Casi 62 millones de ciudadanos turcos elegirán el 14 de mayo a 600 parlamentarios y a un presidente, posiblemente también a varios vicepresidentes. Cuatro candidatos presidenciales se presentan a las elecciones: frente al actual Recep Tayyip Erdogan, que gobierna el país desde hace dos décadas, Kemal Kiliçdaroglu es el candidato de la principal alianza de seis partidos de la oposición, la llamada “Alianza por la Nación”. Sin embargo, tanto Erdogan como Kiliçdaroglu se enfrentan a un contrincante desde dentro de sus propios campos. A la derecha, el ultranacionalista Sinan Oğan puede arrebatarle votos conservadores a Erdogan. En la izquierda, Kiliçdaroglu se enfrenta a la competencia de Muharrem İnce. Como resultado, es posible que ningún candidato presidencial consiga la mayoría de votos en la primera vuelta, lo que allanaría el camino para una segunda vuelta el 28 de mayo.
En cuanto a las relaciones UE–Turquía, los resultados de las elecciones determinarán los futuros niveles de conflicto y cooperación entre Ankara y Bruselas. Mientras que la reelección de Erdogan puede alejar aún más al país de la Unión Europea, Kiliçdaroglu podría devolver a Turquía a la senda de la democratización.
El liderazgo de la oposición y sus límites
Kiliçdaroglu es el líder del mayor partido de la oposición, el Partido Republicano del Pueblo (Cumhuriyet Halk Partisi), creado por Mustafa Kemal Atatürk, primer presidente y fundador de la moderna República de Turquía. A Kiliçdaroglu se le conoce públicamente como el “Gandhi turco”; demostró sus dotes de mediación al preservar con éxito la unidad de los seis partidos, conocidos como la Mesa de los Seis, a pesar de sus divergencias ideológicas. Es cierto que su historial electoral no es bueno frente a Erdogan, ya que Kiliçdaroglu perdió contra Erdogan en nueve elecciones. Esta vez, sin embargo, puede ser diferente debido a una serie de factores.
El primer factor es la crisis económica. La depreciación de la lira turca y el repunte de la inflación han provocado un gran descontento. En los últimos 18 meses, la inflación ha saltado del 20% a más del 80%, aunque se estima que la tasa real supera el 100%. A raíz de esta crisis inflacionista, el atractivo de Erdogan ha empezado a decaer.
Un segundo aspecto se refiere a las estrategias de coalición. El bloque de la oposición engloba a partidos turcos, kurdos, conservadores, laicos, de izquierdas y de derechas, la mayor coalición de la historia de Turquía con orientaciones sociopolíticas tan diferentes. Su postura unificada desafía el discurso de polarización identitaria de Erdogan, ya que proponen a los votantes una opción más integradora.
Además, la mala gestión de la respuesta gubernamental a los catastróficos terremotos del sudeste de Turquía también juega en contra del presidente en funciones. El descontento público aumentó contra el gobierno por no aplicar correctamente las normativas de construcción y gastar de manera no óptima los “impuestos del terremoto”. La población de la región, casi un tercio de la población total de Turquía, es tradicionalmente de tendencia conservadora y ha apoyado a Erdogan durante dos décadas. Sin embargo, la mala gestión de la crisis podría cambiar ahora sus lealtades.
Por último, la nueva cohorte de votantes de la generación Z también puede inclinar la balanza a favor de la oposición. El 14 de mayo, aproximadamente 6 millones de jóvenes votarán por primera vez. La mayoría de ellos están descontentos con sus vidas y con las políticas restrictivas de Erdogan. Su voto podría ser decisivo, ya que representan casi el 7% del electorado.
En este contexto, según los últimos sondeos, Kiliçdaroglu va en cabeza con cerca del 42,6%, mientras que la Alianza Popular de Erdogan se sitúa en el 41,1%, se estima que İnce ronda el 5% y Oğan el 2,2%. Aunque İnce podría dividir los votos de la oposición e impedir que Kiliçdaroglu gane en la primera vuelta, la oposición podría triunfar en la segunda.
