A Ucrania aún no llega la calma. El asesinato a tiros en Kiev del periodista Oles Buzina y el exdiputado Oleh Kalashnikov, ambos prorrusos, es la enésima piedra en el camino de Kiev hacia un futuro mejor. Mientras, al otro lado del país, el alto el fuego que instauró el segundo acuerdo de Minsk sigue siendo violado día tras día. Aunque el pacto haya rebajado la tensión, la misión especial de la OSCE en el Este del país volvió a reportar el uso de artillería pesada el 14 de abril.
El conflicto se alarga, dificultando a Ucrania acometer las reformas políticas y económicas que necesita. Grandes son los esfuerzos en Kiev y las capitales europeas por encontrar la mejor salida, ya que el futuro del Este y del país entero son indisolubles. La descentralización está en la hoja de ruta: en Minsk II, Ucrania se comprometió a llevar a cabo una reforma constitucional con ese objetivo antes de fin de año, y ceder, por tanto, soberanía a las regiones rebeldes a cambio de su retorno. Pero es muy probable que esta vía no funcione: cada día que pasa, las fuerzas del Este están más consolidadas.
Precisamente ahora que parecen haberse estabilizado las nuevas fronteras que han trazado los enfrentamientos, uno de los escenarios sería la congelación del conflicto. No obstante, un conflicto congelado es una opción peligrosa que no ha funcionado en otras regiones como Transnistria, Osetia del Sur o Abjasia. Por un lado, sirve a los intereses de Rusia al seguir desestabilizando la política interior del país y mermando sus posibilidades de mejora en calidad democrática. Por otro, favorecería el aumento de los abusos de poder y la corrupción dentro de la propia región, con nefastas consecuencias para sus habitantes como ya ocurre, por ejemplo, en Crimea.
Según los investigadores Kadri Liik y Andrew Wilson, existe otra vía, más arriesgada. El principal interés del Kremlin respecto al Donbás es utilizarlo para chantajear a Ucrania. Sin embargo, ¿qué ocurriría si Ucrania renunciara a la región? La concesión de la independencia es una opción que Vladimir Putin ni espera ni desea, porque la región es económicamente insostenible —salvo, quizá, con un avance hacia Mariupol— y ya no cumpliría su objetivo instrumental de obstaculizar los intentos de Kiev. Mantener esta opción como un as en la manga podrá servir para que Moscú se muestre más favorable a cumplir los pactos.
Ante las presiones de Rusia, pocos abogan ya por la finlandización de Ucrania, por la cual el país adoptaría una posición neutral como Finlandia lo hizo ante la Unión Soviética. El comisario europeo de Ampliación, Johannes Hahn, ha afirmado que “las manifestaciones y campañas en el Maidán y por todo el país” lanzan un mensaje claro. Ucrania quiere acercarse a Europa, bien a la Unión Europea o a la OTAN. Renunciar a ambos sueños, al europeo y al atlántico, es pedir demasiado. Además, y pese a lo accidentado de su aprobación, el Acuerdo de Asociación es una oferta de vecindad de una generosidad inédita, la cual debe ser entendida como una oportunidad.
Por suerte, los ucranianos son conscientes de que, ocurra lo que ocurra en el Este, son ellos quienes deben adoptar las reformas. Ucrania sigue siendo el país más corrupto de Europa según Transparencia Internacional, y necesita reformar urgentemente su sistema judicial y sus fuerzas de seguridad sin descuidar la delicada situación económica. Para poner en marcha estos cambios, la sociedad civil ucraniana está consiguiendo influir en gobierno y parlamento de forma eficaz, aun sin grandes medios materiales. De hecho, el cambio ya se empieza a percibir: “Ahora los políticos tienen miedo, son responsables de sus actos”, afirman. Solo exigen una cosa de Europa: que monitoricen el proceso, que el dinero que reciben se invierta de forma adecuada. La integración, en el largo plazo.
Propaganda, antipropaganda, asesinatos de autoría difusa, violaciones del alto al fuego en ambos bandos: la ambigüedad es clave en este conflicto híbrido, como es deseo de Putin. Sin embargo, los ucranianos sienten que sus instituciones representativas son al menos legítimas, y tienen meridianamente claras sus ambiciones. Al fin y al cabo, y como recogía la maltratada acta de Helsinki, eso es lo importante.
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