Dos meses y medio después del inicio de la invasión de Ucrania por Rusia, se pueden extraer ya algunas conclusiones provisionales. Es cierto que es muy prematuro ir más allá. La evolución de la guerra está sujeta aún a muchas incógnitas y variables, y la desinformación o las informaciones sesgadas o falsas, propias de cualquier conflicto bélico, dificultan hacer afirmaciones taxativas o, ni tan siquiera, mínimamente sólidas y basadas en realidades incontestables.
Pero algunas cosas sí que pueden ya afirmarse. El objetivo de Rusia era, sin duda, efectuar una ofensiva rápida y contundente –basada a priori en un enorme desequilibrio de fuerzas– que tuviera como consecuencia inmediata el colapso de las instituciones ucranianas y la caída del gobierno de Volodímir Zelenski y su sustitución por uno títere que neutralizara de facto la soberanía y su subordinación a los intereses estratégicos de Moscú, evitando cualquier posibilidad de una integración de Ucrania tanto en la Alianza Atlántica como en la Unión Europea.
Además, Rusia pretendía controlar, más allá del Donbás en su totalidad y de Crimea –que ya forma parte de Rusia desde 2014–, dos corredores. Uno, al este, entre Crimea y Rusia; otro, al oeste, entre Crimea y Trasnistria, cortando cualquier acceso directo de Ucrania al mar de Azov y al mar Negro. Rusia controlaría así todos los puertos e impediría el libre acceso a la principal vía comercial de Ucrania, que debería someterse a los intereses de Moscú, convirtiéndose en un país vasallo.
«Rusia pretendía lanzar un mensaje a Occidente, que tendría que asumir que cualquier nueva ampliación de la OTAN no sería posible»
Parece difícil pensar que Rusia quisiera invadir y, en consecuencia, ocupar la totalidad del país. Para ello, las fuerzas militares terrestres desplegadas deberían ser sustancialmente mayores y solo sería posible con una movilización forzosa masiva difícil de sostener, máxime teniendo en cuenta la más que previsible resistencia ucraniana y una población muy mayoritariamente hostil.
Por otra parte, Rusia pretendía lanzar un mensaje a Occidente, que tendría que asumir que cualquier nueva ampliación de la OTAN no sería posible y que, si quisiera reconstruir una mínima arquitectura de seguridad en el continente, debería replegar sus efectivos militares a las posiciones previas al colapso de la Unión Soviética.
Tal pretensión descansaba sobre dos convicciones. La primera se derivaba de la débil respuesta occidental a las anteriores agresiones rusas en Moldavia –apoyando la “independencia” de Trasnistria–, en Georgia –haciendo lo propio con Osetia del Sur y Abjasia– o en la propia Ucrania en 2014, con la anexión ilegal de Crimea y la ocupación parcial del Donbás. Sin contar con las intervenciones en Siria y en Libia –indirecta, pero patente– o el uso del ejército ruso en apoyo del gobierno kazajo hace unos pocos meses. Rusia no contaba con una respuesta unitaria y contundente de la Alianza Atlántica, con Estados Unidos en una posición inequívoca, al igual que –con todos los matices– la Unión Europea.
La segunda era que EEUU, concentrado en el Indo-Pacífico y en su pugna sistémica con China, no iba a considerar la invasión de Ucrania como una amenaza a sus intereses vitales y a su seguridad. Pero esa misma concentración en el Indo-Pacífico comporta la necesidad de un compromiso con sus aliados en Europa, para transmitir un mensaje disuasorio claro a China ante cualquier tentación de intervenir en Taiwán.
«La resistencia heroica de Ucrania ha propiciado que Occidente aporte cada vez más dinero y armas, convencido de que puede evitar la victoria de Moscú y debilitar no solo la imagen y prestigio de sus fuerzas armadas, sino de la propia economía rusa»
Al mismo tiempo, la caída del gobierno de Zelenski parecía tarea fácil, comenzando por la eliminación física o, en el mejor de los casos, su salida al exilio, propiciando un vacío que llevara a una rendición inmediata del ejército ucraniano.
