Territorio de la Mancha: cartografía de una posible literatura iberoamericana

Ana Pellicer Vázquez
 |  27 de enero de 2016

“Déjenlo todo, de nuevo láncense a los caminos”

Roberto Bolaño

 

En el Congreso de la Lengua que se celebró en Cartagena de Indias en 2007, Carlos Fuentes formuló de manera magistral la idea de que hay un posible espacio cultural, lingüístico y simbólico iberoamericano, al que bautizó como territorio de La Mancha. Es un espacio que, en palabras del intelectual mexicano, “convierte el Atlántico en puente, no en abismo” y es “el más grande país del mundo”.

Con este punto de partida podríamos plantear dos preguntas con la difícil aspiración de aproximar una respuesta: ¿Existe la categoría literatura iberoamericana? ¿Es la literatura un posible vehículo de cohesión iberoamericana?

Antes de definir la cartografía, establezcamos el escenario.  En primer lugar, aunque es obvio que la lengua castellana es un elemento de integración en la región, no podemos hacer una lectura ingenua y pensar que los 406 millones de hablantes son lectores o usuarios de “productos culturales” mínimamente sofisticados. En segundo lugar, este escenario potencialmente integrador genera, en la mayor parte de las ocasiones, conflictos políticos derivados (pienso en las “academias alternativas”, en las visiones nacionalistas, en las fisuras de la política panhispánica y en los resabios imperialistas trasnochados).

Si se hace un poco de historia, podríamos hablar de tres momentos fundamentales en lo “iberoamericano”. En primer lugar, hay que recordar que la emancipación cultural de América Latina llegó mucho después que la política, cuando Rubén Darío exportó el modernismo poético a Europa, y era la primera vez que se hacía el viaje inverso.

El segundo momento relevante de esa emancipación cultural es el llamado boom de la literatura latinoamericana, que cristalizó en Barcelona y que no hubiera tomado esa forma en otras circunstancias. El boom no fue, estrictamente, un fenómeno estético o literario sino más bien de afortunada mercadotecnia, gracias al cual se universalizaron discursos literarios radicalmente opuestos, como el realismo mágico de Gabriel García Márquez, el existencialismo rioplatense de Juan Carlos Onetti, la literatura fantástica de Julio Cortázar o el realismo casi puro de Mario Vargas Llosa. Todos ellos conformaron un primer conglomerado iberoamericano (unión de españoles y americanos de países diversos) que iba por delante de las etiquetas políticas y que fue efectivo en cuanto a visibilidad comercial y difusión casi planetaria de unos pocos nombres. ¿Iberoamérica cultural gracias a Carmen Balcells? Suena a titular pero podría ser una hipótesis plausible.

El tercer momento, pasada la larguísima resaca del boom, que invisibilizó, muy a su pesar, a las generaciones siguientes, tendría que ver con los últimos años y con la desterritorialización de los autores latinoamericanos. Tomás Eloy Martínez habla de “el tercer descubrimiento de América”, Julio Ortega sitúa el momento actual como “fenómeno transatlántico”.

 

España ya no ocupa un papel central en el debate cultural de América Latina, a pesar de ciertas visiones nacionalistas que son, en realidad, políticas

 

Bajo mi punto de vista, hay divisiones obsoletas: ya no existe la dialéctica literatura española versus literatura latinoamericana. Esta división parece servir solo para categorizar académicamente departamentos de literatura en las universidades. Porque en la posmodernidad pierden sentido las dicotomías tradicionales (campo/ciudad, capitalismo/comunismo, tradición/modernidad, alta cultura/cultura popular) para dar paso a realidades más fractales. Podríamos aventurar, pues, que hay literatura en castellano, no autónoma, no autosuficiente, pero sí solvente como unidad significativa y mas desterritorializada que antaño. España ya no ocupa un papel central en el debate cultural de América Latina, a pesar de ciertas visiones nacionalistas que son, en realidad, políticas. España no hace ya el canon, que es, además, alimentado también por el mercado de las traducciones y por las lecturas norteamericanas. Los grandes grupos editoriales tienen sucursales fuertes en América Latina y hay sellos latinoamericanos importantes y con mucha entidad intelectual. La principal feria del libro en español (a punto de cumplir 30 años) está en el territorio de La Mancha, sí, pero en la Guadalajara de México.

