La no participación de Taiwán en la asamblea de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) es fiel reflejo del avance del veto continental a la visibilidad internacional de la isla, con nueva presidencia desde el 20 de mayo, ahora en manos del soberanista Partido Democrático Progresista (PDP) o Minjindang. En julio último, los delegados taiwaneses tampoco pudieron participar en una reunión sectorial de la FAO en Roma (el último incidente similar se produjo en 2003). En mayo, la asistencia a la asamblea de la OMS estuvo rodeada de polémica por la exigencia previa de aceptación del principio de “Una sola China”. La posibilidad de participación en la asamblea de Interpol en noviembre, pese a estar la secretaría general en manos de un alemán y no de un chino, como en el caso de la OACI, es objeto de especulación.
La diplomacia de Taiwán, reconocido por solo 22 países, se enfrenta a una coyuntura compleja. La exclusión de las reuniones multilaterales quiebra las posibilidades de comunicación con terceros países, dejándole como principal recurso seguro a futuro la sociedad civil a través de las ONG. De llegar a consumarse el vaticinio de una pronta normalización del Vaticano con Pekín (pese a tantas incompatibilidades bilaterales), la ruptura con Taiwán supondría un duro revés, aunque pueda dañar la reputación del Vaticano a ojos de muchos católicos en el mundo. Curiosamente, a día de hoy, casi 200 chinos del continente estudian teología en el Vaticano frente a tan solo uno procedente de Taiwán.
Taipei tiene en marcha un plan para reducir y reestructurar oficinas representativas (117 alrededor del mundo), a la baja en Europa o América y al alza en Asia, en coherencia con la Nueva Política hacia el Sur que incluye a Australia o Nueva Zelanda. El nuevo gobierno pondrá toda la carne en el asador para lograr el éxito de esta reorientación, pero el intento de ir con ella más allá de los intercambios comerciales e inversiones –de lo que presumen sus inspiradores– constituye el mayor aliciente para que Pekín maniobre con el propósito de obstaculizar la extensión y estrechamiento de los lazos con estos países.
En consecuencia, los horizontes diplomáticos de Taiwán, que experimentaron cierta mejora plausible durante la tregua que supuso el mandato de Ma Ying-jeou (2008-2016) y el establecimiento de la “tercera cooperación” entre el KMT y el PCCh (2005), se van nublando. Todo apunta a que en Pekín se apuesta por la línea dura y seguirá presionando para que la presidencia de Tsai Ing-wen reconozca el Consenso de 1992 (una China, dos interpretaciones), lo cual no es verosímil. El cerrojo a la participación internacional puede llegar más lejos aun, aunque es probable que progrese de forma escalonada.
La apuesta continental seguirá intensificándose con el fin de visibilizar el callejón sin salida al que conduce el PDP a una sociedad en la que podría crecer el malestar y que, como hemos visto con la reciente movilización del sector turístico, puede traducirse en presión interna frente al gobierno. A la suspensión de los intercambios oficiales, cabe añadir la baja del comercio bilateral, casi el 10% en los siete primeros meses del año.
Tsai ha tratado de evitar la confrontación abierta. Por ejemplo, usa el término “China continental” en vez de solo “China”, pero esto no es suficiente para acumular confianza entre las partes. El PCCh parece decidido a ignorarla, tendiendo puentes con las fuerzas afines y si a estas conviene, las pérdidas diplomáticas serán mayores e irreversibles cuando llegue el momento adecuado.
El cerrojo impuesto al PDP alcanza también a la movilidad de sus propios diputados. La pasada semana, por ejemplo, Hong Kong rechazó la entrada de una legisladora de su formación. Y es el tercer caso en poco tiempo. Mientras, Pekín abre de par en par las puertas a los alcaldes del KMT proponiéndoles una vía de compensación (con derivaciones en materia económica, turística, etcétera) si persisten en su adhesión al Consenso de 1992. El Taiwán bueno (azul) y el Taiwán malo (verde)…
La tasa de popularidad de Tsai cayó 25 puntos en cuatro meses. No es poco. En ello influyen varios factores y no todos guardan relación con China continental. Muchos taiwaneses aplauden su posición en defensa del statu quo y la negativa a reconocer el Consenso de 1992, pero el atosigamiento y la presión continental puede tener largas implicaciones en las políticas domésticas y amenazar la estabilidad de su confortable mayoría absoluta.