Todo eso le ha fallado a Vladímir Putin. Los resultados hasta ahora son todos contraproducentes para sus intereses. La resistencia heroica de Ucrania y el valiente y eficaz liderazgo de Zelenski no solo han roto sus planes, sino que han generado una mayor e irreversible conciencia nacional ucraniana y anti-rusa, en contradicción con el sueño nacionalista de la gran Rusia eslava. Y ha propiciado que Occidente aporte, cada vez en mayor medida, dinero y armas a Ucrania, desde la convicción que ello puede evitar la victoria de Moscú y debilitar no solo la imagen y prestigio de sus fuerzas armadas, sino de la propia economía rusa, enormemente castigada por las sanciones y por las necesidades financieras de mantener una guerra de desgaste indefinida.
Al mismo tiempo, la OTAN ha movilizado sus capacidades en la frontera con Rusia más que nunca y se ha abierto la puerta a una ampliación inmediata para dar respuesta a las inquietudes de países hasta ahora neutrales como Suecia y Finlandia, estrechando el cerco en el Báltico. La Alianza ha recuperado plenamente su “objeto social” y el apoyo mayoritario de los ciudadanos europeos ante la evidencia de la amenaza rusa a su seguridad colectiva, reforzando además el vínculo transatlántico.
Es cierto que, mientras las sanciones no incluyan medidas contundentes sobre las importaciones de hidrocarburos, Rusia está evitando su colapso económico. De momento, el rublo se sostiene y su sistema bancario ha mostrado su resiliencia. Pero incluso antes de que las sanciones energéticas vayan materializándose, todo apunta a una caída del PIB en torno al 15% y una inflación superior al 20% para este año. De ahí la enorme relevancia de los debates en el seno de la Unión sobre las importaciones de carbón –ya decidida su eliminación–, petróleo –que saldrán adelante pronto, a pesar de las dificultades– y, por supuesto, gas. La posición final de Alemania en este punto es crucial. Y se va avanzando. En cualquier caso, la aceleración del calendario de reducción drástica de su dependencia del gas ruso es ya una realidad.
«Un factor decisivo ha sido la ventaja ucraniana a la hora de controlar las comunicaciones del ejército ruso o su capacidad para neutralizar ciberataques sobre infraestructuras críticas»
Por otra parte, todos los analistas militares están de acuerdo en mostrar su sorpresa ante las evidentes pruebas de incompetencia militar por parte de las fuerzas armadas rusas, tanto desde un punto de vista estratégico como táctico y operativo.
La manera de plantear la invasión, atacando de manera descoordinada en cuatro frentes, los flagrantes problemas logísticos, la escasa o nula coordinación entre las fuerzas terrestres y la artillería y la aviación, o la no concreción de su superioridad aérea y naval son algunas muestras. Es sorprendente que no explotase la enorme asimetría entre las respectivas fuerzas aéreas, o el humillante hundimiento del Moskva, su buque insignia en el Báltico.
Ambas cosas tienen sus consecuencias en el campo de batalla: los aviones rusos apenas disponen de armamento guiado, lo que les obliga a volar bajo y ser blanco fácil de los ataques antiaéreos ucranianos, y los buques rusos han tenido que alejarse de la costa, haciendo cada vez más difícil un asalto anfibio a Odesa.
En buena medida, en la base de esos hechos está la ventaja ucraniana a la hora de controlar las comunicaciones del ejército ruso –algo letal para sus intereses– o su capacidad para neutralizar ciberataques sobre infraestructuras críticas. Evidentemente, esto ha sido posible gracias a la ayuda estadounidense, que viene dándose desde 2014, después de la primera guerra ruso-ucraniana.
