El intento de golpe de Estado que sacudió Turquía la noche del 15 de julio fue neutralizado en pocas horas. A pesar de ello, murieron al menos 265 personas y 1.440 resultaron heridas. Si bien a medida que pasan los días se van conociendo más detalles de la intentona golpista, son numerosos los interrogantes que todavía quedan por resolver. Es muy posible que muchos de ellos queden sin respuesta por largo tiempo. A ello contribuye el que durante el despliegue militar ningún líder emergiera con claridad como portavoz y/o precursor del golpe. Fue una presentadora de la televisión pública quien, bajo amenazas, leyó el papel donde se declaraba que el ejército había tomado el control y pretendía acabar con la corrupción que había erosionado el gobierno secular y democrático del país, que a partir de entonces estaría gobernado por un “Consejo de la Paz”. El papel del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, fue clave al aparecer en televisión a través un teléfono móvil y pedir a la gente que saliera a la calle a detener el golpe. Los altavoces de las mezquitas llamaron a la oración y a la resistencia.
Los partidos políticos turcos representados en el Parlamento, cuya sede fue bombardeada, se opusieron unánimemente al alzamiento militar y en Internet, múltiples intelectuales y opositores al régimen, igualmente, condenaron el golpe con contundencia.
El gobierno turco acusó inmediatamente al clérigo Fethullah Gülen, residente en Pensilvania, de ser el autor intelectual y demandó su extradición a Estados Unidos. El Partido de Justicia y Desarrollo (AKP), que gobierna Turquía desde 2002, desarrolló presuntamente una intensa cooperación con el movimiento religioso de Gülen, incluso permitiendo que ocupara importantes cargos en la policía y en el ámbito judicial. Si bien los problemas entre Erdogan y el movimiento se hicieron evidentes en 2012, la escalada de tensión llegó a su culmen con un escándalo de corrupción que sacudió al país en diciembre de 2013, implicando a los más altos cargos del gobierno. A partir de entonces, se llevaron a cabo importantes purgas entre las fuerzas de seguridad y la judicatura, y se acusó al movimiento de Gülen de haber establecido un “Estado paralelo” que habría intentado derrocar al gobierno. Desde ese momento se pusieron en marcha reformas legislativas que ampliaron la influencia del poder ejecutivo sobre el legislativo.
Uno de los motivos más plausibles del golpe parece ser el hecho de que en agosto tendría lugar un consejo militar que iba a promover importantes cambios en los escalafones del ejército. El golpe se habría anticipado, apoyado por sectores de las fuerzas aéreas y la gendarmería. A su fracaso contribuyó el hecho de que no se produjera dentro de la cadena de mando, el papel de las redes sociales y la determinada movilización de una ciudadanía que no ampara, ni desde las posiciones más críticas, el gobierno de una junta militar.
El golpe se sitúa en un contexto de fuertes tensiones internas que las elecciones de noviembre de 2015 no contribuyeron a solventar. De hecho, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa calificó ese proceso electoral de injusto y desigual para las diferentes fuerzas políticas. Si bien el AKP logró de nuevo la mayoría absoluta, los enfrentamientos entre el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y las fuerzas de seguridad continuaron, cobrándose la vida de cientos de civiles en ciudades kurdas del Este del país, asediadas por los toques de queda. Una reciente reforma legislativa despojaba de la inmunidad a los parlamentarios turcos, en un movimiento que se prevé diseñado específicamente para juzgar a los miembros del partido prokurdo Partido Democrático del Pueblo (HDP), calificado por Erdoğan como brazo político del PKK, a los que se les acusaría de actividades terroristas. Por su parte, el partido ultranacionalista turco, Partido de Acción Nacionalista (MHP) se ha situado claramente a favor del AKP en su lucha militar contra el PKK, olvidando otros motivos de disputa. El principal partido de la oposición, Partido Republicano del Pueblo (CHP), de centroizquierda, liderado por Kemal Kiliçdaroglu, cuenta con un techo de votos muy delimitado, en torno al 26%. Ni su discurso, que navega entre mensajes democráticos y progresistas, ni sus acciones promovedoras del statu quo suponen un rival político para el AKP.
Para la académica Stephanie Lawson “la oposición política es el sine qua non de la democracia contemporánea en las sociedades de masas”. En Turquía, la oposición ha quedado completamente diluida. El propio Erdogan, en la presidencia desde 2014, insistió tras las elecciones de noviembre de 2015 que uno de los objetivos del nuevo gobierno debía ser una reforma constitucional que incrementara los poderes presidenciales. Este incremento fue uno de los puntos de fricción entre Erdogan y el hasta hace poco primer ministro Ahmet Davutoglu. Sus desavenencias llevaron a la sustitución de este por Binali Yildirim, aparentemente una personalidad más acomodaticia con la figura presidencial. En este contexto político, cabe recordar la presión ejercida en los últimos meses sobre los medios de comunicación y el arresto de periodistas. Freedom House califica en la actualidad a Turquía como país no libre en el ámbito de libertad de expresión.
