La historia de Taiwán no es una historia apacible. Desde la irrupción de las potencias europeas en el siglo XVII a la “colonización” china, después de la sustitución de la dinastía Ming por la Qing y su incorporación al imperio a finales de ese siglo, pasando por la conquista japonesa a raíz de la guerra sino-japonesa y su incorporación (a perpetuidad…) a Japón en 1895, la antigua isla de Formosa (como la denominaron los portugueses) ha sido objeto permanente de disputa.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Taiwán pasa a control de China, que a su vez es escenario de una larguísima guerra civil que culmina con la victoria del ejército comunista sobre los nacionalistas del Kuomingtan, quienes se ven obligados a replegarse a la isla, mientras en el continente se funda la República Popular China en 1949. Tal repliegue no es pacífico; genera gravísimas y sangrientas tensiones entre los originarios de la isla y los recién llegados, que se dirimen en el marco de un régimen autoritario y represivo, impuesto por las tropas nacionalistas.
Durante dos décadas, Taiwán es la sede del gobierno nacionalista de Chang Kai Check, quien reivindica la legitimidad de representar a toda China, siendo así reconocido por la mayor parte de la comunidad internacional, incluido su asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Tal legitimidad nunca fue aceptada por la República Popular, que considera a Taiwán parte esencial de “una sola China” y ha expresado que jamás aceptaría su independencia, incluyendo el uso de la fuerza militar, si fuere necesario para impedirlo.
Todo cambia en los setenta, a raíz del cambio de la política de Estados Unidos por parte de Richard Nixon y Henri Kissinger, quienes aceptan y reconocen a la República Popular como la representante del pueblo chino, incluyendo la sustitución en el Consejo de Seguridad, lo que abrió el reconocimiento internacional casi general y dejó a Taiwán en una situación cercana al limbo en el concierto internacional de naciones.
El mundo acepta la realidad de una Taiwán soberana “de facto” (incluido EEUU), pero asume que ya no puede reivindicar la representación del pueblo chino y las relaciones se establecen sobre bases pragmáticas, en el marco de la guerra fría. Esta situación implica la defensa de Taiwán frente a una eventual anexión por la fuerza por parte de la República Popular (algo que llegó a contemplarse y que la guerra de Corea hizo imposible).
Desde entonces, se vive la paradoja de un Taiwán no reconocido en términos diplomáticos y, al mismo tiempo, protegido por EEUU, con compromisos bilaterales explícitos. Mientras, Taiwán ha ido democratizando su régimen político (después de la muerte del dictador y la sustitución por su hijo), siendo hoy una de las democracias más avanzadas del mundo y, en paralelo, inicia un crecimiento económico espectacular, basado en las exportaciones, una economía abierta y una clarísima apuesta por la tecnología. De hecho, Taiwán, junto a Hong Kong, Corea del Sur y Singapur, forma lo que se denominaron los cuatro “tigres asiáticos” que, con Japón, irrumpen de forma clara en el mundo desarrollado.
«El mundo vive la paradoja de un Taiwán no reconocido en términos diplomáticos y, al mismo tiempo, protegido por EEUU, con compromisos bilaterales explícitos»
China, por su parte, jamás ha renunciado al objetivo de integrar Taiwán y, de forma crecientemente agresiva (con Xi Jinping ya explícitamente) formula la posibilidad de la utilización de la fuerza militar para ello. Tal reivindicación se sitúa en el contexto de la gran pugna por la hegemonía que están librando, en todos los frentes, China y EEUU para ser la superpotencia de este siglo. Una pugna que, desde el punto de vista estratégico, es, cada vez más, fundamentalmente tecnológica y, desde el punto de vista geopolítico, tiene su centro de gravedad en el dominio de los mares adyacentes a China.
Esa situación convierte al estrecho de Taiwán en un foco permanente de tensión y de eventual conflicto (algunos opinan que inevitable en los próximos años). Los vuelos chinos sobre el espacio aéreo taiwanés y el discurso cada vez más agresivo de las autoridades chinas (transmitiendo a su ejército que debe estar preparado para la guerra), han llevado a Washington a renovar su compromiso con la seguridad y la defensa de Taiwán, incluyendo la presencia permanente de sus buques de guerra en el estrecho y, al mismo tiempo, construyendo un “cinturón de seguridad” en el Indo-Pacífico, con el objetivo de contener el expansionismo chino, estrechando sus alianzas con Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda y, muy significativamente, con India.
Si en algún lugar puede empezar una guerra entre las dos potencias, es ahí.
Al mismo tiempo, Taiwán se ha convertido en pieza clave también en el terreno de la pugna tecnológica. A través de una inteligente política y de una apuesta productiva muy exitosa, Taiwán es hoy, junto con Corea y Japón, el gran productor mundial de microchips (semiconductores o circuitos integrados) absolutamente imprescindibles para el desarrollo espectacular de la economía digital en todos los ámbitos.
Cualquier objeto cotidiano (teléfonos móviles, ordenadores, electrodomésticos, automóviles, trenes y aviones, satélites y un largo etcétera, y con el Internet de las cosas y el 5G, toda nuestra realidad, se basa en billones de microchips, cuya tecnología, además, se acelera vertiginosamente y que requiere de ingentes inversiones no solo en I+D y diseños enormemente sofisticados, sino también en su producción.
Y es ahí dónde, precisamente, se ha especializado Taiwán. La TSMC (Taiwán Semiconductor Manufacturing Company) se ha convertido en el gran e imprescindible actor global para el suministro de las necesidades mundiales, obligando a europeos, norteamericanos y chinos a adaptarse y a asegurarse su concurso. Lo estamos viendo ahora con toda su crudeza: la escasez mundial de chips, por diversas razones, se ha convertido en un campo de batalla de la lucha geopolítica. Y Taiwán tiene la llave.
Fuente: Bloomberg
Su posición como centro de producción de microchips convierte a la isla, no solo en un punto geopolíticamente estratégico, sino también en uno de los lugares donde se dirime el futuro de un desarrollo tecnológico progresivamente “desacoplado” y que puede decantar quién pudiera ser el vencedor de la gran pugna del siglo XXI.
Taiwán es hoy la historia de un enorme éxito: un país avanzado y próspero, eficaz (la respuesta a la pandemia ha sido absolutamente ejemplar, desmintiendo la eventual superioridad de los regímenes autoritarios) y plenamente democrático.
La respuesta china en Hong Kong ha eliminado cualquier posibilidad de un arreglo pacífico para integrar a Taiwán en “una sola China”, con dos sistemas. Tal oferta no es creíble.
En consecuencia, la defensa de Taiwán por parte de EEUU es más necesaria que nunca. Y la agresividad creciente de China, inevitable. Pensemos en un Taiwán bajo soberanía china. La voluntad de supremacía avanzaría probablemente de forma irreversible. Y eso es algo que EEUU no se puede permitir.
La historia de Taiwán, pues, seguirá siendo poco apacible.