No fue una jornada electoral sin interrupciones. En Alepo y Damasco llovieron los misiles y el fuego de mortero de los rebeldes. Robert Fisk describe a colas de gente transportadas hasta las urnas y obligadas a votar. La legitimidad de los comicios era nula, pero nada de esto ha impedido que Bachar el Asad se hiciese con un tercer mandato de siete años el 4 de junio. Con este golpe de efecto, el dictador pretende poner un punto y final a la guerra civil en Siria, que en los últimos tres años ha dejado un saldo de 160.000 muertos, y actualmente se ha extendido al oeste de Irak y Líbano.
La victoria del régimen, con todo, es exigua. Asad sólo ha obtenido un 88,7% del voto, lo que en la región supone una muestra de impopularidad considerable. Abdel Fatah al Sisi acaba de hacerse con más del 96% del voto egipcio. Sin duda el resultado obtenido por Asad refleja cierto rechazo hacia su proyecto político por parte de la sociedad siria. Por lo pronto del 60% del país que pertenece bajo control de distintas facciones rebeldes, en estado de guerra con el gobierno. La amnistía decretada por el régimen para algunos combatientes no será suficiente para aplacar a la oposición.
La balanza, sin embargo, se inclina a favor de Asad. Tras la última ofensiva del ejército sirio, apoyada por guardias revolucionarios iraníes y milicianos de Hezbolá, la oposición se encuentra debilitada. Y, como de costumbre, dividida entre moderados e islamistas radicales, cuyo peso no ha hecho más que aumentar durante el último año. Es por eso que las minorías religiosas de Siria continúan apoyando mayoritariamente a Asad.
El proceso electoral, curiosamente, ha tenido más consecuencias fuera de las fronteras de Siria. Tras dimitir como enviado especial de la ONU, Lajhar Brahimi ha advertido que el país puede convertirse en un Estado fallido, como Somalia. Brahmimi llevaba menos de dos años en el cargo. Aún más chocante han sido las críticas de Robert Ford, ex embajador americano en Siria. En una entrevista reciente, Ford admitió que no podía defender la política exterior de Barack Obama en el país.
No hay perspectivas para lograr un acuerdo internacional de mínimos y poner fin a la guerra. Rusia permanece enfrentada con Estados Unidos por la cuestión de Ucrania, y Pekín está tensando su pulso con Washington por el control de los mares de China. Ambas potencias ejercerán su poder de veto en el Consejo de Seguridad ante cualquier tentativa intervencionista de EE UU o la Unión Europea.
Tampoco estos últimos muestran interés por actuar. Obama admitió recientemente que no apoya una solución militar al conflicto. La principal preocupación de la UE no es derrocar a Asad, sino frenar el flujo de ciudadanos de procedencia árabe a las filas de los yihadistas sirios. Cuando volviesen a Europa, los combatientes podrían consolidar focos de terrorismo islámico en la propia unión. El número total de yihadistas europeos se estima en torno a 450, de los cuales 50 son españoles provenientes de Ceuta, Melilla, Madrid y Barcelona.
El apoyo a los rebeldes en Oriente Próximo también se ha visto debilitado. Aunque Turquía, Arabia Saudí y Catar apoyaron a la insurgencia, únicamente este último ha armado a las facciones más extremistas. La visita del presidente iraní Hasán Rouhaní a Ankara señala el distanciamiento de Turquía con los rebeldes. Irán ha sido, junto con Rusia, el principal apoyo el régimen sirio.