Jerome Adams, cirujano general de Estados Unidos, ha llamado a la pandemia del coronavirus “un nuevo Pearl Harbor”, no tanto por el número de muertes, que superará pronto a todas las bajas sufridas en las guerras de Corea y Vietnam, sino por las similitudes en cuanto a imprevisión.
El 28 de enero, uno de los asesores médicos de la administración presidida por Donald Trump, Carter Mecher, envió un correo electrónico a un grupo de expertos en salud pública del gobierno federal y el mundo académico, donde les advertía de la magnitud que alcanzaría el brote, lo que exigía prepararse para los peores escenarios. Mecher citaba, entre otras fuentes, el informe publicado en septiembre por el Global Preparedness Monitoring Board –creado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Banco Mundial, y presidido por Elhadj As Sy, secretario general de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, y Gro Harlem Brundtland, exdirectora de la OMS– que advertía a la comunidad internacional sobre futuras pandemias de patógenos respiratorios.
Según The New York Times, a lo largo de enero el Consejo de Seguridad Nacional (CSN), responsable de rastrear las pandemias, recibió varios informes de inteligencia que le movieron a proponer, el 14 de febrero, medidas preventivas como el distanciamiento social, el confinamiento de la población y hasta el cierre de grandes ciudades como Nueva York y Chicago.
El 29 de enero, Peter Navarro, principal asesor comercial de Trump, envió al presidente un memorándum donde estimaba que la epidemia podía costar a EEUU hasta medio millón de vidas y billones de dólares en perdidas de producción. De hecho, entre 26 de febrero y el 16 de marzo, los contagios pasaron de 16 a 4.226. Trump calificó invariablemente de alarmistas ese tipo de advertencias. Y el secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, se opuso a las recomendaciones del CSN debido al daño que podían causar a la economía. En estos momentos, un 52% de los votantes desaprueba la gestión de la emergencia por parte de Trump.
Un giro del destino ha dejado fuera de la carrera al caballo de batalla que Trump pensaba cabalgar hasta el 3 de noviembre: la fortaleza de la economía. Según un sondeo de FT-Peterson, un 75% de las familias ya ha perdido ingresos por la epidemia. Tras los atentados del 11-S, la aprobación de George W. Bush tocó el cielo (90%). Pese a que sus ruedas de prensa le aseguran un público cautivo, la de Trump solo roza el 44%.
En intención de voto, Joe Biden lleva hoy una ventaja de seis puntos a escala nacional. Pero el colegio electoral, como en 2016, podría dar a Trump de nuevo las llaves de la Casa Blanca. El juego recién empieza.
La desnudez del rey (y del reino)
En un artículo en The Washington Post, Biden enseña algunas de sus cartas, insistiendo en que la crisis ha desnudado las carencias del sistema sanitario. En Luisiana, con una población negra del 33%, los afroamericanos suman el 77% de los muertos y en Alabama el 44%, cuando son solo el 26% del total. Unos 80 millones de trabajadores no tienen bajas médicas remuneradas. Otros 27 millones carecen de cualquier tipo de seguro médico.
El gasto en salud ronda el 18% del PIB, unos 11.000 dólares per cápita, el mayor de la OCDE, pero sus tasas de pobreza, desigualdad y mortalidad infantil están entre las más altas, y la esperanza de vida entre las más bajas. La razón parece evidente para todos menos para los republicanos: EEUU es el único miembro del exclusivo club de países ricos sin cobertura sanitaria universal.
En esas condiciones, no resulta extraño que Biden haya adoptado como suyo el lema “Medicare for all”, la propuesta estrella de Bernie Sanders. Desde 2010, el gasto en salud ha crecido un 52%, pero los presupuestos de los departamentos de salud locales han caído un 24%. Según Trust for America’s Health, de cada dólar que se gasta en sanidad, solo tres centavos van al sistema público, pese a que salva más vidas por cada dólar invertido.
No es casual, por otra parte, que en 2012 los médicos fuesen el sector profesional con mayor presencia en el 10% más rico de la población. El lobby farmacéutico se aseguró de que la ley que aprobó el Congreso en marzo para gastar 3.100 millones de dólares en desarrollo de vacunas y medicamentos contra el coronavirus no incluyera controles de precios o invalidara patentes.
La competencia no es la única víctima de ese modelo corporativo. Según Le Monde Diplomatique, en 1980 Francia disponía de una cama cada 100 habitantes. Hoy tiene seis, Alemania ocho y Corea del Sur 12,2. En EEUU, las 7,9 de 1980 se redujeron a 2,8 en 2016. Italia ha hecho 40 veces más pruebas de diagnóstico del Covid-19 per cápita que EEUU, y Francia siete veces más.
