la Iglesia para controlar mejor la sociedad colonial fue contraproducente. En su exilio europeo, los jesuitas criollos –Viscardo, Molina, Clavijero, Calvo…– se convirtieron en fervientes partidarios y propagandistas de la independencia.
En el virreinato peruano varios sacerdotes respaldaron la gran rebelión de Túpac Amaru II en 1780. Hidalgo y Morelos, curas rurales y líderes guerrilleros, decretaron la abolición de la esclavitud y el tributo indio en el territorio novohispano, por lo que fueron excomulgados por “herejes, apóstatas y cismáticos”.
Desde 1835, muchos años antes que España, la Santa Sede comenzó a reconocer a los nuevos Estados independientes. La unión “del incensario con la espada de la ley” es la verdadera Arca de Alianza, dijo Bolívar en un brindis en 1827 para recibir a los nuevos prelados de las sedes episcopales de Bogotá, Caracas, Quito y Cuenca.
En 1856, Pío IX fundó en Roma el Colegio Pío Latinoamericano, una de las primeras instituciones mundiales en usar ese nombre para las antiguas colonias.
Masones y positivistas
En el siglo XIX, en parte por el influjo de las logias masónicas entre las profesiones liberales, las elites republicanas se hicieron deístas y positivistas. Aunque no era inusual que en una familia el padre fuese partidario del laicismo y la madre creyente, como fue el caso de la familia del presidente mexicano Francisco Madero.
Uruguay fue un caso extremo. En 1904, José Batllé y Ordoñez, anticlerical como muchos otros presidentes uruguayos, eliminó los símbolos cristianos de edificios y lugares públicos, aprobó el divorcio y sustituyó la semana santa por la semana del turismo, la Navidad por el día de la familia, la Inmaculada por el día de las playas…
Durante el régimen militar brasileño (1962-1984), la arquidiócesis de Sao Paulo lideró la resistencia ecuménica contra los atropellos de la junta, un papel similar al que jugó en Chile la Vicaría de Solidaridad que fundó el cardenal Raúl Silva Henríquez durante la dictadura (1973-1989). Juan Pablo II ordenó al clero brasileño cortar todos sus lazos con políticas de izquierda.
El lado oscuro
Paralela a la tradición contestataria, siempre estuvo la reaccionaria, sobre todo en Argentina. Hacia 1914, Buenos Aires era una de las grandes metrópolis del Atlántico. Entre los inmigrantes italianos había anarquistas, garibaldinos y ultramontanos. Tres de los abuelos de Bergoglio eran piamonteses y genoveses y la cuarta, la abuela materna, argentina de padre italiano.
En los años treinta, los enemigos de los nacionalistas eran el liberalismo, los partidos políticos, el imperialismo británico, el comunismo y los teóricos judíos o protestantes, desde Marx a Darwin y Freud. En septiembre de 1936, el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Santiago Copello, lanzó una campaña de recaudación de fondos para el bando franquista en la guerra civil española.
Después de 1945, muchos nacionalistas creyeron que el peronismo haría realidad ese Estado nacional y católico. En noviembre de 1954, sin embargo, Perón legalizó el divorcio y suprimió la enseñanza religiosa obligatoria. Durante la dictadura (1976-1982) dos obispos, Ángel Angelelli en 1976 y Carlos Ponce de León en 1977, murieron en dos “accidentes” automovilísticos similares. Las pocas quejas de los obispos fueron privadas. La junta militar apenas se inquietó.
Divorcio en Managua
La decisión de Nicaragua de suspender las relaciones diplomáticas con la Santa Sede después de que Francisco calificara de “dictadura hitleriana” al régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo por su encarcelamiento del obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, era algo que no ocurría desde 1861, cuando México rompió con el Vaticano. En ese caso se restablecieron las relaciones tras aprobar una enmienda constitucional en 1992.
En Cuba, Fidel Castro siempre mantuvo la nunciatura abierta en La Habana pese a que el Partido Comunista creía que entre sus deberes estaba liberar a las masas de las creencias religiosas. El nuncio en Managua, el obispo senegalés Marcel Diouf, cerró la nunciatura y abandonó el país. Nicaragua es hoy uno de los únicos 13 que no tienen relaciones diplomáticas con la Santa Sede, otros son Arabia Saudí, China o Corea del Norte.
El síndrome Gorbachov
Pese a sus ocasionales gestos aperturistas, Bergoglio está lejos de ser un radical, como muestra su reticencia a hacer concesiones en cuanto al celibato o el papel de la mujer en la Iglesia. La presión del ala izquierda proviene sobre todo de Alemania, cuyos obispos quieren dar más participación a laicos y mujeres para detener la sangría de fieles por los escándalos de pederastia del clero.
En 2022, Francisco escribió al presidente de la Conferencia Episcopal alemana, Georg Bätzin, que el país ya tenía una iglesia evangélica protestante y que no necesitaba otra más. La paradoja es que la popularidad papal entre agnósticos y ateos es directamente proporcional a la animadversión que provoca entre sus detractores. En The Crux, John Allen señala que Francisco es un caso evidente del “síndrome Gorbachov”: muy popular fuera –del Vaticano, de la Unión Soviética– pero objeto de acerbas críticas dentro de los enemigos de las innovaciones y de los insatisfechos por la lentitud y timidez de las reformas.