El 8 de abril se celebran elecciones en Hungría. El autoritario primer ministro Viktor Orban repite la campaña del miedo con los migrantes que ya le diera tan buenos resultados hace cuatro años. Insiste en la simple y efectiva fórmula de anti-Unión Europea, anti-globalización y anti-establishment. Según Orban, que nunca utiliza el concepto Unión Europea, “Bruselas quiere diluir la población europea y reemplazarla, tirar nuestra cultura, nuestro modo de vida y todo aquello que nos separa y nos distingue a nosotros, europeos, de los otros pueblos del mundo”.
Si el populismo fuera una disciplina deportiva, Orban sería campeón de Europa. Steve Bannon, el que fuera ideólogo de Donald Trump, le ha definido como “el hombre político más interesante del momento”. No tiene programa político con medidas concretas, ni se mide en debates preelectorales. No le hace falta. Buen orador y maestro de la provocación y la propaganda, no ha dudado en relacionar a los refugiados con el terrorismo internacional. O comparar la Comisión Europea con la extinta Unión Soviética.
Con su formación Fidesz (Alianza de Jóvenes Demócratas), controla los medios de comunicación y carece de una oposición real. Ahora Orban ha añadido otro enemigo exterior. Afirma que es el especulador norteamericano de origen húngaro, George Soros, quien está detrás de los partidos de la oposición para posibilitar la entrada de emigrantes que van a violar el espacio cultural húngaro. El magnate impulsor de la “sociedad abierta” en los países del centro y el este de Europa ha sido señalado como cabeza visible de una conspiración global para instalar sociedades multiculturales en Europa y destruir las raíces identitarias ancladas en el cristianismo. Orban se presenta como el único paladín capaz de frenar la islamización y evitar la invasión de migrantes. De nuevo y como era previsible, Fidesz se impone como remedio a los males externos.
Orban lidera el grupo de Visegrado, conocido asimismo como V4, formado por República Checa, Eslovaquia, Hungría y Polonia. Sus integrantes son quienes de manera más contundente se han opuesto al reparto de los 160.000 refugiados que pretendía llevar a cabo la UE. A Hungría le hubieran correspondido 1.294. En Austria, la coalición cristianodemócrata con la extrema derecha coquetea con la idea de incorporarse al V4. El grupo insiste en que no busca la desaparición de la UE. Pero está claro que se convertiría en un importante elemento de presión euroescéptico en un momento en que la Unión aborda cambios cuya trascendencia puede superar a la de Maastricht.
Orban augura que la región del V4 será “el motor de la economía europea en pocos años”. Los datos macroeconómicos magiares oficiales son buenos. Inflación del 2,4% y deuda pública del 74,5% en 2017. Desempleo del 3,8% en enero. Y un pronóstico de déficit del 2,4% del PIB para este año. Pese a ello, un 32% de los húngaros vive en “condiciones excesivamente difíciles”, el doble que la media de la UE, según un informe de Eurostat de diciembre. De las 20 regiones más pobres de Europa, cuatro se encuentran en el este y sur, donde el Fidesz es más fuerte. Existe, pues, un creciente aumento de la pobreza y la desigualdad social. Este aumento se debe en parte al sistema fiscal de una sola tasa, del 15%, que perjudica a los más pobres porque redistribuye hacia las capas sociales con mayor poder adquisitivo. Sin olvidar que los húngaros pagan el IVA más alto de la UE, 27%. Los sueldos se han incrementado hasta situarse en una media de 722 euros a fines de 2017, aunque se dan grandes diferencias entre las zonas urbanas y rurales y entre el este empobrecido y el oeste más próspero. Otro problema es la escasa movilidad de la población, donde los hijos suelen heredar la pobreza de sus padres.
A esto se suman las críticas de socavar la democracia y, cada vez más, del alto nivel de corrupción en las clases dirigentes. La Oficina Antifraude de la UE (OLAF) advierte en un informe reciente de las prácticas corruptas con fondos comunitarios en Hungría. Entre otros, estaría involucrado Istvan Tiborcz, yerno del primer ministro. OLAF no ha hecho público el documento, pero según el portal informativo 24.hu existe un fraude organizado para asegurar que la empresa de Tiborcz consiga grandes contratos sin tener que competir con firmas rivales. Según la Comisión Europea, “el volumen de fraudes supera el promedio europeo, lo que afecta de forma negativa al crecimiento económico”.
