Estados Unidos y Canadá. Al frente de un país está un político islamófobo y reaccionario, que cree que el calentamiento global no existe. En el otro gobierna un mandatario guapo, progresista y elocuente. ¿2017? No, 2015. Barack Obama aún es presidente, y el primer ministro canadiense es el conservador Stephen Harper.
Un año después de la elección de Justin Trudeau, las tornas han cambiado. Reino Unido ha sucumbido al Brexit y EEUU pronto estará en manos del multimillonario xenófobo Donald Trump. Canadá es la última referencia liberal del mundo anglosajón, como señala un The Economist angustiado.
El candidato del Partido Republicano ha dedicado el año entero a una campaña sucia, extremista y violenta. Trudeau, por el contrario, ha vivido una luna de miel con la opinión bienpensante. El primer ministro canadiense ha pasado 2016 abrazando a osos pandas, declarándose feminista en el Foro Económico de Davos, manifestándose en contra el bullying, bailando en una marcha del orgullo gay, explicándonos el funcionamiento de la computación cuántica, promoviendo la reconciliación entre el Estado y las comunidades indígenas canadienses y desarrollando una relación estrecha –o, como le gusta llamarla a la prensa estadounidense, un “bromance”– con Obama.
La llegada de un ultranacionalista a la Casa Blanca parece amenazar la relación entre Washington y Ottawa. Las diferencias entre ambos gobiernos parecen inmensas. Trudeau preside un ejecutivo paritario; Trump acumula un historial interminable de declaraciones machistas, incluyendo apologías del acoso sexual. El gobierno canadiense se ha comprometido a limitar las emisiones de carbono para frenar el calentamiento global; Trump y los republicanos ofrecen desregulación energética. Trudeau acaba de firmar un tratado de libre comercio con la Unión Europea; Trump, proteccionista, quiere derogar NAFTA y el TPP. Canadá acepta cada año a unos 300.000 inmigrantes y ha abierto las puertas a 25.000 sirios; Trump asegura que expulsará a tres millones de inmigrantes y vetará la entrada de musulmanes a EEUU. Según una encuesta realizada tras las elecciones, un 62% de los canadienses ve con malos ojos la victoria de Trump.
¿Cómo de irreconciliables son estas diferencias? Se ha prestad0 más atención a las incompatibilidades entre los dos mandatarios que a sus posibles puntos en común. Conviene recordar que el progresismo de Trudeau en Twitter no le impide adoptar posiciones ortodoxas y conservadoras en el mundo real. Aunque la relación será más difícil de gestionar que con un demócrata, un acercamiento a Trump es posible.
El primer punto tiene que ver con las políticas energéticas. El ecologismo de Trudeau tiene límites claros. Uno de ellos es Keystone XL, el proyecto de la compañía energética TransCanada que transportaría petróleo de las arenas bituminosas de Alberta a EEUU, vía Nebraska. La administración Obama se opuso por razones medioambientales, y el gobierno canadiense optó por esperar hasta el relevo presidencial. En Trump –que se ha mostrado a favor de Keystone XL, aunque insistiendo en que su país tiene que beneficiarse económicamente del proyecto–, Trudeau acaba de encontrar un interlocutor más prometedor que Obama.
En segundo lugar, Canadá puede convertirse en el beneficiario de los traspiés de Trump. El empeoramiento de relaciones de EEUU con China y México convertiría a Canadá en un imán para inmigrantes cualificados, necesarios para estimular su economía y mantener una base demográfica dinámica. Ahora más que nunca, Ottawa tiene la oportunidad de presentarse como una opción segura para inversores internacionales. Y la decisión de renegociar NAFTA, ideada para castigar a México, posiblemente no afecte el comercio entre Canadá y EEUU.
Aunque la elección de Trump suponga un revés para Ottawa, la relación entre los dos países será más cercana de lo que sugieren las diferencias de carácter entre sus mandatarios. Canadá es un país enormemente dependiente del comercio exterior, y EEUU es el mercado del 75% de sus exportaciones. Pierre Trudeau, antiguo primer ministro y padre del actual, observó que ser el vecino de EEUU es como dormir con un elefante: “Por dulce o plácida que sea la bestia, nos afecta cada espasmo y cada gruñido”. A su hijo le ha tocado un elefante bruto y furioso. El barniz progresista del primer ministro se podría resquebrajar en aras de la convivencia. El mensaje con que congratuló a Trump resultó demasiado cálido para algunos de sus seguidores.