Pero tampoco conviene olvidar otra realidad: la enorme corrupción que ha ido en detrimento de equipamientos o de mantenimiento adecuados –sin obviar que la corrupción es también generalizada en Ucrania–. O la gran diferencia entre las fuerzas armadas: la moral de la tropa. Los ucranianos luchan por su libertad y la supervivencia de su propio país. Los rusos, tropas de leva en su mayoría, están desmotivados y sin objetivos claros y sometidos a unos mandos descoordinados entre sí, mal comunicados y que, por la necesidad de estar sobre el terreno, han sufrido importantes bajas.
«Las enormes pérdidas humanas y materiales por parte de Rusia probablemente han impulsado la devastación y los crímenes de guerra»
No sabemos las cifras reales, pero todo apunta a enormes pérdidas humanas y materiales por parte de Rusia. Lo que por otra parte no ha obstaculizado –probablemente ha impulsado– la devastación en las zonas de conflicto, los crímenes de guerra y los bombardeos masivos contra la población civil en las ciudades.
El resultado de todo ello sí que es patente: Rusia ha abandonado, al menos por ahora, la ocupación de Kiev y su presencia en el norte, el este y el sur, para concentrarse en el sureste y consolidar su posición en el conjunto del Donbás, incluyendo un corredor hasta Crimea, con el trágico peaje de la destrucción criminal de Mariupol. Difícilmente, podrá aspirar a tomar Odesa, al menos en un plazo previsible, aunque pueda seguir bombardeándola con misiles, desde el mar Negro, mientras dure el enfrentamiento bélico.
Dicho en breve: todo apunta a que ninguno de los dos bandos va a aceptar su derrota, pero tampoco podrá cantar victoria. Estamos ante una guerra de desgaste con dos ejes de coordenadas: los límites de la capacidad económica y militar rusa de mantenerla mucho más tiempo y los límites de la resiliencia ucraniana, determinada por los suministros de Occidente, que van a ser duraderos y crecientes, dado el objetivo de debilitar a Rusia y que abandone cualquier tentación de futuras agresiones.
Las víctimas de esta historia son los soldados, los civiles y los millones de desplazados ucranianos que sufren las consecuencias de un conflicto geopolítico de enorme magnitud. Por ello, es perentorio un alto el fuego, que se podría producir cuando las partes entiendan que no les conviene prolongar el conflicto, dados los costes que esto supondría. Probablemente, no estamos aún en ello, porque las partes piensan que todavía pueden mejorar su posición relativa.
Rusia ya ha perdido la guerra, pero difícilmente va a asumirlo. Y Ucrania, a pesar de todo, la está ganando –simplemente porque no la pierde–, pero a un coste cada vez más inasumible.
El resultado más previsible, en este contexto, es la cronificación del conflicto. Solo cuando eso se produzca habrá que pensar en eventuales posibles salidas diplomáticas que respondan únicamente la voluntad soberana de los ucranianos. No es admisible una nueva Yalta en la que unas potencias externas deciden sobre el futuro de las naciones, en función de sus intereses geopolíticos y de la correlación de fuerzas.
Hoy por hoy, el alto el fuego no parece todavía posible. Pero no perdamos la esperanza de que el sufrido y valiente pueblo de Ucrania consiga la paz, la seguridad y la libertad que, sin duda, se están ganando con el precio de su ingente sacrificio. Nuestra responsabilidad moral nos obliga a apoyarles. Porque también están luchando por nosotros y por nuestra seguridad y libertad.
Un buen analisis de la situación de esta guerra sangrienta.
Como siempre, toca varios temas.
Para empezar, estoy de acuerdo en que la clave está en dejar de comprar petróleo y gas a Rusia. De hecho, he leído que Alemania ha contratado ya 4 plataformas regasificadoras flotantes para poder llevar el gas en barcos gaseros hasta sus costas.
Por lo que se refiere a Putin, creo que es la cara visible de un grupo de ricachones y que estará ahí mientras les interese. En cuanto la UE pueda dejar de comprar gas a Rusia, seguro que lo echarán del Gobierno.
