El discurso público sobre la transición energética suele centrarse en la cuestión de la suma: ¿podemos añadir las suficientes turbinas eólicas para que produzcan un cuarto de nuestra electricidad? Desde el punto de vista de la protección del clima, sin embargo, lo relevante es el lado sustractivo de la transición. El objetivo es evitar quemar combustibles fósiles, porque a la atmósfera no le importa si lo conseguimos haciendo funcionar la secadora con energía renovable, consiguiendo que sea más eficiente o dejando de usarla.
Es como el tabaco, otro producto que quemamos durante largo tiempo antes de ser conscientes de sus efectos sobre la salud. Podemos abandonar toda esperanza de dejar de fumar si no hacemos deporte, meditamos o vapeamos. Pero incluso haciendo todas estas cosas, por muy saludables que sean, si sigues fumando un paquete al día no conseguirás reducir el riesgo de padecer cáncer de pulmón.
Este hecho irritante –que necesitamos dejar de consumir recursos todavía valiosos– es lo que hace de esta transición hacia un mundo de bajas emisiones distinta a las anteriores transiciones energéticas, y lo que convierte el abandono del carbón en un elemento tan importante de la política climática de la Unión Europea.
Las ascuas del carbón se apagan
La buena noticia es que el carbón dice adiós en Europa. En 2019, las energías eólica y solar generaron más electricidad que los combustibles fósiles por primera vez en la historia, mientras las plantas eléctricas de la Unión quemaban 339 millones de toneladas de carbón, muy por debajo de las 586 de 2012. Este 2020 arruinado por la pandemia ha visto un descenso aún más acusado: la electricidad generada por carbón ha caído un tercio debido al invierno suave, a la baja demanda por los confinamientos y al coste decreciente de las renovables.
Aunque la tendencia es clara, los datos a nivel europeo esconden grandes diferencias entre países. Suecia, Austria y Bélgica han cerrado ya sus últimas centrales eléctricas de carbón. Este es cada vez más irrelevante en Reino Unido, Italia y Francia, que planean dejar por completo el carbón a lo largo de los próximos años. Por detrás marchan Eslovenia, Bulgaria, Grecia y República Checa: todos generan un porcentaje considerable de su electricidad mediante el carbón, pero debido al tamaño de sus economías, el daño que causan al clima es limitado.
Y luego están Alemania y Polonia. En la primera mitad de 2020, cada uno generó tanta electricidad mediante carbón como el resto de la UE en su conjunto. Y ninguno tiene planeado dejar de quemar carbón en breve.
‘Kohleausstieg’
En julio, Alemania aprobó una ley que asegura el final de la electricidad generada por carbón para 2038 como muy tarde. Por desgracia, el Kohleausstieg (salida del carbón) se impondrá tan lentamente que es incompatible con los objetivos del Acuerdo de París: para alcanzarlos, el German Institute for Economic Research calcula que Alemania debería abandonar el carbón en 2030. Los críticos afirman, además, que la ley compensa en exceso a las compañías eléctricas por operar centrales de carbón que no serán rentables de todos modos.
Por otro lado, el proceso es un ejemplo claro de cómo conducir y gestionar el declive de una industria tan importante: compañías eléctricas, mineros y regiones del carbón y una mayoría del Bundestag fueron capaces de llegar a un compromiso. Los 40.000 millones destinados a regiones dependientes del carbón es una señal de que el gobierno es consciente de la magnitud de la tarea. Y el abandono del carbón podría lograrse más deprisa de lo esperado: la deputy o agencia federal alemana estima que podría conseguirse para 2035. Una fecha cara que llega demasiado tarde es mejor que no tener fecha alguna.
Luz al final de la mina
Polonia no ha fijado una fecha para dejar el carbón. El viceprimer ministro, Jacek Sasin, ha dicho que “creemos que la dependencia de Polonia de la energía del carbón terminará en 2050 o incluso 2060”, un programa que hace que el lento plan alemán parezca un esprint de 100 metros.
El gobierno del partido conservador y nacionalista Ley y Justicia (PiS) es especialmente próximo a la industria del carbón, pero la política no es el único obstáculo al cambio rápido. Polonia es reticente a sustituir parte del carbón por gas ruso (como ha hecho Alemania) y no tiene centrales nucleares (Alemania pronto las dejará de tener, en consonancia con los objetivos adoptados en 2011). Antes de las elecciones legislativas de 2019, el principal grupo de la oposición, Coalición Europea, propuso 2040 como fecha para dejar el carbón. Así, parece que la desaparición del carbón será lenta en Polonia, con independencia de quien gobierne.