No obstante, derrotar a Erdogan no será tarea fácil. El presidente en funciones y su partido gobernante, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (Adalet ve Kalkınma Partisi – AKP), controlan las instituciones políticas de Turquía, incluidos los jueces del Consejo Supremo Electoral (Yüksek Seçim Kurulu) y los medios de comunicación. Además, una nueva “ley de desinformación” introducida en octubre de 2022 reforzó el control sobre las redes sociales y proporcionó una ventaja injusta al gobierno en funciones en términos de control sobre la información. Gracias a este campo de juego desigual, el gobierno de Erdogan podría, por ejemplo, instrumentalizar los organismos estatales para pedir un recuento, anular el resultado y/o repetir las elecciones, como ocurrió en las elecciones municipales de Estambul de 2019. Aunque Erdogan y el AKP no consiguieron anular las elecciones de 2019 a pesar de todos sus esfuerzos, la oposición debe estar preparada para un escenario similar y estar bien organizada, como ocurrió en Estambul.
Cuatro escenarios posibles y sus implicaciones para las relaciones UE–Turquía
El proceso de adhesión de Turquía a la Unión, que siempre ha sido un motor para la democratización del país, se encuentra actualmente en un punto muerto. La continua erosión de la democracia y las libertades fundamentales y las tensiones con los países de la UE, especialmente después de 2016, han llevado las negociaciones a un punto de congelación. Sin embargo, esto puede cambiar en función de los resultados electorales.
De hecho, si la oposición gana tanto las elecciones parlamentarias como las presidenciales, la restauración de la democracia y las libertades fundamentales será la prioridad. La Mesa de los Seis ya ha acordado restablecer y mejorar el sistema parlamentario e introducir controles y equilibrios en caso de salir victoriosos. Otra promesa importante es mejorar gradualmente el Estado de derecho en el país y alinearlo más estrechamente con las normas occidentales. Esto podría implicar la liberación de los presos políticos, la aplicación de reformas para mejorar el funcionamiento del poder judicial y de los medios de comunicación, así como el fomento del diálogo de la sociedad civil para impulsar la transición democrática. Este escenario abriría un espacio para el diálogo que ha estado bloqueado durante mucho tiempo. Aunque es probable que la nueva administración evite acciones agresivas que puedan provocar disputas con los Estados miembros de la UE, sin embargo, algunas cuestiones siguen siendo polémicas: entre ellas, el acuerdo migratorio UE–Turquía. Kiliçdaroglu aboga por el retorno voluntario de los refugiados a Siria. A diferencia de Erdogan, el líder de la oposición no se conforma con el apoyo de Bruselas basado únicamente en la ayuda financiera, sino que exige un reparto equitativo de la carga. Por lo tanto, si la oposición tiene éxito, podría estar sobre la mesa una renegociación del acuerdo migratorio, aunque las peticiones exactas del nuevo gobierno a Bruselas solo quedarían claras después de las elecciones.
En el escenario opuesto –es decir, si Erdogan gana tanto las elecciones parlamentarias como las presidenciales– su estilo autoritario de gobierno se consolidará, frenando aún más la libertad de prensa, los derechos humanos, la separación de poderes –y el estado de la democracia en Turquía en general. Puede que esto ya no sean excepciones, sino la nueva normalidad. El desacuerdo con la UE y la retórica antioccidental seguirán dominando la política exterior de Turquía. Aunque la UE aprendió a tratar con Erdogan a lo largo de sus veinte años en el gobierno, puede que éste ya no sea un enfoque sostenible en el futuro. En caso de que sea reelegido, las relaciones seguirán siendo tan turbulentas como hasta ahora y ambas partes no aceptarán nuevos acuerdos a menos que sea estrictamente necesario. A largo plazo, persistir en una cooperación limitada y transaccional en las cuestiones más conflictivas, como la seguridad fronteriza y la migración, probablemente deterioraría aún más las relaciones UE–Turquía.
Otra posibilidad es que la oposición gane el parlamento, pero Erdogan se mantenga como presidente. En este caso, el sueño de Erdogan de permanecer en el poder como líder populista–islamista en el centenario del establecimiento de la Turquía laica moderna aún podría hacerse realidad. Posiblemente surgirían enfrentamientos institucionales entre la presidencia y el parlamento, lo que provocaría una parálisis política y quizás incluso disturbios. En términos de política exterior, a pesar del cambio en el Parlamento, las percepciones externas negativas –que están estrechamente relacionadas con la persona pública de Erdogan– probablemente permanecerían inalteradas. Incluso si el Parlamento fuera capaz de limitar en cierta medida los poderes de Erdogan e introducir reformas democráticas, sería difícil que la UE desarrollara un enfoque más positivo hacia Turquía. No obstante, la Unión debería estar preparada para dar la bienvenida a cualquier esfuerzo de democratización en el país abriendo al menos uno de los capítulos congelados en la negociación de acceso o modernizando la unión aduanera con Turquía, ya que no hacerlo se percibiría como un castigo injusto contra los ciudadanos que votaron a favor de la democracia.
