Estamos sumidos en una emergencia global, lo que representa un shock económico sin precedentes que nos ha obligado a adaptarnos, pensar de manera nueva y actuar deprisa. Décadas de polarización económica han aumentado las desigualdades, de modo que muchos se enfrentan a una inseguridad debilitante. Los confinamientos han causado aún más daño y polarización económicos. Mucha gente considera la economía como un sistema al que no sienten que pertenezcan, un sistema diseñado para favorecer a otros.
La crisis que estamos experimentando crea la oportunidad de articular una nueva dirección para nuestra sociedad. ¿Reconfigurará el Covid-19 nuestras sociedades? ¿Se convertirá esta tragedia en una oportunidad única para reconstruir mejores economías? La pandemia hace que la acción radical y orientada al futuro sea más urgente que nunca. Las crisis, sean guerras o pandemias, en ocasiones alimentan a la imaginación social. Se deben forjar nuevos pactos y las viejas reglas deben ser profundamente transformadas. Cuanto más profunda sea la crisis, más probable será que la gente no pida un retorno a lo normal, sino un salto hacia algo diferente y mejor, dirigiendo políticas públicas e inversiones hacia proyectos que transformen nuestra economía y nos transporten a un futuro digital y sin emisiones de carbono.
La pandemia detonó una suerte de digitalización “forzada” en muchos aspectos de nuestra vida cotidiana. Las infraestructuras digitales se han revelado como infraestructura crítica, de la que dependen muchos servicios sociales, como el trabajo, la sanidad y la educación. El acceso a la conectividad –banda ancha gratuita, pública y accesible– deberá ser considerado un derecho fundamental. Desarrollar tecnologías como las redes 5G, la computación en la nube y las infraestructuras de Inteligencia Artificial se acaban de convertir en prioridades nacionales y globales.
Ante esta transformación digital de la sociedad, debemos ser conscientes de los retos sociales y políticos que entraña en el largo plazo. Acelerar la digitalización no es suficiente, pero es necesario para dar dirección al proceso. En mi perspectiva, lo que realmente necesitamos es un nuevo contrato para la sociedad digital. Deberíamos llamarlo un “Green New Deal digital” porque se basa en usar tecnologías digitales para alcanzar una sostenibilidad tanto social como medioambiental.
Este New Deal digital se centrará en restaurar nuestra soberanía digital. La soberanía digital significa que como sociedad deberíamos ser capaces de marcar la dirección del progreso tecnológico y poner la tecnología y los datos al servicio de la gente. También implica dirigir el desarrollo tecnológico a solucionar las cuestiones sociales y medioambientales más acuciantes de nuestra época, empezando con la emergencia climática, la transición energética y la sanidad pública.
La soberanía digital quiere decir que las tecnologías digitales pueden facilitar la transición de nuestra actual economía de capitalismo de vigilancia –donde un puñado de corporaciones en Estados Unidos y China se pelean por la soberanía digital global– a un futuro digital, centrado en la gente y basado en mejores derechos laborales, medioambientales y civiles que atraigan la inversión a largo plazo.
Solo si aunamos la transformación digital con un Green New Deal seremos capaces de romper la lógica binaria que siempre nos presenta con solo dos escenarios para el futuro digital: el gran Estado –el modelo chino u orwelliano– o las grandes tecnológicas –el capitalismo de vigilancia de Silicon Valley–. El gran Estado arranca las libertades individuales de la gente; las grandes tecnológicas generan monopolios de datos que algún día gestionarán infraestructura crítica, como la sanidad y la educación. Ninguno de los dos es una opción para un mundo democrático.
Propongo una tercera vía: la gran democracia. Una democratización de los datos, la participación ciudadana y la tecnología al servicio de la sociedad y la transición ecológica. He intentado hacer precisamente eso en Barcelona durante los últimos cuatro años, transformando los datos municipales en un bien común, propiedad de todos los ciudadanos, así como redefiniendo el concepto de “ciudad inteligente” (smart city) para garantizar que sirva a sus habitantes. Si como sociedad fracasamos en ganar nuestra soberanía digital, nos enfrentamos al riesgo de convertirnos en una colonia digital, aplastada en un sándwich entre Estados Unidos y China.
En la fase pos-pandemia, nos encontraremos en un cruce de caminos histórico. Podemos reclamar la soberanía tecnológica, avanzando un nuevo humanismo digital que rechace la elección entre gran Estado y grandes tecnológicas, así como el muro tecnológico entre China y EEUU. Para convertir esta visión en realidad, necesitamos un movimiento que presente una alternativa, convirtiendo la tecnología en un derecho y oportunidad para muchos en vez del privilegio de unos pocos.
Mi sugerencia es que formemos una red global de ciudades que promocionen ambiciosas políticas públicas para reclamar la gobernanza democrática de la tecnología digital y la soberanía de datos. Las ciudades deberían dar de vuelta el poder a los ciudadanos a través de un proceso de participación democrática, y emplear los datos municipales para afrontar los grandes retos medioambientales y sociales: el clima, la movilidad sostenible, las viviendas accesibles, la sanidad y la educación. Deberíamos aprovechar esta oportunidad histórica.
Este discurso fue pronunciado en la Bienal de Venecia de 2020. La versión original –en inglés– puede encontrarse aquí.