Un halcón para la presidencia de Líbano

Julio de la Guardia
 |  14 de noviembre de 2016

Tras más de dos años y medio de parálisis política e institucional, el veterano líder del Movimiento Patriótico Libre, Michael Aoun, ha sido investido presidente de Líbano. Su investidura llega tras un inesperado intercambio de cartas entre los miembros de la Alianza del 8 de marzo (prosirios, apoyados por Irán) y los de la Alianza del 14 de marzo (anti-sirios, apoyados por Arabia Saudí). El exgeneral, que no logró alcanzar los dos tercios requeridos en primera ronda, pero obtuvo 83 votos dentro de un hemiciclo con 128 escaños en cuarta votación, tras dos intentos anulados por irregularidades. Aoun consiguió así superar la mitad más uno que estipula el ordenamiento jurídico libanés y proclamarse presidente en virtud de los Acuerdos de Taif, que asignan la jefatura del Estado a un cristiano, la del gobierno a un suní y la del Parlamento a un chií.

Aoun es un personaje tan carismático para unos como controvertido para otros, que critican su errática toma de decisiones a lo largo de una dilatada trayectoria política y militar. Después de llevar a cabo las dos últimas campañas que pusieron punto y final a la guerra civil libanesa (1975-1991) –una contra sus propios correligionarios cristianos y otra contra el entonces presidente de Siria Hafez el Asad– y luchar durante 15 años contra el régimen de Damasco desde su exilio parisino, tardó apenas un año en reconciliarse con Damasco tras regresar a Beirut en 2005.

Tal como el nombre de su partido indica, Aoun es ante todo un patriota libanés. Tras el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri en febrero de 2005, todavía irresuelto a pesar de la creación de un tribunal especial de la ONU, que inicialmente apuntó sus pesquisas hacia la inteligencia militar siria, para más adelante dirigirlas hacia Hezbolá; la subsiguiente expulsión del ejército sirio de Líbano y la guerra del verano de 2006 entre Hezbolá e Israel, Aoun optó por realinearse con aquellos que habían sido sus adversarios. A partir de ese momento se asoció con la guerrilla islamista chií –todavía clasificada como organización terrorista por el Departamento de Estado de EEUU– y se negó a aceptar la resolución 1701 del Consejo de Seguridad que llama al desarme de todas las milicias libanesas.

También polémico ha resultado su discurso de investidura, en el que ha situado como principal prioridad el fortalecimiento específico de sus Fuerzas Armadas, pese a que en febrero Arabia Saudí les cancelara la concesión de un crédito de 4.000 millones de dólares después de que el ministro de Exteriores libanés, Gebran Bassil, yerno de Aoun, se negara a apoyar una resolución de condena contra Irán en el seno de la Liga Árabe. El nuevo presidente también abogó por el fortalecimiento genérico de su maltrecha economía. Y en cuanto a los refugiados sirios, Aoun defendió su retorno al país vecino tan pronto como la situación lo permita, provocando la condena de las agencias de ayuda humanitaria.

Aparentemente, la elección de Aoun para la presidencia formó parte de un acuerdo de caballeros forjado entre bastidores durante las últimas semanas por el secretario general de Hezbolá, Hassan Nasrala, y el del movimiento Al Mustakbal, Saad Hariri, encaminado a distender el conflicto entre chiíes y suníes, no solo a nivel local sino también regional. También se debió a la pérdida de influencia de Hariri dentro de la escena libanesa, tanto a nivel político –cedió su bastión tradicional de Trípoli y apenas pudo retener la alcaldía de Beirut en las últimas elecciones municipales–, como económico, fruto de las cuantiosas pérdidas presentadas por su empresa familiar Saudi Oger Ltd., con cuyos beneficios financiaba el partido y sus apéndices mediáticos, como la cadena de TV Al Mustakbal.

 

Retos del nuevo Gobierno

A modo de contrapartida, Aoun ha nombrado primer ministro a Hariri, pero no será fácil que alcancen un acuerdo para la formación del gabinete. Con toda probabilidad, el Movimiento Patriótico Libre jugará la baza de que cuenta con el mayor número de parlamentarios cristianos (27), mientras que el también cristiano Samir Geagea –que formó parte de la terna de candidatos junto al también veterano Suleimán Franghi– reivindicará el haber pospuesto sus ambiciones presidenciales para acaparar algún ministerio importante. No obstante, también podrían formar un gabinete interino de tecnócratas, teniendo en cuenta que las elecciones legislativas están previstas para la segunda mitad de 2017 y que por tanto el gobierno nace con fecha de caducidad.

Si hasta ahora Líbano ha conseguido librarse del temido efecto contagio de la guerra civil siria, el riesgo hoy día es incluso menor. Los dos principales actores regionales que practican guerras interpuestas –Arabia Saudí e Irán– tienen ya bastantes frentes abiertos en Siria, Yemen e Irak. Así, si este nuevo experimento de reconciliación nacional entre los dos grandes bloques llegara a funcionar –pese a los retos que presenta dadas sus inmensas contradicciones internas–, podría generar un efecto positivo en la región, mitigando la confrontación sectaria entre suníes y chiíes. Para el mundo árabe, esto resulta más importante que antes dado el nuevo factor de incertidumbre y volatilidad que ha introducido la todavía indefinida estrategia regional a seguir por Donald Trump.

No obstante, para conseguir este objetivo, el nuevo gobierno tendrá que resolver primero sus graves problemas domésticos. Empezando por la crisis de la gestión de los residuos sólidos y la mala calidad de las infraestructuras del país, que han desatado inusitadas y multitudinarias manifestaciones durante el último año. Como en Europa, estos movimientos sociales emergentes escapan cada vez más al control de los partidos políticos, añadiendo un claro rechazo hacia la clase política tradicional debido a sus altos niveles de corrupción y nepotismo –Aoun siempre criticó la transmisión del poder de padres a hijos entre las familias Gemayel o Hariri, pero luego hizo secretario general de Al Mustakbal a su propio yerno, por lo que fue criticado por practicar el mismo nepotismo que antes había condenado– y su falta de sensibilidad hacia los problemas sociales.

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