Hace exactamente un año comenzaban las protestas en la plaza de la Independencia de Kiev. ¿Cuál era la situación entonces y cuál es la situación actual?
Hace un año Ucrania estaba sumida en una profunda crisis económica, que había provocado un fuerte recorte de prestaciones sociales, con los salarios congelados, en un país donde los sueldos medios no superaban los 100 dólares. Ucrania se encontraba al borde del abismo. El entonces presidente, Víktor Yanukóvich, hacía y deshacía a su gusto, con su principal rival política, Julya Timoshenko, en la cárcel y sus redes clientelares funcionando a toda máquina.
En esta situación se encontraba el país cuando Yanukóvich decidió no acceder a la firma del acuerdo de asociación ofrecido por la Unión Europea, a tan solo 48 horas de la cumbre de Vilnius. Al tiempo que daba esta respuesta a Bruselas, tenía lugar un mayor acercamiento a Rusia, que le ofrecía ayuda financiera de manera inmediata, además de una sustantiva reducción de los precios del gas.
El 21 de noviembre los ciudadanos de Kiev comienzan a tomar las calles. Los primeros en llegar fueron los jóvenes estudiantes proeuropeos. Cuando comienzan las primeras cargas de la Berkut, aparecen los veteranos de Afganistán, excombatientes del Ejército Rojo. Más adelante, se sumarán otros grupos de la sociedad ucraniana, religiosos y no religiosos, tártaros de Crimea, líderes judíos, activistas del colectivo LGTB y también la extrema derecha representada por Svodoba. Todos ellos cansados de la corrupción del presidente y de la clase oligárquica que controla Ucrania. Su objetivo era derrumbar la presidencia de Yanukóvich y forzar un adelanto de las elecciones presidenciales y parlamentarias.
La movilización del Maidán efectivamente comenzó un proceso de cambios profundos en un país que durante 22 años no ha conseguido alcanzar un consenso sobre su identidad nacional ni sobre su política exterior. Estos dos factores fueron el detonante de los acontecimientos que comenzaron en noviembre de 2013 y que se han transformado en una crisis territorial e institucional sin precedentes en Ucrania. Así, además de conseguir sus objetivos primigenios, destitución del Yanukóvich, el adelanto de las elecciones presidenciales y parlamentarias y la firma del acuerdo de asociación con la UE –ratificado en septiembre–, las movilizaciones abrieron la caja de pandora de otros problemas que habían permanecido aletargados durante décadas. A lo largo de 2014 se ha ampliado la fractura entre las distintas regiones que conforman el país, de un lado el este y el sur; de otro el centro y el oeste. Esta fragmentación se ha materializado a través del conflicto en las regiones del Donbás y se ha consumado con la anexión de Crimea a la Federación Rusa.
Pero, además, la crisis de la economía ucrania tampoco ha mejorado. Las reservas de divisas han caído, la moneda nacional ha perdido un 50% de su valor frente al dólar y la economía depende en su totalidad de la buena voluntad y los préstamos que puedan llegar desde el Fondo Monetario Internacional. Esta grave situación, junto con la lentitud en la puesta en marcha de las reformas institucionales necesarias para terminar con la corrupción, sitúan al país ante el riesgo de una nueva movilización social que tendría un desenlace incierto.
La permanente inestabilidad en la frontera oriental de la UE es en parte consecuencia de los errores cometidos por Bruselas en el origen de la crisis del Maidán y, posteriormente, ante la falta de firmeza ante el conflicto armado en las regiones del Donbás. Hoy la UE ve cómo su papel en la región ha quedado relegado a un segundo plano, dándole el protagonismo y la iniciativa a algunos Estados miembros como Alemania, lo que resta importancia a la Unión como actor global, incluso en su vecindad cercana. El reto que tiene ahora por delante Bruselas es superlativo: intentar recomponer una posición homogénea, firme y estratégica entre los Estados miembros en relación con la Federación Rusa, orientada hacia la cooperación o hacia la competición. Al mismo tiempo, la UE debe actuar como mediadora en el proceso de estabilización y pacificación de Ucrania de manera activa.
En definitiva, la crisis abierta hace un año en Ucrania ha producido cambios inesperados para todos los actores implicados. Nada volverá a ser lo que era en la frontera oriental. Ucrania ha desaparecido tal y como la conocíamos. Europa tiene que volver a asumir su papel de pacificador en el Este, sin dejar de mirar de reojo a Moscú, si quiere mantener su credibilidad internacional. Pero además la UE tiene que tomar decisiones en relación con Rusia y buscar alternativas factibles en caso de un escenario de ruptura en el ámbito económico, especialmente en áreas tan sensibles como la energía. La OTAN ha visto oxigenada su razón para existir y los republicanos de Estados Unidos han desempolvado sus discursos y retórica de los años setenta. El espíritu de la guerra fría nos ha sobrevolado a lo largo del último año, eso sí, mucho más cargado de pragmatismo y realtpolitik que nunca.
Por Ruth Ferrero-Turrión, profesora de Ciencia Política, Investigadora Instituto Complutense de Estudios Internacionales. @RFT2