Tras el golpe, varias opciones estaban abiertas. Se podía haber profundizado en un momento de reconciliación nacional. El emotivo encuentro de todos los partidos políticos en el Parlamento al día siguiente, así lo demostraba. Desde la presidencia, sin embargo, se ha puesto en marcha una purga en toda regla que amenaza con desmantelar el Estado en sectores estratégicos. A 20 de julio, cerca de 60.000 soldados, policías, jueces, funcionarios del sector educativo y profesores han sido detenidos, arrestados, despedidos o están bajo investigación, suspendidos en sus funciones. Se ha prohibido a los académicos salir del país y han sido destituidos todos los decanos de las universidades turcas. Páginas web de medios independientes han sido censuradas. Muchos turcos, a pesar de ser críticos con el gobierno y con Erdogan, dijeron “no” al golpe de estado la madrugada del sábado, sin embargo, todo apunta a que cualquier oposición al gobierno o a la presidencia podrá ser presentada, de manera indiscriminada, como una traición. Y el castigo no será menor. Desde el Consejo de Europa ya se han denunciado las torturas evidentes que han sufrido los acusados de perpetrar el golpe.
La listas masivas de nombres para “depurar” que salieron a la luz inmediatamente después del intento de golpe de Estado hace sospechar de su confección previa. No en vano el propio Erdogan dijo que el golpe había sido “un regalo de Dios”. Estas medidas drásticas y dramáticas plantean numerosos interrogantes: ¿Quién reemplazará estos cuadros? ¿Qué nivel de profesionalidad tendrán? ¿Qué tipo de ideología profesarán? ¿Cómo afectarán estos movimientos a la seguridad interna de un país bajo la amenaza del Daesh y a la colaboración internacional que Ankara precisa para hacerle frente?
El discurso promovido por Erdogan no es uno de reconciliación, sino de venganza. Ya ha anunciado que llevará adelante sus planes urbanísticos para el parque de Gezi en Estambul, “tanto si les gusta como si no”. Esos planes provocaron las fuertes protestas contra el gobierno en 2013. Por otro lado, Erdogan ha movilizado a la población para que tome las calles. Entre los movilizados se encuentran grupos que piden la pena de muerte o que llaman a las mujeres a quedarse en casa rezando, mientras que los hombres acuden a las plazas. ¿Se mantendrá esta movilización? ¿Se favorecerá la formación de patrullas urbanas, milicias que controlen las calles, a los vecinos, a la gente?
Los golpes de Estado provocan cambios de régimen, el de la noche del 15 de julio en Turquía, fracasó, pero la implantación de la ley marcial en el país el 20 de julio y las purgas sistemáticas anuncian cambios profundos. Algunos analistas señalan, entre los peores escenarios a corto plazo, el riesgo de pakistanización del país: un Estado con graves problemas de articulación institucional y de seguridad; o bien de una iranización que le lleve a convertirse en un país férreamente controlado por una cúpula dirigente, marcada por una ideología islamista y nacionalista.
La prensa progubernamental culpa abiertamente a Estados Unidos de estar detrás del golpe de Estado, a pesar de que la Casa Blanca se pronunció rápidamente en contra de la intentona golpista. El propio ministro turco de Trabajo, Süleyman Solu, hizo estas acusaciones. Hay dudas sobre si se trata de una narrativa planteada principalmente de cara al interior y si el presidente cree realmente que estas acusaciones son ciertas. Lo cierto es que las relaciones con Washington se han tensado en los últimos días. Desde Turquía se ha pedido la extradición del clérigo Gülen, pero EEUU ha pedido pruebas fehacientes para ello. El propio secretario de Estado, John Kerry, declaró que Turquía, como país miembro de la OTAN, debe respetar la gobernabilidad democrática y que los pasos dados por el gobierno serán analizados en los próximos días.
En cuanto a la Unión Europea, no ha contado con una estrategia clara hacia el país desde la confirmación de la candidatura turca a la adhesión en 1999. Por un lado, se han abierto negociaciones; por otro, importantes cancillerías europeas negaban la posibilidad de que éstas llegaran a buen puerto. Las inconsistencias de los europeos han dañado el proceso de adhesión y han diluido la nada desdeñable influencia que la UE llegó a tener sobre la política interna turca. Con la crisis de los refugiados como telón de fondo, no parece que la UE quiera enemistarse con el gobierno turco, pero las relaciones se verán perjudicadas. En las actuales condiciones no parece plausible que haya exención de visados. Como anunció el comisario europeo Günther Oettinger, las condiciones en materia de imperio de la ley y derechos humanos que se pedían a Turquía están lejos de implementarse en fechas cercanas. La reinstauración de la pena de muerte en el país, abolida también para casos de terrorismo en 2002, conllevaría la ruptura del proceso de negociaciones.
El tiempo está demostrando que Erdogan es un líder marcadamente pragmático. Sus recientes acercamientos a Israel y Rusia así lo demuestran. Dicho pragmatismo puede llevarle a no tensar relaciones ni con la UE ni con EEUU, sobre todo si esto pone en peligro sus reformas internas y la estabilidad de su régimen. Todo va tan rápido en Turquía, que muchas de las incógnitas se irán desvelando en muy poco tiempo.