Más que otra cosa, porque, estos ricachones van a tener grandes pérdidas y también porque podría haber muchas revueltas populares a causa del encarecimiento generalizado.
Ciertamente, los soviéticos estaban acostumbrados a soportarlo todo, pero era porque no conocían el modo de vida de Occidente. Sin embargo, ahora los rusos se han acostumbrado a las comodidades y no van a querer vivir de otra manera.
En cuanto a la negativa de abandonar el país de Zelenski, yo creo que ha sido todo un revulsivo para los ucranianos.
Posiblemente, si no hubiera animado a todos los ucranianos a tomar las armas , estoy seguro de que su Ejército se hubiera rendido enseguida, reconociendo que el ruso es mucho más poderoso.
Algo parecido a lo que ocurrió en España en 1808. Cuando fue el pueblo el que tuvo que enfrentarse a pecho descubierto a los franceses, porque los militares decían que era muy arriesgado combatir contra el mejor Ejército del mundo.
Sigo pensando que USA no va a intervenir en Taiwán. Las relaciones exteriores se mueven por intereses y ya sabemos que USA dejó tirada a Taiwán en los años 70, porque quería hacer negocios con China.
Por ello, creo que USA sólo quiere la fábrica de microchips de TSMC de Taiwán, la cual va a trasladarse a Japón. En cuanto que se vaya, es muy posible que deje que entre China en Taiwán.
Del mismo modo, Rusia quiere conquistar las zonas sur y este de Ucrania, porque es donde están unos grandes yacimientos de gas y de litio.
Incluso, quiere apropiarse de las mayores empresas fabricantes de neón del mundo, cuyas sedes están, curiosamente, en Mariupol y en Odessa.
Rusia no puede ganar la guerra, porque se enfrenta a millones de combatientes ucranianos muy bien armados y no tiene otros tantos millones de soldados rusos, salvo que decrete el estado de guerra y la movilización general.
Lo que sí están comprobando muchos analistas militares es que el armamento ruso no es tan bueno como siempre se ha dicho.
A mí me llamó mucho la atención el caso de un piloto soviético, que desertó con su caza a Japón en 1976. En el informe que hicieron los técnicos USA, que estudiaron la aeronave, se decía que ni siquiera tenía sillón eyector.
Efectivamente, los civiles son los que más sufren en las guerras. es muy duro que derriben miles de viviendas, pero eso se puede reconstruir. Sólo es cuestión de dinero. Sin embargo, no se puede remediar la pérdida de miles de vidas humanas por la simple y criminal ambición de un dictador.
Decir, como dice Josep Piqué en este artículo, que Ucrania está ganando la guerra es, cuando menos, «wishful thinking». Sus ciudades están siendo bombardeadas (Mariupol está completamente destruida), muchos de sus civiles están siendo masacrados, millones de sus ciudadanos han huido del país, está perdiendo territorio y no está recuperando el ya perdido (Crimea y partes de Donetz y Lugansk). Ahora es seguro que no entrará en la Alianza Atlántica en un futuro imaginable, y ni siquiera en la Unión Europea en mucho tiempo. Ucrania no está ganando ninguna guerra.
Todo esto podía haberse evitado si «Occidente» hubiera sido más inteligente en sus relaciones con Rusia tras la caída de la Unión Soviética, conforme al enfoque «realista» de las relaciones internacionales, según el cual se debe tratar con los países tal y como son, no como se desearía que fueran, en un mundo que se mueve por el interés nacional y la relación de fuerzas.
La invasión de Ucrania no tiene ninguna justificación, pero ello no exime de sus errores a Occidente, empezando por la Unión Europea, que, falta de una visión realista de las relaciones internacionales, propuso un acuerdo de asociación a Ucrania, cuya no firma en 2013 por ese país puso en marcha el mecanismo que ha llevado a la situación actual. Pero los ucranianos (el nacionalismo ucraniano) tampoco están exentos de responsabilidad. El propio Zelensky, calificado de héroe por mucha gente, fue incapaz de conseguir que Ucrania aplicara los acuerdos de Minsk: en lugar de ello, reforzó la discriminación contra los ucranianos de lengua rusa, al cerrar cadenas de televisión y restringir el uso de la lengua rusa, y, además, en 2021, empezó a retomar el tema de la adhesión del país a la OTAN.