Batalla electoral
El sistema electoral húngaro es mixto. Semejante al alemán. Los 199 diputados de la Asamblea Nacional son elegidos por dos métodos. 106 en distritos electorales uninominales por primera mayoría. Los 93 restantes a través de listas preparadas por los partidos en un solo distrito electoral nacional por representación proporcional. El umbral electoral establecido en el 5% se eleva al 10% para coaliciones de dos partidos y al 15% para coaliciones de tres o más.
El ultranacionalista Jobbik (Movimiento por una Hungría Mejor) alcanzaría según las últimas estimaciones entre el 17 y el 20% de los votos. Incluso la extrema derecha quiere pasar al centro. Su líder, Gabor Vona, ha dejado atrás su discurso xenófobo. Pero conserva sus mensajes contra la corrupción y la elite política con los que atrae a los votantes más pobres y jóvenes. Así, busca el apoyo de amplias capas sociales, con mensajes a veces menos alarmantes que el propio ejecutivo, como en el asunto de la inmigración, a la que Vona también se opone, si bien con menor radicalismo.
Otros partidos son los socialistas, divididos en dos: el Partido Socialista Húngaro (MSZP) y la Coalición Democrática (DK). Luego tenemos a los dos Verdes, el Párbeszéd (Diálogo) y La Política Puede Ser Diferente (LMP). El Együtt (Juntos) y el Momentum son partidos nuevos creados a partir de organizaciones civiles.
Conviene subrayar el caso del politólogo Gergely Karacsony, uno de los presidentes del izquierdista Párbeszéd. De acuerdo con los sondeos, es el político más popular de Hungría, por delante de Orbán y Vona. Karacsony prometió que, en caso de una victoria de la izquierda, el nuevo gobierno reformará la Constitución aprobada por Orbán en su primer mandato, además de una enmienda del sistema electoral, para convocar después nuevos comicios.
¿Y si hay sorpresa en Hungría?
Orbán, de 54 años, volverá a ganar con toda probabilidad por tercera vez consecutiva para continuar con su política de “Hungría primero”. El padre de cinco hijos ya fue primer ministro entre 1998 y 2002, iniciando un proyecto de transformación en lo que él mismo llama “democracia illiberal”. Vuelve a ocupar el cargo desde el año 2010 y cuenta con el apoyo de casi el 40% de los votantes pero es, al mismo tiempo, uno de los políticos que más rechazo provoca en el país.
Y ahora ha tenido lugar un hecho inesperado. Un independiente se hizo con la alcaldía en la pequeña ciudad de Hódmezővásárhely. Péter Márki-Zay, político y economista de 46 años, padre de siete hijos y católico practicante recibió el 57% de los votos. En la actualidad se hallaba en paro, al ser despedido, por sugerencia del Fidesz, de su trabajo, debido a su deslealtad con esta formación.
La primera acción de Márki-Zay en la alcaldía ha sido publicar las actas de concesión de la iluminación de las calles de su ciudad. El proyecto –que abarca unas 70 ciudades– lo ganó, hace dos años, la empresa Elios, donde trabaja el mencionado yerno de Orban. Los sobrecostes que presentan las obras públicas, con financiación europea, acaban casi siempre en los bolsillos del régimen.
La circunstancia ha tenido un innegable efecto psicológico en el partido que preveía un nuevo paseo triunfal. La importancia simbólica de esta victoria no viene dada solo por el hecho de que en este municipio nació János Lázár, jefe de Gabinete de Orbán y pieza central del aparato. Ha mostrado que se puede ganar al Fidesz en unas elecciones. El impacto ha sido tal que ha cambiado la actitud de la oposición, reacia hasta ahora a entenderse. A pesar de sus diferencias ideológicas, los partidos han abierto negociaciones para considerar la concentración del voto en candidaturas nominales en función del candidato con más posibilidades de vencer.
La oposición está empezando a sacar a relucir todas las acusaciones de fraude y malversación de fondos. La corrupción ya es percibida por la población como el segundo problema más grave, por detrás de la precaria situación de la sanidad pública y por delante de la inmigración.
Las encuestas señalan que la popularidad de Orban se agota de forma paulatina. Ganará con un resultado bastante más ajustado que antes. Se dibujan esperanzas de cambio en el horizonte húngaro.