No es que los dirigentes polacos ignoren que el futuro del carbón no es radiante. Tomasz Rogala, consejero delegado de la compañía pública PGG, gigante del carbón, admite que “la situación es crítica”. El ministerio de Supervisión de Bienes Públicos, que dirige Sasin, presentó a finales de julio un plan de reestructuración de PGG. El plan habría cerrado este año numerosas minas en pérdidas, reducido temporalmente los salarios de los mineros, creado un fondo para reeducar a quienes dejasen el trabajo en la mina e incluso fijó 2036 como fecha para que el país abandonase el carbón.
Debido a la presión de los poderosos sindicatos, el gobierno retiró sus planes de reestructuración. (Polonia continúa con un plan para combinar sus tres compañías públicas en dos grupos, uno para el carbón y otro para la energía no derivada del carbón, el cual abrirá el camino para nuevos cambios.) Ahora quiere crear una comisión, que incluya representantes sindicales, para encontrar una solución aceptable para todos.
Los mineros se beneficiarán de una reserva estratégica de carbón duro, recién creada, valorada en 30 millones: el último episodio de ayuda estatal para una industria que se ha vuelto dependiente de ella. Los mineros polacos tienen que excavar cada vez más profundo para llegar al carbón, encareciendo su extracción. De hecho, las compañías polacas han estado importando grandes cantidades de carbón ruso porque es más barato y de mayor calidad, toda una contradicción en un país tan preocupado por no depender de la energía que viene del este.
Vecinos enfadados
Los costes más elevados de la minería y la presión por parte de ciudadanos enfadados por el aire sucio –en 2016, 33 de las 50 ciudades más contaminadas de Europa estaban en Polonia– son las fuerzas internas que trabajan en contra de la industria de carbón polaca. Pero también está la presión externa, proveniente sobre todo de Bruselas. El coste cada vez mayor de los permisos de emisión europeos en los tres últimos años no ha hecho más que aumentar el precio de las centrales eléctricas de carbón. Y una de las razones de que las compañías polacas se hayan arriesgado a sufrir la furia de los mineros polacos importando carbón ruso se debe a su contenido en sulfuro, lo suficientemente bajo para cumplir con las normativas de la UE, cosa que no sucede con el carbón polaco.
A medida que las normativas europeas se vuelven más estrictas y crece el presupuesto de la UE, las presiones externas aumentarán. Por ejemplo, según el presupuesto europeo y el fondo de recuperación acordado durante la presidencia alemana del Consejo, Polonia solo recibirá el 50% de las partidas del Fondo de Transición Justa (de 17.500 millones) a las que tiene derecho, al negarse a firmar el objetivo de la UE de cero emisiones netas para 2050.
Para los dirigentes polacos, perder una pequeña parte de ese dinero, destinado a las regiones más dependientes de los combustibles fósiles, no cambiará de manera fundamental la ecuación del carbón. Pero el hecho de que la UE condicione algunos fondos a la acción climática (por no hablar del Estado de derecho) establece un precedente que podría terminar siendo caro para Varsovia. Si la UE aprueba la propuesta de la Comisión Europea de incrementar el objetivo de reducción de emisiones del 40-55%, será muy difícil para Polonia cumplir con sus obligaciones.
Conclusiones del Consejo insatisfactorias
Cuando llegue la hora de negociar los próximos presupuestos en 2027, el carbón se enfrentará a un entorno aún más desfavorable. Las políticas europeas estarán todavía más europeizadas, quizá incluso con listas transnacionales de candidatos al Parlamento Europeo. El próximo presupuesto probablemente representará una porción mayor de los ingresos de los Estados miembros y estará más condicionado por la acción climática. La presión de organismos internacionales y de socios comerciales también se dejará sentir.
Podríamos incluso imaginar la próxima presidencia alemana del Consejo, allá por 2034. Greta Thunberg tendrá 31 años, la próxima generación de jóvenes activistas climáticos estará menos inclinada al compromiso y los consumidores de la UE exigirán más información sobre la huella climática de sus productos. Polonia y Alemania, sin embargo, aún estarán quemando carbón para conseguir electricidad. El carbón puede estar en declive en Europa, pero todavía hay mucho trabajo por delante para asegurar que no tenemos los mismos debates sobre el carbón en siete años. O en 14.
Artículo publicado originalmente en berlinpolicyjournal.com.