Demográficamente, los hispanos son uno de los colectivos más importantes en Estados Unidos, y su relevancia continúa en aumento. Ante esta tendencia, ¿cómo es posible que un candidato presidencial se haya estrenado con unas declaraciones abiertamente hostiles hacia México, el vecino de abajo? ¿Y cómo es que su propio partido no se ha apresurado a reprenderle?
En las últimas semanas hemos asistido a una pugna en el Partido Republicano para ver cuál de los candidatos presidenciales comentaría primero las declaraciones de Donald Trump. La cuestión se convirtió en el proverbial elefante en la habitación del que nadie quería hablar, o hacerlo de forma soslayada. Aunque los principales candidatos se han pronunciado en contra, con la sorprendente salvedad de Marco Rubio, sus críticas no han estado a la altura de las circunstancias, dadas las graves acusaciones del magnate. ¿Por qué razón han desaprovechado esta excelente oportunidad de ganar puntos con el electorado hispano y los indecisos de centro?
La respuesta no parece hallarse ni en sus circunstancias personales (tanto Ted Cruz como Rubio son de ascendencia latina, y Jeb Bush está casado con una mexicana) ni económicas (pertenecen a una clase alta capitalista a la que interesa que aumente el flujo de inmigrantes). Los factores decisivos serían, por tanto, políticos.
Por un lado no se puede negar la existencia de una lealtad al partido que a menudo está por encima de lo personal o de lo ideológico. Actuar como “hombres de honor” y no mancillar la dignidad del partido con rencillas públicas parece ser la posición más generalizada en este momento. A un nivel más pragmático, esto significa también no enemistarse demasiado pronto con quien pueda ser presidente en el futuro. A medida que las cartas vayan quedando sobre la mesa y el número de candidatos se reduzca, esta lucha se recrudecerá y situaciones de indecisión como la actual no es probable que se repitan.
Por último, quizá la más importante de las razones: la opinión de las bases del partido. Las bases del Grand Old Party son más conservadoras de lo que en muchas ocasiones representan sus líderes, particularmente en el sur del país. La diferencia socioeconómica entre las élites partidistas y sus votantes en muchos casos hace que sea difícil evaluar el impacto que unas declaraciones pueden tener en el medio plazo. Por eso en las primeras etapas de la campaña se prefiere actuar de forma más reactiva, a través de globos sonda y declaraciones más medidas para captar la sensibilidad del electorado.
En este momento, y a la luz de las últimas encuestas, parece que las bases republicanas se han visto atraídas por la figura de Trump, por su estilo brusco y sus posturas extremistas, puesto que su popularidad no deja de aumentar y ya se ha asentado con firmeza entre los primeros candidatos. Pero todavía es pronto, y aún queda por ver si ese ímpetu inicial se mantendrá o si, por el contrario, la moderación se hará con su hueco y desplazará al billonario al papel de bufón televisivo.