Triunfo republicano en 2014, ¿fracaso en 2016?

 |  6 de noviembre de 2014

Se esperaba un triunfo republicano en estas elecciones legislativas de medio mandato entre las presidenciales, pero no tan destacado como se anunciaba en la mañana del 5 de noviembre: 10 escaños más en la Cámara de Representantes (242 republicanos frente a 176 demócratas), 31 gobernadores frente a 15 demócratas, y lo que es más importante, 7 escaños en el Senado, lo que da a los republicanos una mayoría de dos en la cámara alta de Estados Unidos. Así pues, si durante los primeros seis años el presidente Barack Obama se vio defendido por una mayoría demócrata en el Senado, en sus dos últimos años tendrá que luchar con un legislativo en manos de una mayoría republicana en ambas cámaras. No es la primera vez que ambos poderes se enfrentan: Reagan en 1986, Clinton en 2004 y Bush 43 en 2006.

Ha sido una campaña electoral extraña, pues no se han debatido los grandes asuntos que dividen a los partidos y, también, a toda una nación en mitades iguales. Han contado más la personalidad de los candidatos, su apoyo financiero, y cuestiones locales, amén de un sinnúmero de referendos de todo tipo –desde el control de las armas de fuego, el uso medicinal o recreativo de marihuana y la limitación del aborto, hasta otros tan curiosos como la caza del oso en el Estado de Maine–. Ni el presidente ni los demócratas han sabido defender con acierto los indudables éxitos que han logrado en estos años, domando la crisis financiera y logrando que la economía comience a crecer y reduzca el paro, sacando adelante el seguro médico universal, regulando la emisión de gases contaminantes y defendiendo el medio ambiente, así como sus numerosos, aunque frustrados, esfuerzos en solucionar el problema de la inmigración, elevar el salario mínimo e invertir en educación, investigación, energías alternativas e infraestructura

El éxito de los republicanos radica paradójicamente en que se han abstenido, ellos también, de presentar un programa político concreto. Simplemente se han afanado en aprovechar la impopularidad de Obama. Es difícil de explicar. La nación está soliviantada por la incapacidad de sus instituciones. Comprenden que la parálisis del Congreso ha sido debida a la ciega obstrucción de los republicanos, pero sienten que tocaba al presidente superarla. Su disgusto político se ha manifestado en la abstención desilusionada de muchos de sus partidarios, especialmente los jóvenes a los que debió en gran parte su éxito electoral en 2008, y el voto en favor de candidatos republicanos que no ha sido otra cosa que un voto contra Obama.

Prueba de ello es que en los sondeos de opinión los mismos que han votado a favor de candidatos republicanos han manifestado también su disgusto contra el Partido Republicano, no solo por su obstrucción en el Congreso, sino también por haber cerrado al gobierno y jugado con el crédito de la nación, por negarse a reconocer la realidad del cambio climático, favorecer a las clases más adineradas, y oponerse a todos los avances de la opinión pública en temas sociales.

«There has been a certain cynical genius to what some of these folks have done in Washington. What they’ve realized is, if we don’t get anything done, then people are going to get cynical about government and its possibilities of doing good for everybody. And since they don’t believe in government, that’s a pretty good thing. And the more cynical people get, the less they vote. And if turnout is low and people don’t vote, that pretty much benefits those who benefit from the status quo», reconocía Obama el 29 de agosto.

 

Escenarios de futuro

El triunfo republicano, sin embargo, puede tornarse en un grave fracaso cara a las elecciones presidenciales de 2016. Se enfrentan con tres posibilidades: 1) continuar su obstrucción en el Congreso como han hecho hasta ahora, y con la ventaja que les da la mayoría; esto conduciría a una nueva batalla en torno al presupuesto y al techo de la deuda, con la posibilidad de volver a cerrar al gobierno en diciembre; 2) ver la manera de cooperar con los demócratas y con el presidente en multitud de cuestiones que solo requieren compromisos entre posiciones relativamente cercanas; y 3) obligar a Obama a vetar reiteradamente toda clase de proyectos legislativos aparentemente meritorios mediante la sencilla táctica de añadir cláusulas inaceptables.

El partido está internamente dividido entre estas alternativas. Los del “partido del té” se inclinan evidentemente por la primera, mientras los moderados piensan que sería la mejor manera de perder las presidenciales de 2016 por el disgusto que despertaría en la opinión pública. Incluso entre los primeros hay considerable división de posiciones respecto al presupuesto y la inmigración. La tercera alternativa parece la más probable, pues hasta los moderados saben que no tienen más remedio que satisfacer al importante grupo de conservadores radicales que han triunfado en estas elecciones.

Es seguro que Mitch McConnell saldrá elegido jefe de la mayoría republicana en el Senado, por la maliciosa habilidad con la que ha sabido torear a los demócratas en estos últimos años. Es quien mejor sabría superar el problema con el que se enfrenta esa mayoría, pues no detenta los 60 votos necesarios para superar el filibusterismo ni los múltiples recursos parlamentarios a los que se van a dedicar los demócratas, como han hecho los republicanos hasta ahora. No podrán sacar adelante esa tercera iniciativa sin el apoyo de otros demócratas. Al presidente le queda, pues, el recurso de recurrir a la opinión desde el “púlpito” presidencial para exponer la farsa de la oposición. Desgraciadamente, Obama no ha sabido aprovechar esta ventaja en la primera mitad de su segundo y último mandato.

Por Jaime de Ojeda, miembro del consejo asesor de Política Exterior.

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