Vivimos en un mundo en convulsión en el que se ha difuminado la frontera entre la paz y la guerra. Un mundo de alta competencia entre grandes poderes en el que se instrumentaliza como arma la energía, el comercio, la migración o la información. Al mismo tiempo, el mundo está profundamente interconectado y repleto de vulnerabilidades compartidas. Afrontamos enormes retos de carácter global –el cambio climático, la salud pública o la gobernanza económica– que requieren de coordinación, cooperación y transacciones.
Un incierto y peligroso escenario con actitudes y decisiones de carácter neoimperial, y donde continúa latente la tentación electoral de repliegues nacionales e identitarios, continúa resquebrajando la arquitectura multilateral sobre la cual se ha fundamentado el orden global en los últimos 70 años. El multilateralismo, la voluntad de ordenar el mundo a través del diálogo, normas e instituciones comunes está en grave crisis. El actual esquema multilateral, producto del orden internacional post 1945, y de sus equilibrios, ha dejado de reflejar y representar las actuales cambiantes relaciones de poder, perdiendo con ello legitimidad y relevancia. Del mismo modo, el auge del autoritarismo, el aislacionismo y unilateralismo de grandes actores o el estrés sufrido por las democracias están socavando los cimientos de las instituciones internacionales.
Si bien el método multilateral sigue siendo la mejor fórmula para resolver desafíos globales complejos en un mundo interdependiente, hay que reconocer las limitaciones del actual andamiaje institucional y abordar su reforma y reconstrucción con el objetivo de ganar en eficacia, inclusividad y orientación a resultados. Es necesario abrir este debate. La invasión de Ucrania lo ha hecho más acuciante si cabe porque, de lo contrario, corremos el riesgo de ver el derrumbamiento de las actuales instituciones internacionales por su inoperancia. No sería la primera vez.
En este contexto, el Parlamento Europeo acaba de aprobar un Informe sobre la Unión Europea y la defensa del multilateralismo que intenta abordar este oportuno debate. El multilateralismo está en el núcleo de los valores de la UE, y ambos forman una valiosísima simbiosis, fruto de la propia lógica multilateral usada para la puesta en marcha de la integración europea. Consolidar una Unión como actor geopolítico real e influyente nos permitiría defender con mayor eficacia un orden global basado en reglas y normas. Así es, autonomía estratégica y defensa del multilateralismo son dos caras de la misma moneda. Para ello es necesario reforzar nuestras alianzas con socios que, en algunos casos en función de objetivos y retos, podrían variar para garantizar nuestra eficacia.
La UE debe contribuir y liderar el necesario debate sobre la arquitectura de Naciones Unidas para hacerla más operativa, ejecutiva y funcional. Si bien apoyamos firmemente el programa de reformas introducido por su secretario general, António Guterres, no podemos quedarnos solo ahí. Debemos provocar las conversaciones sobre las transformaciones de fondo, como la necesaria modificación de la composición del Consejo de Seguridad, para buscar un verdadero espejo del mundo actual –incluyendo la creación de un puesto permanente para la Unión– o la limitación drástica del derecho de veto para poder actuar ante crisis en las que uno de sus miembros permanentes está involucrado.
Un multilateralismo renovado también puede ser el motor con el que abordar los desafíos globales urgentes. Los foros multilaterales han tenido un papel clave a la hora de abordar retos como la pandemia del Covid-19 –especialmente la Organización Mundial de la Salud a través de sus decisiones basadas en el conocimiento y las pruebas científicas– o el cambio climático, como bien ejemplifica el Acuerdo de París y sus múltiples Conferencias de las Partes (COP’s). Es necesario extender el multilateralismo a áreas como la mitigación de las desigualdades, la gobernanza económica, la fiscalidad global, la desinformación o la igualdad de género.
En definitiva, el mundo debe reafirmar su compromiso con la defensa y reconstrucción del multilateralismo, y el Parlamento Europeo quiere contribuir a ello. Solo así podremos, en un mundo repleto de tensiones y confrontación, con el latente peligro de una nueva bipolaridad, afrontar los grandes retos del presente y defender nuestros legítimos intereses y valores. Un renovado multilateralismo puede acomodar la emergente multipolaridad y canalizarla a través de instituciones y normas que no hagan de la fuerza el nuevo lenguaje dominante en las relaciones internacionales.