Como dice Josep Piqué, todo apunta a una cronificación del conflicto. Pero cuidado, no hay que descartar una ampliación del conflicto fuera de las fronteras ucranianas. Si por Zelensky, Porochenko o Yulia Timoschenko fuera, ya habría guerra abierta entre Rusia y los países de la OTAN. Afortunadamente, Estados Unidos se negó a que se cerrara el espacio aéreo ucraniano. De hecho, el suministro de armas a Ucrania por parte de los países de la OTAN ya significa una intervención en el conflicto: si Rusia quisiera, ya podía haber extendido el conflicto fuera de Ucrania justificándolo por esa intervención. De momento, no ha querido hacerlo, pero suministrar armas cada vez más potentes a Ucrania supone una escalada del conflicto, y Rusia está avisando de ello. Josep Piqué, si mal no recuerdo, dijo en un artículo anterior que Putin se estaba encaminando a un callejón sin salida. De ser así, es mal asunto: siempre hay que buscar y dejar una puerta de salida al enemigo. En caso contrario, este podría tomar acciones desesperadas, que podrían ser catastróficas.
El hecho de haberse actuado con políticas erróneas por parte no sólo de Rusia y Ucrania sino de Europa USA y la OTAN , la historia lo analizará basándose en hechos consumados, bien; pero ya ha comenzado una ruptura irreparable del tablero mundial -dando por hecho que Rusia ha perdido al pueblo Ucraniano para un siglo y a varios miles de millones del mundo civilizado- que desconfiamos de ésa cultura como de un volcán a la puerta de casa, porque parece no tienen remedio ni sus gobernantes ni por desgraca el pueblo que les aplaude , salvo en caso de una catársis cultural que es lo que necesitan para eliminar el lastre de corrupción endogámica y fanatismo que les ciega.
Una vez dado el paso de una ruptura general con la retroalimentación de materias primas, tecnológías e intereses engangrenados entre oligarcas y empresas del mundo; creo es necesario aplicar rigurosamente los embargos al llamado «oso Ruso» sin restricciones , sin dudarlo y con la contundencia que se requiere para romper un ladrillo con golpe de karateca: El que si se da con insuficiente fuerza se rompen las manos en lugar del ladrillo…
Tendrán éxito a medio y largo plazo las sanciones. Las nuevas tecnologías se tienen que poner las pilas y acelerarse procesos multidisciplinares coordinados con disciplina y lealtad máxima.
Sobre los contratos de Alemania y demás países europeos que se nutren del gas, carbón y otros intercambios , me preocupa enormemente lo que escuché a un experto germano hace días algo que me dejó perplejo y que no suelo escuchar en los medios de comunicación : «Que los contratos se han hecho a largo plazo y no se puede eludir su cumplimiento dado que lo exigen las leyes del mercado» imagino que INCOTERMS debe tener alguna forma de evitar tener que pagar una commodity -sí o sí- salvo por ruptura de contrato basándose en las condiciones legales del mismo… más aún cuando los bancos y la financacón de los beneficarios suelen adelantarse los «assets» por adelantado bancariamente… Pregunto : ¿puede ser que te quedes sin el gas y sin el dinero comprometido s ésta causa mayor no se contempla en los contratos? sería una macroencerrona tan grandes como bombardeos… Espero aprender de los expertos que lo aclaren si es que he entendido mal, gracias .
Mi pregunta es ¿que pasa si Rusia ya ha descontado las cartas de crédito de los compradores de sus materias primas -a medio o largo plazo- frente a algún banco?
Bonito artículo dictado por el imperio americano