En las últimas semanas hemos visto un incremento alarmante de las tensiones en el estrecho de Taiwán, entre China y Estados Unidos, con el pretexto de la visita de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, a la isla. Unas tensiones que han cobrado inquietante forma en unas maniobras militares chinas de contenido agresivo, presentadas como ensayo de una eventual invasión o, como mínimo, de la capacidad real de China de establecer un bloqueo aeronaval de Taiwán, con el consiguiente y brutal impacto sobre los flujos comerciales. En particular, se ha vuelto a poner de manifiesto, una vez más, el papel esencial taiwanés en la exportación de un componente imprescindible para la producción mundial como son los microprocesadores. Su liderazgo en ese terreno es abrumador y refuerza sustancialmente su relevancia geopolítica. Quien domine el mercado mundial de chips tendrá la supremacía tecnológica y, también, militar. Para las dos grandes superpotencias es un asunto de supervivencia en su condición de tales.
La República Popular China reivindica, desde su formación, su soberanía sobre Taiwán, a la que considera una provincia “rebelde”, en base a la doctrina, internacionalmente asumida, de “una sola China”. Algo que se consolidó después de la histórica visita de Nixon a Pekín hace medio siglo. Sin embargo, la comunidad internacional, que reconoce muy mayoritariamente esa doctrina, ha seguido manteniendo e intensificando las relaciones comerciales y de todo tipo con Taiwán, desde el principio de que cualquier “reunificación” no puede hacerse en base al uso de la fuerza y que es algo que tiene que resolverse a través de la negociación, respetando las características de la isla, en especial su carácter plenamente democrático y con libertades civiles, así como su economía de libre mercado.
Por ello, EEUU ha seguido la teoría de la “ambigüedad estratégica”, es decir, asumir la idea de una sola China, pero con las premisas mencionadas y, por tanto, dejando en la ambigüedad la posibilidad de defender Taiwán ante una agresión si aquellas no se cumplieran. Hay hoy un intenso debate en EEUU sobre si debe seguir en esa línea o dar un paso más y explicitar su compromiso con esa defensa, incluyendo la respuesta militar.
Más allá de esta realidad, Taiwán es la llave de acceso desde el mar de la China Oriental al de la China Meridional, además de formar parte, con Okinawa y Filipinas, de la llamada primera cadena de islas que condicionan la salida de China al Pacífico, junto a la segunda cadena que va de Japón a Guam y las islas Marianas. Por ello, EEUU tiene bases terrestres y navales en Japón y Corea del Sur, y navales en Filipinas, Australia, Nueva Zelanda, Guam y Singapur, además de la Isla de Diego García y Tailandia, en el Índico.
«Si China dominara Taiwán, implicaría estrechar el cerco al mar del Sur, llave a su vez del estrecho de Malaca, cuya libre navegación es absolutamente vital para el Sureste Asiático»
El corolario es que, si China dominara Taiwán, además de ser muy perjudicial para Japón y Corea del Sur en cuanto a la seguridad de sus flujos comerciales, implicaría estrechar el cerco al mar del Sur, llave a su vez del estrecho de Malaca, cuya libre navegación es absolutamente vital para el Sureste Asiático, para la propia China y para Japón, Corea, EEUU o la India, además de para otras grandes potencias exportadoras como Alemania. Es cierto que el estrecho de Sunda, entre Sumatra y Java, en Indonesia, podría ser una alternativa. Pero depende igualmente de quién controle el mar del Sur. No es casual, en este contexto, que Japón despliegue una política exterior y de defensa mucho más asertiva y que parta del concepto de un Indo-Pacífico libre y abierto.
Por todo ello, China está desarrollando una agresiva política en el mar Meridional, sobre la base de la llamada “línea de los nueve puntos” que reivindica como límite de sus aguas territoriales y que supone el control de su práctica totalidad. Esa política pasa por reivindicaciones territoriales (particularmente con las Islas Paracel y con el archipiélago de las Spratly), en pugna con cinco países de la ASEAN (además del contencioso en el mar del Este con Japón por las islas Sekaku/Daiou). De hecho, Filipinas acudió a un Tribunal de Arbitraje en el marco de la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, que falló en su favor, sin que China haya aceptado la sentencia.
Pero, además, China está desplegando islas artificiales para uso militar, buques “pesqueros”, guardias costeras y maniobras aeronavales que presionan con fuerza a los países limítrofes, dificultando el acceso a sus aguas, en las que, por lo demás, existen ingentes reservas de petróleo y gas, además de importantísimos recursos pesqueros.
«China desarrolla una estrategia A2/AD cuyo objetivo es evitar la posibilidad de cualquier ataque a su territorio continental, pero sobre todo impedir a EEUU su capacidad efectiva para seguir garantizando la libre circulación marítima por la región»
Tal política china cabe enmarcarla, a su vez, en el desarrollo de una estrategia A2/AD (Anti-Acces, de carácter defensivo, y Acces Denial, de naturaleza ofensiva), con despliegue aeronaval y misilístico, cuyo objetivo es evitar la posibilidad de cualquier ataque a su territorio continental, pero sobre todo impedir a EEUU su capacidad efectiva para seguir garantizando la libre circulación marítima por la región.
La reacción estadounidense es multidireccional. Por una parte, intentando reforzar sus lazos militares con Filipinas o Singapur (Malasia o Brunei tienen una política exterior proclive al gigante asiático) y, en la medida de lo posible, con Vietnam e Indonesia. Y por otra, configurando alianzas que tienen como objetivo la contención del expansionismo chino y mostrar la voluntad de disponer de una adecuada capacidad de respuesta en caso de crisis. Las dos más importantes son el QUAD (con Japón, Australia e India, país absolutamente clave en ese escenario) y el AUKUS, junto a Reino Unido, para dotar a Australia de submarinos de propulsión nuclear además de otras capacidades militares de alta tecnología, hasta hoy vedadas a cualquier país extranjero. Sin olvidarnos de la presión estadounidense para que la OTAN y los aliados europeos tengan también una mayor implicación en la región, como se concretó en el nuevo Concepto Estratégico de la Alianza aprobado en la Cumbre de Madrid a finales del pasado junio.
Lo que está en juego es algo tan importante como el control del Pacífico y del Sureste Asiático. Si China lo consiguiera, desplazando a EEUU, sería un paso decisivo para consolidarse como potencia global, relegando a los estadounidenses a dejar de serlo. En definitiva, está en juego, nada menos, que la hegemonía geopolítica en este siglo. De ahí que la crisis de Taiwán no puede aislarse de un contexto más amplio. Una vez más en la historia, los grandes imperios pasan por el dominio de los mares y las rutas navales.