Por Darío Valcárcel.
En Teherán, la respuesta a Ahmadineyad se temía desde hace dos años: pero nadie imaginaba esa corriente verde. Anteriores presidentes, Jatami, Rafsanyani, habían mantenido dosis altas de prudencia. Ahmadineyad optó por tirarse al monte. Todo esto es sabido.
Si aparecen sobre la mesa de la morgue algunos muertos, todos del mismo lado, la situación se complica, no ya para el presidente sino para el Líder Supremo, Ali Jamenei. Han pasado 30 años desde el desembarco del imán Jomeini en Teherán y el mecanismo sufre la prueba más dura desde entonces. Estudiantes jóvenes, muchas mujeres (algunas sin velo), decididas a correr riesgos, incluido el de morir, avanzan por las calles. Centenares de miles de manifestantes, profesores, estudiantes, propietarios minúsculos del bazar, sacerdotes, mujeres mayores, funcionarios, avanzan en silencio. Como en China, en 1952, el poder quería tenerlos localizados, fotografiados, para aplicar luego sus medidas (las suponemos).
“Muerte a Israel”, “Muerte a América”. Pero estos no son gritos demasiado graves. Lo grave es el significado, hoy o dentro de un año, de lo que lo que la masa de manifestantes significa, qué hay detrás. William Pfaff, lo recuerda desde París: nunca ha existido en una sociedad musulmana la separación entre iglesia y Estado. Irán, añade el gran columnista americano, como otros Estados musulmanes, evoluciona despacio, desde la teocracia islámica a una gradual democracia representativa. Líbano es la única democracia del Próximo Oriente.
El autor del cambio es el ordenador portátil, en el que todo se ve. Intervenir en la red, como si se tratara de Birmania o del Congo, humillaría al Líder Supremo: aparta de mí ese cáliz. A los corresponsales europeos o americanos se les retira su credencial. No hay información. ¿Pero cómo no va a haber información si hay en Teherán más de un millón de ordenadores personales?
Los ostentosos chulos que, en estas ocasiones, salen de no se sabe dónde, en Rabat o Cairo, en París o Pekín, hacen inmediato acto de presencia. Son los basiyí, enviados por los guardias revolucionarios, armados a todo correr en los cuarteles. No saben lo que es una pistola del 9 largo o un subfusil de sesenta cartuchos. Pero, a diferencia de la marea verde, llevan armas y las pueden usar.
La práctica de la democracia exige un entrenamiento de algún siglo. La República Islámica tiene 30 años de práctica electoral. Lo nombres de los candidatos votados se escriben a mano en la papeleta. Hay una compañía, española, Indra, dedicada a escrutar elecciones. Con una elaborada sofisticación informática, vigila en seis horas la atribución de resultados, acaba de escrutar en España la elección europea. Posiblemente sus servicios no serán requeridos en Irán.