Alemania, que aprobó su primer test de diagnóstico del virus a mediados de enero, ha estado testeando a unas 300.000-500.000 personas a la semana. Los resultados están a la vista. La tasa de mortalidad en EEUU por el Covid-19 es de 80 por millón de habitantes, frente a los cuatro de Alemania y Corea del Sur y al menos de uno en Taiwán.
Sin defensas ante el asedio
Cuando Trump llegó a la Casa Blanca heredó, entre otras cosas, planes para fabricar respiradores baratos y 20 millones de mascarillas reutilizables. Todos fueron pronto encarpetados. En 2018, John Bolton, por entonces asesor de seguridad del presidente, cerró la oficina de pandemias del CSN.
Cuando estalló la epidemia, Nueva York solo contaba con 50 detectives sanitarios, frente a los 9.000 que desplegó Wuhan para rastrear los contagios. El gobernador, Andrew Cuomo, dijo el 2 de marzo, sin embargo, que el Estado, hoy el nuevo epicentro global de la pandemia, tenía el mejor sistema sanitario del mundo.
EEUU tiene sólidas defensas inmunitarias. La edad media es de 38 años, frente a los 47 de Italia, y su densidad demográfica de 94 personas por milla cuadrada, en comparación a los 397 de China y los 532 de Italia. Pero la epidemia ya ha llegado a dos terceras partes de los condados rurales. Uno de cada 10 ha reportado al menos un fallecido.
En Magnum (Oklahoma), de 6.000 habitantes, todo comenzó con la visita de un pastor de Tulsa que cayó enfermo y murió poco después, la primera víctima mortal del estado tras contagiar a 26 residentes, de los que han muerto tres.
‘Millenials’
Cuando una sociedad valora la libertad individual por encima de todo, es normal que considere la salud como un asunto privado. Pero ahora ya nada volverá a ser igual. Los millenials son especialmente conscientes de ello. Según Pew, quienes tienen entre 18 y 25 años, el 10% de los electores, están siendo los más golpeados por los despidos y el desempleo, que según la Reserva Federal de St. Louis podría alcanzar el 32% en diciembre de este año, frente al 25% al que llegó en 1933, en el pico de la Gran Depresión.
La participación de los desempleados suele estar por debajo de la media, pero en los últimos 40 años siempre se disparó en medio de una recesión. Con su apoyo a Biden, Sanders se ha asegurado que asuntos como la redistribución de la riqueza, el cambio climático y la sanidad universal figuren en primera línea de su campaña. Un 70% de los menores de 35 años cree que el gobierno debería hacer más para resolver los problemas sociales.
No es casual, por ello, que Trump esté denunciando la posibilidad de fraude en el voto por correo, que seguramente aumentará la participación, un factor que tiende a favorecer a los demócratas. Actualmente, 39 estados y Washington DC permiten a los votantes registrarse online y otros 33, la posibilidad de votar por correo.
Los senadores demócratas Ron Wyden y Amy Klobuchar han presentado una propuesta de ley para que esa opción esté disponible en todos los estados. No hay precedentes, sin embargo, de convenciones partidarias virtuales. Pero siempre hay una primera vez. Y no será la última.
¿Gigante con pies de barro?
Trump versus Biden va a ser un espectáculo político con una puesta en escena que le asegurará la atención universal. EEUU tiene siete de las 10 compañías con mayor capitalización bursátil. Los países que usan el dólar como moneda “ancla” suponen el 60% del PIB mundial y han pasado del 30% del total en 1950, al 60% actual. Al tipo de cambio, la economía de la superpotencia representa el 25% del PIB mundial, el mismo porcentaje que en 1980.
En ese mismo periodo, el PIB de la Unión Europea ha caído del 35% al 21%, el de Japón del 10% al 6% y el de Rusia del 3% al 2%. La excepción es China, que ha subido del 2% al 16%. Entre 2010 y 2019, las bolsas de EEUU subieron un 250%, casi cuatro veces la ganancia media de las del resto del mundo.
Pero la implosión del coronavirus ha introducido variables económicas inéditas, entre ellas una tasa de desempleo que crece el 0,5% cada día que pasa. El “América primero” de Trump ha dilapidado el capital político que daba a Washington su formidable poder blando. De los 2,2 billones de dólares del paquete de estímulos fiscales aprobado por el Congreso, solo un 0,05% se dedicará a ayuda exterior.
Washington debe al resto del mundo unos 10 billones de dólares, un 50% del PIB. El 60% de las pérdidas de las bolsas mundiales, unos 16 billones de dólares, se ha registrado en Wall Street. Muchas compañías no van a sobrevivir varios meses sin ingresos y otras no lo harán porque sus modelos de negocio habrán quedado obsoletos.