El año ha empezado con aires caóticos. Un arranque lento de la esperada campaña de vacunación contra la Covid-19, sorpresas climáticas y el asalto al Capitolio de los Estados Unidos que ha dejado al mundo perplejo. Abstraerse de la urgente inmediatez política es difícil, pero si hacemos el esfuerzo de poner la mirada en el largo plazo, se identifican dos fechas clave para Europa: el 26 de septiembre de 2021 –elecciones generales en Alemania– y la primavera de 2022 –celebración de las elecciones presidenciales en Francia–. Estas dos contiendas electorales determinarán el futuro del eje franco-alemán y el rumbo que tome la Unión Europea en la segunda mitad del mandato de la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen.
La mayor incógnita de las generales alemanas, que se despejará en los próximos días, es quién será el candidato de la coalición CDU/CSU. Previsiblemente –aunque no necesariamente– será el sucesor de Angela Merkel al frente de la CDU, liderazgo disputado hoy por tres hombres: Friederich Merz, el hasta ahora favorito y más escorado a la derecha, Norbert Röttgen, del ala centrista-liberal, y Armin Laschet, continuista.
A Merz le apodan el “Trump alemán”, defiende sin complejos la cooperación con la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD), critica la “inmigración excesiva” que en su opinión copa las listas del paro, y guarda un preocupante silencio sobre el papel de Alemania en la UE. Röttgen, antiguo ministro de Medio Ambiente, apuesta por la transición ecológica, es un firme europeísta que rehúye el mantra neoliberal de bajar impuestos y habla orientado a conquistar a los votantes más jóvenes, a los que considera depositarios de la llave de la política alemana del futuro y que hoy se inclinan mayoritariamente hacia los verdes. Laschet es el ministro-presidente del importante Lander de Westfalia, y está profundamente alineado con Merkel y sus políticas, aunque en 2017 abogó por pasar página a la gran coalición con el SPD e impulsar un gobierno tripartito con verdes y liberales. ¿Premonitorio?
Se abren así tres escenarios posibles: el mantenimiento del statu quo post-Merkel con Laschet, la apertura de una época de trumpismo germano con Merz, o una nueva alianza derecha-verdes con Röttgen, ya inaugurada en Austria, que podría servir perfectamente como modelo a exportar al resto de Europa. Esta opción situaría a la derecha democristiana del Partido Popular Europeo en una posición dominante en la arena política.
La huella política de Merkel en Europa es tan profunda que su sucesión al frente de la CDU tiene el potencial de determinar las futuras relaciones de la derecha europea con otras familias políticas: desde el partido de Viktor Orban, que puede verse expulsado de su afiliación europea, hasta para con las fuerzas ecologistas. Sin embargo, su legado puede terminar siendo un dardo envenenado para la UE si al férreo, pausado y efectivo liderazgo merkeliano termina por sucederle un modelo de derecha radical populista que importe la crispación y polarización vista en otras latitudes.
Del mismo modo, la elección de un candidato más reaccionario puede dejar huérfano a un nicho importante de votantes moderados que podría ser conquistado por el candidato socialdemócrata, Olaf Scholz, dando un vuelco político casi sin precedentes. No obstante, esta posibilidad parece hoy, según las encuestas, extremadamente remota.
Elecciones en Francia en 2022
Las elecciones francesas de la primavera de 2022 serán la prueba de fuego de Emmanuel Macron. A poco más de un año vista, lo que pueda pasar es aún impredecible, pero ya se empieza a mover algo en la política francesa y los partidos se disponen a preparar esa batalla.
Macron juega claramente en el campo de la derecha, a sabiendas de que hoy por hoy no existe rival real en el flanco izquierdo. Su última reforma del gobierno puso fin al liderazgo de Edouard Philippe –relativamente popular y situado como potencial rival en la derecha– y colocó a un desconocido –y anticarismático– Jean Castex como primer ministro. Esa remodelación encumbró a figuras destacadas de la derecha francesa, como el actual ministro del Interior, Gérald Darmanin (que se manifestó contra el matrimonio igualitario en 2013) y ha dado paso a una polémica agenda conservadora en materia de políticas públicas.
Es esperable que Macron confíe en que los electores de izquierdas opten por él y su microcosmos de partidos satélites de centroderecha para frenar a las marcas tradicionales de la derecha (Les Républicains) y la ultraderecha (Ressemblement National) ante la ausencia de un vehículo electoral progresista. Sin embargo, la política francesa está tan acostumbrada al sobresalto de última hora que no es descartable un retorno de la izquierda en el tiempo de descuento. Recordemos la presentación a pocos meses de los comicios de 2017 de la candidatura del propio Macron o el escándalo del falso empleo de Penélope Fillon que dinamitó la candidatura de los republicanos.
La unión de la izquierda sigue siendo una quimera, en parte por la radicalidad e intransigencia de La France Insoumise de Jean-Luc Mélenchon. Pero una candidatura socialista-verde, liderada por la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, daría un verdadero vuelco al tablero político y podría dibujar una inesperada segunda vuelta, aunque fuera por pocas décimas. Los críticos de Hidalgo, que arrasó el pasado verano en las elecciones parisinas, señalan su supuesta falta de conexión con la Francia real –el mundo rural– como principal debilidad de una futura candidatura presidencial. Sin embargo, esta desconexión no es en ningún caso mayor que la de Macron, percibido por los electores de la periferia como un presidente de la alta administración y de la élite dominante parisina.
Estas dos elecciones, que a día de hoy son abiertas e inciertas, marcarán sin duda el rumbo de Europa en la segunda mitad del mandato de Von der Leyen, que termina en 2024. La UE se juega mucho; desde la consolidación de la recuperación económica post-pandemia, hasta la consecución de los objetivos de neutralidad climática o a dar cumplimiento a los objetivos de la Agenda 2030.
La configuración del nuevo eje franco-alemán tendrá también una evidente traducción en la profundización de la arquitectura comunitaria en asuntos tan importantes como el marco de recursos propios, la defensa o el aumento de las capacidades políticas del actual entramado institucional hacia una mayor federalización. Paralelamente, está también en juego el liderazgo tradicional que ha desempeñado el eje París-Berlín, puesto que los gobiernos de Pedro Sánchez en España y António Costa en Portugal han demostrado estar firmemente convencidos de la necesidad de desempeñar un rol más determinante en la Unión, y de compensar ese binomio con un eje ibérico en la necesaria profundización del proyecto europeo.
Correcto y acertado artículo de Enric que nos expone con claridad y sin partidismos aparentes la situación europea a corto y medio plazo.
A la espectativa de las secuelas finales de la pandemia, habrá que estar atentos a posibles cambios y candidatos.