El pasado 8 de noviembre tuvo lugar la salida a bolsa de Twitter. La empresa de microblogging, creada por Jack Dorsey en 2006, pretende así viabilizar su modelo de negocio, que en los siete años de su existencia ha acumulado pérdidas por valor de 480 millones de dólares. En ese sentido la iniciativa ha supuesto un éxito rotundo: la acción de Twitter, valorada originalmente en 26 dólares (19,3 euros) llegó a sobrepasar los 45 y cerró en 44,9. De 10.500 millones de dólares hace dos meses, el valor actual de la firma ha subido a 14.200.
El desfile de números del que hace gala la compañía californiana es sin duda apabullante. 232 millones de usuarios, emitiendo una media 500 millones de tweets (micro-mensajes) cada día, lo que equivale a 350.000 por minuto, 5.800 por segundo, y 600.000 en el tiempo que invierte usted leyendo estas líneas. Cuenta, además, con un sinfín de usuarios prestigiosos, desde Francisco I al Presidente de Estados Unidos, pasando por los no menos memorables David Bisbal y Toni Cantó.
A pesar de semejante despliegue, la utilidad de la plataforma continúa sin estar del todo clara. Es una herramienta de organización poderosa, pero no, como en ocasiones se ha considerado, el arma suprema en el arsenal de la tecnología de la liberación. Periodistas como Ignacio Escolar han sabido emplear Twitter para hacer periodismo de primera calidad, y la plataforma no deja de ser útil para los servicios de emergencia. A pesar de lo cual la compañía, cuya fuente de ingresos principal es la publicidad, recibe una muy escasa rentabilidad por sus anuncios. Grandes mercados, como el chino, dominado por Weibo, se resisten a los encantos del pájaro azul. Y aunque haya dejado de emplear el límite de 140 caracteres por tweet, la compañía no deja de ser epítome de la decreciente capacidad de atención que parecen generar estos tiempos (pos)modernos.
Mayor motivo de presión es la relación entre Twitter y Facebook. Si estos dos modelos de red social no compiten en el mismo sector ni división, el enorme peso de la segunda hace menos a la primera. Con 1.200 millones de usuarios, Facebook ha desarrollado un modelo de negocio que le proporciona enormes beneficios. Pero no todo el monte es orégano. Los ingresos publicitarios son también la fuente de ingresos de esta compañía, y la reciente retirada de General Motors, que llegó a invertir 40 millones de dólares para anunciarse en la red social, podría ser motivo de alarma. General Motors alegó que no obtiene beneficios por anunciarse en Facebook, y tal vez éste sea el caso de otras empresas tanto esta red social como en otras. Conviene averiguarlo cuanto antes: el precio de ser trending topic Twitter es de 120.000 dólares por día, y subiendo.
Al igual que Twitter, Facebook sufre el problema de que su utilidad es difícil de cuantificar. Es decir, que podría estar contribuyendo a inflar una burbuja en el sector de la informática en general y el de las redes sociales en particular. Y esa es una de las razones por las que Twitter se ha asegurado de marcar diferencias con Facebook. Su discreta salida a bolsa estaba diseñada para reducir expectativas y evitar generar el pinchazo que sufrió la compañía de Mark Zuckerberg al hacerlo con un valor excesivo, de 38 dólares por acción. Fue en mayo de 2012, y Facebook ha tardado en recuperarse.
Al margen de lo anterior es pertinente un debate sincero sobre la utilidad de las redes sociales. Parece evidente que facilitan la vida de sus usuarios, pero no es fácil dictaminar dónde acaba su utilidad y empieza una dependencia malsana. Pensadores como Evgeny Morozov llevan años alertando del peligro que conlleva el abuso de estas tecnologías. A juzgar por el número creciente de usuarios de las redes sociales Morozov es, por el momento, una voz clamando en el desierto. El público prefiere escuchar el sonido de los tweets.