La idea de un “giro a la izquierda” dice poco sobre el ascenso y caída de los partidos de izquierda hoy o en cualquier otro momento de la historia de América Latina. Aunque los actores y las arenas varían con el tiempo, la clave está en comprender las sucesivas oleadas de demandas de los segmentos más pobres de la sociedad.
¿Cómo dar cuenta de los acontecimientos experimentados en América Latina región durante los últimos 20 años desde una perspectiva histórica de largo plazo? La definición más común ha sido la del “giro a la izquierda” ocurrido en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador y Venezuela. Pero este concepto solo pone de relieve una vaga conexión entre diversos gobiernos de izquierda, dejando muchas dinámicas políticas y económicas sin explicación.
Para comprender los procesos transformadores más importantes detrás del giro a la izquierda de Suramérica, necesitamos volver a la larga historia de la región de cíclicos conflictos redistributivos y analizar lo que denomino “olas de incorporación”. Se trata de prolongados procesos históricos de lucha entre grupos socioeconómicos y políticos, entre aquellos que intentan mantener una relación íntima entre el poder económico y político y aquellos que presionan (a veces desde abajo) para expandir la arena sociopolítica con el objetivo de incorporar a los pobres como ciudadanos y trabajadores. A lo largo de la historia latinoamericana ha habido dos olas de incorporación de los segmentos más pobres de la sociedad.
La primera fue un proceso que combinaba las reivindicaciones populares por parte de movimientos obreros y campesinos con políticas para canalizar estas demandas en instituciones corporativistas. La primera incorporación en América Latina sucedió entre los años treinta y los cincuenta del siglo XX, y fue definida por Ruth Berins Collier y David Collier en Shaping the Political Arena como “el primer intento sostenido y al menos parcialmente exitoso por parte del Estado de legitimar y dar forma a un movimiento sindical institucionalizado”. Esto se logró a través de políticas sociales que abordaron las reivindicaciones de sectores populares cada vez más sindicalizados. En Brasil la incorporación se persiguió con fines de desmovilización, mientras que en Bolivia, Venezuela y Argentina la incorporación implicó al movimiento obrero. En los casos de Bolivia y Venezuela también se incluyó a campesinos, mientras que en Ecuador la incorporación fue llevada a cabo por un régimen militar reformista e involucró a un débil movimiento obrero.
Diversos golpes de Estado pusieron fin a la primera ola de incorporación en la mayor parte de América Latina. En Argentina, por ejemplo, el golpe de 1955 condujo a un periodo de tensiones entre peronistas y otros actores políticos, así como a otros golpes de Estado. En 1976 comenzó un proceso sistemático de exclusión o “desincorporación” de sectores populares debido a los regímenes militares autoritarios y a las reformas neoliberales democráticas, que duraron hasta principios de los años 2000.
Pero esta fase de golpes y desincorporación neoliberal no fue exclusiva de Argentina. En la mayoría de los países de la región esta tendencia se enfrentó a la resistencia de movimientos sociales que movilizaron a sectores populares, como los campesinos sin tierra en Brasil, los indígenas en Bolivia y Ecuador y los desempleados en Argentina. Estas resistencias acumuladas constituyeron un masivo ciclo continental de protestas frente a los efectos excluyentes de las reformas neoliberales.
La segunda gran redefinición de la arena sociopolítica en América Latina comenzó a finales de los años noventa. Esta segunda ola de incorporación es un proceso territorial que surge de la acumulación de transformaciones diseñadas para responder a demandas populares de inclusión. La aparición de partidos de izquierda o populistas en el gobierno es uno de los subproductos de dos décadas de lucha por la reincorporación.
