Hubo un tiempo en que los expertos tenían ideas y los periodistas las contaban. Pero los think tanks o centros de investigación ofrecen ahora sus opiniones en la misma bandeja digital que los medios. Son un nuevo jugador que comprueba las ventajas (y desventajas) de pasar la pelota en una arena de líneas desleídas.
Foreign Policy, la revista perteneciente hace años al centro de análisis Carnegie Endowment for International Peace y comprada en 2008 por el grupo de The Washington Post, ha lanzado una web junto a la entidad sin ánimo de lucro Legatum Institute. Se llama Democracy Lab y realiza un seguimiento a fondo de las transiciones económicas y políticas en el mundo. Editada por el ex corresponsal Christian Caryl, la web cuenta con un grupo fijo de expertos y un grupo variable de colaboradores externos.
El Centre for Policy Studies, instituto de investigación británico, ha puesto en marcha CapX. Este sitio afirma localizar los mejores trabajos sobre mercados globales y política económica filtrando cada día cientos de miles de fuentes, blogs y publicaciones académicas de todo el mundo. Después ofrece la información “con las tecnologías más rupturistas”.
Son sólo dos ejemplos de que los think tanks, entidades dedicadas al análisis sesudo de cuestiones de relevancia pública, ya no dirigen su mensaje sólo a la élite política y los medios, aunque también lo hagan aún. Siguen aportando declaraciones y datos con los que contextualizar artículos; siguen convirtiendo a sus analistas en columnistas o tertulianos; pero ahora también son el propio medio. La Web se lo permite mediante el lanzamiento de revistas, boletines y blogs.
Los laboratorios de ideas han modernizado sus plataformas de presentación y también han dado fluidez a su lenguaje. Como subraya The Economist, ahora es posible hallar a un centro de análisis tras títulos del tipo “Doce cosas que debe conocer para entender el Tribunal Europeo de Justicia”, una concesión de estilo impensable hace unos años.
Estas entidades tratan de jugar con la camiseta de “información digerible pero con calidad por encima de la media”. Compiten con la prensa sobre todo por el público elitista. Este es el mensaje con segundas de Foreign Policy en su nuevo proyecto: “A los lectores les gustan las historias sobre activistas heroicos que triunfan frente a las dificultades. Son muy conmovedoras, pero a menudo dejan de lado partes importantes, grandes, de la historia, tales como qué está pensando un gobierno determinado o qué está sucediendo en los más altos círculos militares; Democracy Lab busca ofrecer una imagen más rica”.
No sólo se trata de periodismo de salón o de análisis. En algunos casos, la oferta informativa de los centros (o de ONGs con capacidad de análisis) es apreciada precisamente porque involucra a más agentes sobre el terreno o contiene más trabajo en las zonas conflictivas que algunas secciones de Internacional con pocos recursos. Así ocurre con los estudios que publican International Crisis Group o Human Rights Watch, inmediatamente convertidos en noticia. De este tipo de informes también se valoran las altas dosis de denuncia, en línea con la tendencia actual al periodismo comprometido.
Financiación e independencia
Pero a mayor exposición, mayor escrutinio. Los laboratorios de ideas difunden información con incidencia en las políticas públicas y su estandarte es la libertad intelectual, así que hay tres preguntas que han empezado a recibir más que nunca: quién los financia, cuál es su grado de independencia real y hasta qué punto lo que generan es información u opinión.
Hay ejemplos antiguos de esta preocupación (en 2004, Tim Lambert analizaba ya la sorprendente coincidencia de algunos think tanks a la hora de criticar Linux y el movimiento open source), pero la suspicacia ha aumentado últimamente. En agosto de 2013 Bryan Bender exploraba en las páginas de The Boston Globe las motivaciones partisanas de algunos centros de análisis; en junio de 2014, el trabajo de Ken Silverstein Pay to play. Think tanks: Institutional corruption and the industry of ideas, generaba un considerable ruido sobre sus sistemas de captación de fondos; en julio, The New York Times publicó una noticia sobre el asunto en primera página, dándole carta de protagonismo.
Según este diario, existían vínculos importantes no declarados entre al menos doce instituciones de relevancia (como el Atlantic Council o la Brookings Institution, considerada el mejor laboratorio de ideas del mundo) y diversos gobiernos extranjeros. Noruega, por ejemplo, destinó 5 millones de dólares al Center for Global Development para influir en la política de ayuda al desarrollo estadounidense. Según el diario, también Japón recurre a la contratación de estas instituciones para efectuar tareas de lobby. Algunos centros negaron la existencia de ese tipo de acuerdos; otros aseguraron que no tenían incidencia en su contenido editorial.
Actualmente, sólo un 12% de los think tanks globales es totalmente transparente sobre quién le financia, según un estudio de Transparify citado por El Confidencial. Como sugieren varios expertos en este artículo, los think tanks tienen mucho camino por recorrer en España, donde a veces son fundaciones de partidos políticos las que ocupan el lugar de los centros de análisis (como la FAES o la Fundación Alternativas). “Su naturaleza es resbaladiza. Su influencia es cada vez mayor, pero su independencia se ha ido quedado por el camino”, concluye sobre estas instituciones y tras hablar con varios analistas el periodista de 20 minutos Nacho Segurado (“‘Think tanks’: influencia en la sombra para «pensar distinto»).
A la espera de comprobar si triunfa otra molesta etiqueta (periodismo think-tank), las dudas sobre los fondos destinados a los laboratorios de análisis pueden tomarse con ironía, como hace Dan Drezner: “Merece la pena considerar que los laboratorios de ideas tienen que conseguir su financiación de algún sitio”. Las fuentes posibles son escasas, y se limitan a: gobiernos extranjeros, gobierno estadounidense, fundaciones, grandes corporaciones o personalidades muy ricas. Así que transparencia sí, diversificación en el origen de los fondos también -viene a decir este profesor de Política Internacional en la Universidad de Tufts- pero hipocresías las justas. ¿Que qué hay de la financiación distribuida o crowdfunding? Eso requeriría que al público le interesase la política exterior, dice el académico.