Tres elecciones en tres países contiguos, y las tres se ven afectadas –o incluso condenadas al fracaso– por un mismo problema. Los países en cuestión son Irak, Líbano, y Siria. El problema, la guerra civil que desangra al tercero, y cuyo impacto repercute más allá de sus fronteras. Aunque el régimen de Bachar el Asad parece haber recuperado la iniciativa frente a las diferentes facciones rebeldes, los tres años de guerra en Siria han desestabilizado enormemente a sus vecinos.
El caso de Irak, que celebró elecciones parlamentarias el 30 de abril, es el más notable. El país permanece desgarrado por las tensiones sectarias que desencadenó la invasión americana. De un lado está el gobierno de Nuri al-Maliki, cuyo Partido Islámico Dawa es la principal fuerza chií en el país. Del otro está el Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIL), un grupo sunita extremista que opera a ambos lados de la frontera entre Irak y Siria. ISIL se originó tras la invasión de 2003 y rompió recientemente con Al Qaeda en Irak por considerar la organización demasiado moderada. El enfrentamiento, que de nuevo tiene en la ciudad de Faluya uno de sus principales campos de batalla, se ha saldado ya con 1.800 muertos y 300.000 desplazados.
Los resultados de las elecciones no se sabrán hasta principios de mayo, pero será difícil que abran la puerta a la reconciliación. 14 personas murieron en diferentes atentados durante la jornada electoral. En la provincia occidental de Anbar, bastión del ISIL, sólo un 70% de los colegios electorales se encontraban en estado funcional. En la ciudad de Faluya, controlada por los rebeldes, no había un solo colegio electoral disponible. Se calcula que la participación en el resto del país rondó en torno al 60% del electorado. Al-Maliki, en busca de un tercer mandato, ha planteado el proceso como una elección entre él o el caos. Lo cierto es que la centralización de poderes en el ejecutivo ha provocado la oposición de los partidos kurdos y sunitas. Ante semejante impasse, la fragmentación política del país resulta inevitable.
Líbano, que entre 1976 y 2005 fue ocupado militarmente por Siria, también se ha visto desestabilizado por la guerra civil. El 23 de abril, el parlamento libanés no logró la mayoría de dos tercios necesaria para elegir a un presidente que renueve a Michel Suleiman. En una sociedad estructurada principalmente según la afiliación religiosa, un acuerdo de compartición de poder establece que el candidato que releve a Suleiman deberá ser un cristiano maronita. En noviembre tendrán lugar elecciones parlamentarias, pero la estabilidad será una quimera mientras prosiga la guerra en Siria. El grupo islamista Hezbolá, cuyo brazo militar ha apoyado activamente al régimen de el Asad desde el inicio del conflicto, podría desestabilizar cualquier gobierno que le impidiese operar al otro lado de la frontera. Líbano acoge además a más de dos millones de refugiados del conflicto, lo que supone una carga inmensa para un país pequeño.
En el caso de Siria, la convocatoria de elecciones por parte del régimen, en un momento en que ha logrado imponerse sobre los rebeldes, es un acto grotesco. Tanto por la oposición al régimen como por lo mediadores de Naciones Unidas lo han denunciado. Los comicios, que tendrán lugar el 3 de junio, otorgarán una predecible mayoría búlgara al gobernante Partido Baathista de Siria. Contando más de 150.000 muertos, la guerra civil siria no podrá terminar con unas simples elecciones, sino con un largo y doloroso proceso de reconciliación. Tristemente ni Asad ni la oposición, entre la que abundan los islamistas radicales, están capacitados para promover semejante iniciativa.