Movimientos populares y cambio
Cada ola de incorporación se ha asociado con diferentes tipos de movimientos populares que lideran los esfuerzos por el cambio social. Durante el periodo liberal (1870-1930) que precedió a la primera incorporación (1930-1950), los movimientos obreros y campesinos fueron los principales organizadores de los sectores populares en sus demandas por bienestar a través de reformas o la revolución. Para la segunda incorporación (2000-2010), el periodo neoliberal anterior (1970-1990) dio lugar a un nuevo tipo de movimiento que se convertiría en el actor popular central en la lucha por revertir las consecuencias del autoritarismo y el neoliberalismo: los movimientos de reincorporación, que se constituyeron sobre el legado de los actores basados en el trabajo, pero también los descentraron del eje político, organizando a los pobres y marginados territorialmente.
Hay dinámicas recurrentes propias de la incorporación, y ambas olas manifiestan rasgos comunes. Como consecuencia del neoliberalismo surgió una “cuestión social”, que evolucionó en ambas olas hacia una cuestión política defendida por un actor disruptivo gradualmente reconocido y legitimado. En los años noventa y 2000, el surgimiento de la “recomodificación” y la marginalización como una nueva “cuestión social”, las reformas en el funcionamiento de las instituciones policiales para controlar las protestas y la creación de programas sociales masivos pueden considerarse equivalentes a la dinámica previa a la primera incorporación.
Entre la década de 1870 y los años cincuenta del siglo XX, los movimientos de izquierda que planteaban la “cuestión social” empujaron a las élites liberales a aumentar la represión y políticas sociales. Esto llevó gradualmente a liderazgos populistas o de izquierda que inicialmente reconocieron las demandas de derechos sociales y luego también a los actores detrás de estas reivindicaciones; a saber, los movimientos obreros y campesinos. En cuanto a las políticas sociales, la primera ola vio la creación de ministerios de Trabajo o Asuntos Campesinos, reformas agrarias (excepto en Argentina), políticas integrales de derechos sociales y reformas constitucionales. En la segunda ola, también condujo a la creación de nuevos ministerios como el ministerio de Desarrollo Agrario en Brasil o el de Desarrollo Social en Argentina; reformas constitucionales en Bolivia, Ecuador y Venezuela; reformas agrarias en Bolivia y Venezuela; y la producción de una amplia gama de políticas sociales en los cinco países.
Si bien la primera incorporación se caracterizó por la sindicación masiva y los arreglos estatales corporativistas, la segunda siguió una lógica territorializada. Esta segunda ola es “territorial” porque la incorporación de los sectores populares ha ocurrido predominantemente a través de instituciones creadas o reformuladas para la articulación de actores ajenos al sistema sindical. En cambio, una vez que las reformas neoliberales y los regímenes autoritarios habían debilitado o disuelto los arreglos neocorporativistas para resolver los conflictos sociopolíticos, las ocupaciones de tierra urbana y rural, los barrios y las villas miseria se convirtieron en espacios centrales para las reivindicaciones de los pobres organizados.
Por la misma razón, las políticas sociales asociadas a esta reincorporación se han definido por la ubicación física de los pobres en lugar de por la clase u ocupación. En muchos casos, estas políticas han sido canalizadas a través de instituciones de creación reciente o redefinidas para estos fines. Por ejemplo, los “territorios ciudadanos” en Brasil, las “misiones” en Venezuela y la articulación de movimientos a través de consejos sociales que canalizan múltiples demandas no corporativas en Argentina, Bolivia y Brasil. Este fue un cambio importante de la lógica funcionalista del corporativismo, que había articulado las reivindicaciones de los sectores populares con los sindicatos como su único representante y los ministerios de Trabajo como el departamento estatal exclusivo.
Mirando al futuro, los recientes acontecimientos en Latinoamérica podrían señalar tres caminos críticos para la segunda ola de incorporación. El golpe en Brasil, la elección de neoliberales en Argentina y las tensiones violentas en Venezuela podrían indicar el final de la segunda ola. Sin embargo, la segunda incorporación continúa en Ecuador, con la elección del candidato oficial, y en Bolivia, debido al alto apoyo al gobierno. Por tanto, es demasiado pronto para saber si algunos países han entrado en una segunda ola de desincorporación o si la situación actual es solo un paréntesis en la larga historia latinoamericana de conflictos redistributivos.