Por último, en el escenario (bastante improbable) de que Erdogan pierda la presidencia pero conserve la mayoría parlamentaria, Kiliçdaroglu aún podría introducir reformas institucionales y económicas gracias al enorme poder otorgado al ejecutivo. Es cierto que el nuevo presidente seguiría necesitando una mayoría en el Parlamento para cambiar el sistema presidencial. Sin embargo, al haber perdido la presidencia, el partido de Erdogan también podría apoyar la reinstauración del sistema parlamentario. En términos más generales, también en este escenario surgiría probablemente un conflicto constante entre ambos poderes del Estado.
En todos los escenarios en los que la oposición consiga algún tipo de victoria, ya sea en el parlamento o en la presidencia, Bruselas debería adoptar una postura más constructiva hacia Turquía. Hasta ahora, las políticas antieuropeas de Erdogan y su discurso islamista y conservador–nacionalista han reforzado a los opositores a la adhesión de Turquía a la UE. Un cambio en el panorama político puede poner a prueba a los europeos en lo que respecta, por ejemplo, a la liberalización de los visados, que siempre ha sido más una cuestión de identidad que técnica. El bloque de la oposición ya ha acordado las reformas que cumplirían los requisitos para acceder a Europa sin visado. Sin embargo, debido al creciente populismo de derechas en el continente, puede resultar difícil para Bruselas mantener sus promesas y dar pasos constructivos en esta dirección, incluso si Turquía cumple las exigencias previas de la UE. Además, es probable que otras cuestiones sigan siendo polémicas independientemente del resultado electoral, como la reunificación de las comunidades turcochipriota y grecochipriota, así como los conflictos por las aguas territoriales con Grecia. No obstante, si Kiliçdaroglu vence a Erdogan, el nuevo panorama político puede propiciar una mayor cooperación o un ambiente más positivo en la relación con las contrapartes.
Turquía en la encrucijada
Dado que un pequeño margen de votos determinará los resultados según las últimas encuestas, es probable que se produzcan protestas postelectorales por parte del bando perdedor. Esto podría obstaculizar un periodo de transición pacífica y aumentar las tendencias autoritarias. Sin embargo, incluso en ausencia de protestas públicas, si la oposición ganara las elecciones, las diferencias ideológicas dentro del bloque vencedor podrían obstaculizar la acción del nuevo gobierno.
La UE debe estar preparada para los retos que se avecinan. Hasta ahora, el temor al chantaje de Erdogan relacionado con la liberación de refugiados sirios ha impedido que Bruselas ejerciera presión sobre él. Sin embargo, al hacer la vista gorda ante sus prácticas autoritarias a expensas de objetivos pragmáticos a corto plazo, la Unión ha comprometido el futuro democrático del país y ha permitido que el régimen actual se vuelva aún más autoritario. Este enfoque miope, a su vez, ha llevado las relaciones existentes a un punto más frágil de lo que ya estaban. El veto turco al ingreso de Suecia en la OTAN demostró una vez más que el estado actual de las relaciones no es sostenible a largo plazo.
Para concluir, las implicaciones de las elecciones del 14 de mayo para la UE pueden variar en función de los resultados, pero no así las áreas en las que deben trabajar juntos, como la migración y la seguridad fronteriza. Aunque cualquier apertura democrática que pueda surgir de las elecciones debe ser bienvenida y apoyada por la Unión, al mismo tiempo, los responsables políticos europeos también deben estar preparados para el escenario de una reelección total de Erdogan. Sea cual sea el resultado de las elecciones, Bruselas tendrá que comprometerse tarde o temprano con Ankara por el bien de la seguridad de sus fronteras; sin embargo, la UE debería promover los valores democráticos a pesar de todo, incluso frente a un Erdogan plenamente reelegido, puesto que ya se ha puesto de manifiesto con qué facilidad la cooperación basada en el interés transaccional podría convertirse en una confrontación.
Artículo publicado originalmente en la web del IAI.