Tres interrogantes tras la salida de Davutoğlu

Eduard Soler i Lecha
 |  20 de mayo de 2016

Acusaciones vertidas en un blog anónimo no suelen ser motivo suficiente para forzar la dimisión de un primer ministro que medio año antes había ganado las elecciones por mayoría absoluta. Pero Turquía no deja de dar sorpresas y ese ha sido el detonante que ha forzado a Ahmet Davutoğlu a dejar sus cargos al frente del gobierno de Turquía y del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). En ese blog, titulado Informe Pelícano, alguien que dice “estar dispuesto a dejarse el alma” por el presidente, Recep Tayyip Erdoğan, acusa al hasta ahora primer ministro de traición y de connivencia con todo tipo de conspiradores: medios de comunicación internacionales y locales, miembros de la vieja guardia del AKP, el movimiento de protestas de Gezi, los nacionalistas kurdos, el presidente del Parlamento Europeo e incluso la Casa Blanca.

El lenguaje que se utiliza en el blog y el impacto que ha tenido su publicación son sintomáticos del clima de crispación y polarización política en que se encuentra Turquía: Erdoğan y su círculo más íntimo exigen obediencia ciega, no hay margen para la discrepancia y están convencidos que se ha urdido una conspiración de dimensiones globales contra Turquía, en general, y contra el presidente, en particular. Pero tan o más interesante que lo que revela esta crisis son los interrogantes que se abren a partir de ahora. Y el menos importante es qué hará el sustituto de Davutoğlu, ya que de él solo se espera que ejecute lealmente las directrices que lleguen del palacio presencial. En cambio, en las próximas semanas habrá que estar atentos a las implicaciones de la salida de Davutoğlu en tres frentes: la posibilidad de unas nuevas elecciones anticipadas, el grado de colaboración con la Unión Europea y las orientaciones de la política exterior turca.

 

¿Nuevas elecciones?

Puede parecer una paradoja que un partido que goza ya de mayoría suficiente para gobernar se arriesgue a celebrar elecciones anticipadas. Y seguramente ese fuera uno de los asuntos en los que Erdoğan y Davutoğlu discrepaban. Para el primer ministro el objetivo era gobernar, mientras que para el presidente lo fundamental es tenerlo todo bajo control, y eso requiere una mayoría suficiente que, por la vía de la reforma constitucional, transforme Turquía en un sistema presidencialista.

La forma más fácil de conseguir ese objetivo es que el Partido Democrático de los Pueblos (HDP), representante del nacionalismo kurdo y que en anteriores comicios se abrió hacia otros sectores del electorado, se sitúe por debajo del umbral de 10% y, por tanto, quede excluido del reparto de escaños. En la repetición de las elecciones en noviembre, Erdoğan demostró saber manejar bien las encuestas y explotar mejor que nadie los miedos de la población. En la situación actual, el entorno presidencial podría intuir que el clima de violencia y el rebrote del terrorismo radicalizarán hoy las posiciones del HDP y alejará a aquellos que hicieron un voto táctico en 2015. Además, esperaría que el resto de partidos de la oposición sigan inmersos en luchas internas y fueran incapaces de proponerse como una alternativa atractiva al conjunto de los votantes turcos.

De este modo, presentaría la evolución hacia un sistema presidencialista no como un proyecto de ambición personal de Erdoğan sino como una cuestión de interés nacional, arguyendo que Turquía necesita un liderazgo fuerte para hacer frente a las amenazas que se ciernen sobre el país. La publicación en febrero de una encuesta en el periódico progubernamental Daily Sabah que situaba la expectativa de voto del HDP en un 9,2% y la del AKP en un 51%, y con niveles de apoyo al sistema presidencial superiores al 56%, puede interpretarse como una confirmación de esta estrategia o como una forma de allanar el camino.

 

¿Está en peligro la colaboración con la UE?

Davutoğlu fue un actor clave en la negociación del polémico acuerdo del 18 de marzo entre la UE y Turquía. En esta negociación, el primer ministro cometió dos errores que levantaron suspicacias en el entorno presidencial y que, consecuentemente, le empujaron hacia la puerta de salida: exhibir con demasiada vehemencia que había conseguido un éxito diplomático y mostrar excesiva buena sintonía con sus socios europeos, en especial con Alemania.

Por sí sola, la marcha de Davutoğlu no tendría que poner en peligro el acuerdo de marzo y, en general, el reacercamiento a la UE. Pero el problema es que esta crisis estalla al mismo tiempo que aumentan las dudas sobre los términos del acuerdo. Una de las contrapartidas que Davutoğlu había negociado a cambio de la cooperación turca en materia de readmisiones de refugiados era la liberalización de visados. La UE aceptó, pero a condición de que se cumpliesen los criterios recogidos en la hoja de ruta publicada en diciembre de 2013. El más polémico es el que exige una revisión de la legislación contra el crimen organizado y el terrorismo. Erdoğan ha hecho público que si hay cambios en la legislación antiterrorista, sería para endurecerla todavía más. En referencia a las exigencias europeas, el presidente respondió: “que ellos sigan su camino, que nosotros seguiremos el nuestro”. A eso se añaden las amenazas en Twitter de Burhan Kuzu, un influyente diputado del AKP, sobre que si el Parlamento Europeo tomaba la decisión equivocada, le enviarían los refugiados. Cada vez hay más indicios de que Turquía y la UE han entrado en un campo minado.

 

¿Reorientación de la política exterior?

En contadas ocasiones un profesor de Relaciones Internacionales ha tenido la oportunidad de aplicar sus teorías. Davutoğlu sí. Como académico, publicó el libro Stratejik Derinlik (Profundidad estratégica), ocupó la cartera de exteriores entre 2009 y 2014 y, antes de eso, fue el asesor internacional del entonces primer ministro Erdoğan. Por todo ello ha recibido el apodo de “el arquitecto de la nueva política exterior turca”.

En el artículo que precipitó su dimisión también se crítica la gestión de Davutoğlu de la política exterior y, en concreto, el conflicto de Siria. Se le acusa de arrogancia y error de cálculo al haber previsto que Bachar el Asad caería en seis meses y no disponer de un plan B en caso de que eso no sucediera.

Turquía está en una situación crítica: vive una crisis de confianza con sus socios europeos y transatlánticos, tiene un enfrentamiento abierto con Rusia, está rodeada de conflictos que, lejos de resolverse, desbordan hacia territorio turco y se siente incómoda en un juego de alianzas en Oriente Próximo que pivota cada vez más entorno a la rivalidad entre Arabia Saudí e Irán. Turquía lo tiene difícil para dar un giro de 180 grados en su política exterior que la llevase a reconciliarse con Rusia o cambiar de estrategia en Siria. Pero no hay que descartar pequeños ajustes y, sobre todo, que a partir de ahora se echen todas las culpas a un profesor que confundió la teoría con la práctica.

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