Enésima llamada de atención a la banca estadounidense. Pero esta vez, con garra. El 20 de noviembre JPMorgan Chase recibía una sanción económica sin precedentes. 2.000 millones de dólares como multa, 4.000 en reparaciones a los consumidores afectados por su venta de las fraudulentas hipotecas subprime, y 7.000 en demandas civiles y federales. En total, 13.000 millones de dólares, muy por encima del récord previo de 4.000, desembolsados por BP con motivo del colapso de su plataforma petrolífera en el golfo de México.
Chase sobrevivirá. Se trata de el mayor banco estadounidense, con activos de 2,3 billones de dólares, presencia en 60 países, y unos beneficios anuales que doblan el volumen de la sanción. A pesar de lo cual la sentencia, negociada por Jamie Dimon, presidente del banco desde 2006, y el fiscal general de Estados Unidos, Eric Holder, no pasará desapercibida. Abre la puerta a que se realicen futuras investigaciones criminales sobre las actividades del banco entre 2005 y 2008, y asienta un precedente que puede ser aplicado al resto de Wall Street. Parte de los 4.000 millones en reparaciones serán aplicados a restaurar barrios destruidos por la fiebre hipotecaria y la posterior oleada de desahucios.
La historia, a estas alturas de la partida, es de sobra conocida. En los años previos al estallido de la crisis financiera, Wall Street popularizó el comercio de paquetes financieros con un valor nulo, conocidos como hipotecas subprime. El enorme volumen de la actividad pronto generó una burbuja financiera y alimentó una burbuja inmobiliaria, a la que ni unos reguladores abotargados ni unos políticos en el bolsillo de la banca quisieron enfrentarse. Wall Street era aún menos inocente: el analista de Bear Sterns que definía un paquete financiero (denominado SACO-2006-08) como “saco de mierda” era consciente de lo que vendía. Empleados de Goldman Sachs se refirieron regularmente a sus clientes como “muppets” (pringados); los del holandés Rabobank se reían del daño que causarían a sus clientes manipulando el Libor.
De aquellos lodos, estos polvos. Como retrata Charles Ferguson en su magistral Inside Job, cuando se descubrió que los magos de Wall Street estaban más cerca de ser ludópatas de casino que genios financieros, la burbuja estalló y arrastró a la economía global a un precipicio.
Pero no a Wall Street. Hasta ahora, los causantes de la mayor crisis desde la Gran Depresión han logrado salir indemnes. Ejecutivos de la aseguradora AIG celebraron su rescate por el gobierno americano gastándose 440.000 dólares en un spa. Igualmente rescatados con dinero público, los de Goldman Sachs se aseguraron indemnizaciones multimillonarias. El propio Dimon ingresó un bonus de 23 millones de dólares en 2011.
En vista del comportamiento casi psicópata de los empleados de la banca, de la impunidad de la que parece gozar el sector y de la lentitud con que se aplican las reformas financieras (la regla Volcker, destinada a limitar las operaciones riesgosas de los bancos, continúa sin aplicarse gracias a los esfuerzos de Goldman Sachs) es legítimo preguntarsesi la multa no sabe a poco. Como observa Matt Taibbi, Bernard Madoff fue condenado a 150 años de cárcel por causar daños de 18.000 millones de dólares. Los daños de Chase se cifran en 20.500, y es obvio que el banco, al igual que Madoff, era consciente del carácter fraudulento de sus negocios. Pero en ningún momento se plantea procesar a sus directivos.
Tampoco parece que el gobierno de Barack Obama vaya a perseguir al resto del sector financiero. El enfrentamiento con Chase fue motivado en gran medida por la presión de Londres, que sufrió en su City los estragos especulativos de Bruno Iksil, empleado del banco. La medida, en resumen, no es digna de la alarma que ha causado en medios estadounidenses afines al sector financiero, como el Wall Street Journal.
A pesar lo anterior, JPMorgan pasa por horas bajas. La semana pasada trató de montar una sesión interactiva en Twitter para aconsejar al público cómo triunfar en el sector financiero. En vez de encontrarse con un séquito de fans, la cuenta del banco fue recibida con una oleada de tweets cáusticos (“¿Me podríais devolver mi casa?”; “Cuento con fraude hipotecario, especulación en mercados, manipulación del Libor y préstamos fraudulentos. ¿Está mi currículum diversificado?”) que llevaron al banco a cancelar la iniciativa. Pero la mejor reacción tal vez sea la de Taibbi, que ha convocado un concurso al haiku que mejor sintetice las miserias del banco.