En su lúcido ensayo El insomnio de Bolívar, Jorge Volpi dice que “los nuevos narradores hablan de sus países sin resabios de romanticismo o de compromiso político, sin esperanzas ni planes de futuro, acaso solo con el orgulloso desencanto de quien reconoce los límites de su responsabilidad frente a la historia. En vez de presentarse como inventores de América Latina, contribuyen a descifrarla y desarmarla”. No es casualidad que el referente de casi todos estos nuevos narradores fuera Roberto Bolaño, escritor nómada, apátrida, escurridizo y deliberadamente desmitificador.

Y podríamos citar ejemplos concretos de esta posible literatura iberoamericana y de esta aspiración consciente de muchos autores de mirar hacia fuera en vez de tratar de construir esas catedralicias novelas autoreferenciales. Del boom al boomerang hay varias antologías que trataron de trazar con ahínco ese mapamundi letrado de la región: Mc Ondo (Fuguet y Gómez, 1996), Manifiesto del Crack (Volpi, Urroz, Palou, Padilla, Estivil, Chavez Castañeda y Herrasti, 1996), Páginas AmarillasLíneas Aéreas (Becerra, 1999), Se habla español. Voces Latinas en USA (Fuguet y Paz Soldán, 2000). En Líneas aéreas se incluyeron autores chicanos de Estados Unidos y en Mc Ondo autores españoles. Entre las muy recientes, cabe destacar El futuro no es nuestro (Trelles Paz, 2011), Antología de crónica latinoamericana actual (Jaramillo, 2012), Palabras mayores (Rivera Garza, Villoro y Nettel, 2015), Geografías literarias de América (Depetris y Curiel, 2015).

 

La gran paradoja es que se publica más que nunca, hay un superávit de textos en todos los formatos, pero la “sociedad líquida” hace que sean efímeros e inaprensibles

 

Por tanto, si bien la literatura podría ser un proyecto iberoamericano en lo simbólico, acaba siendo fallido en su aterrizaje económico real: la industria del libro ha sido incapaz de crear una red iberoamericana de distribución y ha caído en las redes de lo que Néstor García Canclini llama la “bestsellerización”. También ha padecido lo que Alessandro Baricco denominael asedio de los bárbaros” (los saqueadores de la cultura, aquellos que todo lo comercializan). Por supuesto, también hay disonancia de reciprocidad entre países. Ricardo Piglia dice en el El último lector que “los autores viajan más que sus libros”, y es cierto que conocemos autores interesantes cuyos libros no podemos comprar nunca. La gran paradoja es que se publica más que nunca, hay un superávit de textos en todos los formatos, pero la “sociedad líquida” (Bauman) hace que sean efímeros e inaprensibles.

Y es que ha cambiado el escenario cultural pero ha cambiado también el lector, que es ahora, en palabras de Vicente Luis Mora, un “lectoespectador”, un lector que comparte un imaginario similar en la globalización. Así, podríamos describir el itinerario de los centros literarios, partiendo del modernismo hasta nuestros días, como: París-Barcelona-Ciberespacio. Porque hay microcentros, hay mercados fuertes, pero ya no hay fronteras ni espacios físicos que sean la torre de cristal del escritor ni su Ítaca excluyente.

Estamos ya en la “cultura-mundo” de la que habló Lipovetsky: ha desaparecido la cultura aristocrática reservada a unos pocos. Y es el fin del antagonismo cultura/economía. Este ciberespacio como biblioteca virtual democratiza absolutamente el acceso a los libros y el intercambio iberoamericano entre autores y propuestas intelectuales. Un ciberespacio que salva del aislamiento y crea el posible territorio iberoamericano mencionado al principio, aunque sea conflictiva y deficiente su concreción. El territorio de La Mancha es, sí, el país letrado más grande del mundo.

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