Últimamente, un cierto halo de fatalismo se había instalado en Bruselas. Y motivos los había de sobra: la cumbre de Granada evidenció las discrepancias entre los Estados miembros ante reformas tan urgentes como necesarias; la extrema derecha crece elección tras elección en todo el continente –incluso es segunda en intención de voto en Alemania–; y a las inciertas perspectivas a la guerra de Ucrania, se ha sumado otra brutal guerra en Gaza que ha exhibido las costuras de la política exterior europea. Y en pleno desasosiego, llegó un rayo de esperanza del lugar, quizás, más inesperado: Polonia.
Después de ocho años de choques constantes entre las instituciones europeas y el Gobierno polaco, dominado por el partido euroescéptico y de extrema derecha Ley y Justicia, la victoria de la oposición polaca, liderada por Donald Tusk, expresidente del Consejo Europeo, representa todo un alivio para Bruselas y no pocas capitales europeas. Las urnas abrieron un horizonte de optimismo en las relaciones con uno de los “cinco grandes” países de la UE que no había previsto ninguna encuesta, y la alianza tripartita opositora, formada por los partidos Coalición Cívica (centroderecha), Tercera Vía (centro) y Nowa Lewica (izquierda) dispondrá de una holgada mayoría para poder formar Gobierno.
Entre los factores clave en estas elecciones que han decantado las elecciones, la elevada inflación, los escándalos de corrupción del Gobierno y el hartazgo de algunas políticas de Ley y Justicia, así como de su divisiva retórica. De hecho, la campaña fue especialmente vitriólica, y el partido gobernante convirtió en el eje de su campaña los ataques personales a Tusk, a quien acusaron de “traidor” y de ser un agente alemán. A falta de un análisis detallado con encuestas poselectorales, un voto decisivo puede haber sido el de muchas mujeres habitualmente abstencionistas indignadas por el restrictivo cambio en la legislación del aborto, que recoge ahora muy pocas excepciones. La participación fue de récord histórico, alcanzando un 74%, más de 11 puntos de variación respecto a los comicios del 2010.
«Es posible para la oposición derrotar al Gobierno en ‘sistemas híbridos’, a medio entre la democracia y la dictadura»
Las elecciones ofrecen diversas lecturas positivas que pueden resonar más allá de las fronteras de Polonia. La primera es que es posible para la oposición derrotar al Gobierno en “sistemas híbridos”, a medio entre la democracia y la dictadura. Las reformas de Ley y Justicia habían eliminado cualquier asomo de independencia en algunas instituciones básicas del sistema democrático, como el Tribunal Constitutional, los medios de comunicación públicos, o el Fiscal General. En su informe, los observadores electorales de la OSCE concluyeron que la competición electoral “no fue justa”, ya que el partido gobernante “disfrutó de una clara ventaja gracias a sus indebida influencia en los recursos del Estado y los medios públicos”.
La segunda es que azuzar las bajas pasiones de la población en la cuestión migratoria no es siempre una carta ganadora, un detalle que no es menor en un momento en el que la crisis migratoria parece volver a desbordar a las instituciones europeas. Ley y Justicia había convocado un referéndum con cuatro preguntas, dos de ellas de tinte xenófobo, con el objetivo de ayudarle a galvanizar apoyos. Una de las preguntas era todo un desafío a la UE, pues hacía referencia al pacto migratorio que prevé una distribución forzosa de los migrantes llegados al territorio de la Unión, una propuesta que Varsovia vetó en la cumbre de Granada. Pues bien, la iniciativa fue un fiasco. No solo no aumentó el respaldo a Ley y Justicia, sino que el referéndum ni tan siquiera superó el 50% necesario para ser vinculante porque casi la mitad del electorado decidió boicotearlo.
Por último, el cambio de dirección en Polonia, probablemente, pondrá fin a los conflictos entre Bruselas y Varsovia relativos a las violaciones del Estado de derecho, y puede desatascar las negociaciones sobre asuntos clave, como la reforma de las instituciones para adaptarlas a una nueva ampliación o el pacto migratorio. Hay que tener en cuenta que la influencia de Ley y Justicia en la UE era corrosiva, pues incluso defendía que el derecho nacional prevalecía sobre el comunitario, uno de los pilares sobre los que se asienta el proyecto europeo. El otro líder díscolo, Viktor Orban, pierde a su gran aliado, y podría quedar completamente aislado a la espera de cuál sea la línea que adopte el nuevo Gobierno de Eslovaquia, liderado por un populista euroescéptico, Robert Fico, pero cuyo gabinete incluye a un partido europeísta.
Con el liderazgo de Tusk, Polonia podría ocupar un papel de renovada importancia en el seno de la Unión. La guerra de Ucrania ya desplazó el centro de gravedad de la UE hacia el este, pero Ley y Justicia no lo supo aprovechar debido a su ideología. En los círculos de política exterior polacos se ha hablado de la posible resurrección del llamado Triángulo de Weimar, la alianza regional que se formó en 1991 integrada por París, Berlín y Varsovia.
A pesar de las buenas perspectivas en Polonia, no todo será un camino de rosas para el nuevo Gobierno. No existen experiencias previas sobre cómo desandar el camino hacia un “sistema híbrido”, y es previsible que las instituciones controladas actores afines al PiS lo traten de evitar. Para poder descongelar los 36.000 millones que le corresponden a Polonia del fondo anti-Covid, el Gobierno deberá aprobar una nueva legislación sobre el poder judicial. Y el presidente Andrzej Duda, antiguo militante de Ley y Justicia, podría perfectamente vetarla –el nuevo Gobierno no contará con el 60% de los escaños para invalidar el veto–, y el Tribunal Constitucional no adoptará una actitud menos obstruccionista.
El ámbito en el que el cambio será más fácil es en las relaciones con Ucrania, agriadas durante el último mes a causa de la crisis del grano ucraniano, y que llevó a una escalada de tensión después de que el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, anunciara el fin del envío de armas a Kiev. El presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, puede respirar tranquilo. Con Tusk, Polonia se mantendrá dentro del consenso europeo de apoyo sin fisuras al esfuerzo bélico en Ucrania.