Ucrania da marcha atrás. El 21 de noviembre, el gobierno de Victor Yanukóvich tomó la decisión de posponer un Acuerdo de Asociación destinado a acercar el país a la Unión Europea (UE). El presidente prefiere así profundizar la integración de Ucrania en la Comunidad de Estados Independientes y convertirla en miembro de la Unión Aduanera que actualmente forman Rusia, Kazajstán, y Bielorrusia. A través de estas organizaciones de nombre anodino, Moscú consolida su férula sobre los restos del antiguo imperio soviético.
Tras la caída de la URSS, la OTAN y la UE se abalanzaron sobre una Europa del este que Rusia, impotente, ya no podía dominar. Esa expansión toca ahora sus límites. La invasión de Georgia en 2008 confirmó que las intromisiones de la OTAN en el área de influencia rusa encontrarían una fuerte oposición. Sustituyendo “invasión” por “presión comercial”, Georgia por Ucrania, y la UE por la OTAN, nos encontramos hoy con una situación idéntica.
La decisión de Yanukóvich es percibida en Europa como resultado de la “brutal presión” que ejerce Moscú sobre Kiev. Así se ha pronunciado el Ministro de Exteriores sueco, Carl Bildt. La prensa alemana también se ha mostrado especialmente dura con la decisión. El Frankfurter Allgemeine Zeitung critica la venalidad del gobierno ucraniano y se congratula de la generosidad que muestra Europa tendiéndole la mano. El Süddeutsche Zeitung lamenta la ocasión perdida por la “Europa iluminada” frente a la “diabólica” influencia de Vladimir Putin, y saca a relucir la partición de Polonia en 1939. El episodio guarda escasa similitud con el actual, pero emplearlo demuestra que, reivindicando a Samuel Huntington, la “Europa iluminada” mira al este y ve una masa homogénea gobernada por tiranos.
Dejando de lado su regusto orientalista, las acusaciones dan en el blanco. Rusia, que mantiene una base naval en Sebastopol, no duda en usar el comercio como arma contra Ucrania. Desde julio se han sucedido cinco “golpes comerciales”, destinados a hundir las exportaciones ucranianas. Pero la baza más fuerte del Kremlin es la energética, pues el 60% de las importaciones de hidrocarburos ucranianas proviene de Rusia. La satisfacción de Putin con la obediencia de sus vecinos puede medirse en función de los precios que fija Gazprom sobre sus exportaciones de gas. Bielorrusia es premiada con el millar de metros cúbicos a 120 euros; la autonomía de Ucrania dispara el precio a 300.
Tal vez el símbolo más poderoso del despotismo que impera en Ucrania por instancia de Rusia sea Yulia Timoshenko. La antigua y pro-europea Primera Ministra permanece encarcelada en el hospital en que actualmente es tratada por problemas de espalda. Ahora su liberación, condición imprescindible para el futuro ingreso de Ucrania en la UE, tendrá que esperar.
La situación se percibe de forma diferente en Rusia, que con frecuencia considera Ucrania poco más que una región insumisa. Esta visión, al igual que las complejas relaciones entre ambos países, resulta de una profunda historia en común. Los dos encuentran su origen histórico en el Rus de Kiev. El significado etimológico de la palabra Ucrania, “región fronteriza”, hace referencia a la identidad de un país a caballo entre Rusia y el resto de Europa. Esta división se ha vio acentuada, a menudo de forma desgarradora, a lo largo del Siglo XX. La mitad occidental del país formó parte de Polonia y el Imperio Austrohúngaro, en tanto que la oriental permaneció bajo control ruso. Durante la Segunda Guerra Mundial muchos nacionalistas ucranianos no dudaron en colaborar con la Alemania de Hitler, por lo que la liberación del país por el Ejército Rojo continua siendo un evento profundamente ambiguo en la memoria colectiva del país. Pero a día de hoy viven en el este de Ucrania y Crimea 8 millones de rusos, un 17% de la población del país.
En resumen, y para desgracia de nacionalistas tanto ucranianos como rusos, la identidad nacional del país resulta imposible de definir en términos excluyentes. Es por eso que Ucrania está dividida en torno a la cuestión de la UE: un 42% apoya la integración con Europa, frente a un 32% que prefiere la Unión Aduanera y un 10% que desearía compatibilizarlas. Estas divisiones se hicieron patentes el 24 de noviembre, cuando decenas de miles de ucranianos organizaron una manifestación pro-europea en Kiev. La protesta, una de las mayores en la historia reciente del país, fue duramente reprimida.
Es cierto que la presión que ejerce Putin es inaceptable, al contrario que las aspiraciones europeas de Ucrania. Pero mientras el proceso se plantee como una forma de debilitar a Rusia, continuará abocado al fracaso. Hablando de España en la UE, Francisco Fernández Ordóñez declaró que «fuera hace mucho frío». En Ucrania, sin embargo, siempre va a hacer frío. Y mantener las estufas encendidas depende de Moscú.