No hubo sorpresa en Indonesia. Joko Widodo (57 años), apodado Jokowi ha sido reelegido. Su indudable carisma volvió a ser el factor determinante. Los resultados oficiales serán publicados en mayo. Su adversario, el exgeneral Prabowo Subianto (67), ferviente nacionalista, cortejó a los miembros de la línea dura islámica. Como ya hiciera en 2014 y pese a que esta vez la ventaja de Jokowi duplica la de entonces, ha vuelto a denunciar irregularidades y fraude.
La campaña fue virulenta y con acusaciones personales. Para atraer a los votantes de menos edad (un 40% entre 18 y 35 años) se utilizaron las redes sociales con el resultado indeseado de un uso indiscriminado de noticias falsas. Por primera vez se celebraron de forma simultánea comicios presidenciales y legislativos. Se decidieron también 575 escaños de la Cámara Baja, 136 en la Alta, y más de 19.000 puestos a nivel provincial y municipal. Los partidos con menos del 4% de los votos no tendrán representación.
El Partido Democrático Indonesio de la Lucha (PDI-P) de Jokowi cuenta con el apoyo de formaciones que representan cerca del 60% de los escaños, así como la mayor organización musulmana nacional, Nahdlatul Ulama.
El inmenso archipiélago de 13.500 islas tiene la mayor población musulmana del mundo: el 88% de sus más de 265 millones de habitantes. Desde que adoptó la democracia en 1998 ha sido un ejemplo de separación entre religión y Estado. Esto parece haber cambiado. En los últimos años ha aumentado la influencia de los islamistas, por lo que la campaña estuvo marcada por el Islam político.
El propio Jokowi, reforzando su imagen de buen musulmán, dejó a un lado su talante de político secular moderado para elegir como aspirante a la vicepresidencia a Maruf Amin, presidente del Consejo de Ulemas y clérigo ultraconservador. La elección de Maruf como su compañero de fórmula decepcionó a muchos. No cuadraba con la marca de reformista de Jokowi y contradecía su postura de defender la libertad religiosa. El dirigente ha puesto en juego sus principios para ganar puntos en el tablero político.
Jokowi ha perdido la imagen de ‘hombre nuevo’ que porta la antorcha de la esperanza. En 2014 recibió el respaldo de los millennials que le veían como un representante de la generación más joven. Un outsider hecho a sí mismo. Sin embargo, a lo largo del mandato muchos de sus partidarios criticaron su inclinación a favorecer los intereses de la atrincherada elite.
En 2017 el septuagenario Maruf, ayudó a enviar a prisión (21 meses) por dudosos cargos de blasfemia al exgobernador de Yakarta, Basuki Tjahaja Purnama, Ahok, amigo de Jokowi mientras el presidente callaba. En 2016 había sido acusado en plena campaña de hacer comentarios despectivos sobre el Corán. Este episodio refleja el impacto del Islam en la política actual. Ahok, líder étnico chino, fue el primer gobernador no musulmán de la capital en más de 50 años.
Con una larga historia de tensiones internas, Indonesia sigue siendo un modelo de tolerancia en el mundo musulmán, pero se enfrenta a una creciente islamización y a un riesgo de división. Tras la independencia, el expresidente Sukarno aplicó la ideología nacional de un estado multiétnico que incluye los principios de pluralidad religiosa, democracia y justicia social. Sukarno fue seguido por el dictador Suharto que no dio opción a los musulmanes ultraconservadores. A partir de las reformas democráticas de 1998, los islamistas encontraron espacio para organizarse. La influencia del wahabismo originario de países del Golfo se ha afianzado en el sistema educativo. Se conceden becas para estudiar en Arabia Saudí a estudiantes que luego regresan y difunden sus ideas. La educación es de especial relevancia teniendo en cuenta que casi el 30% de la población tiene menos de 14 años.
Asignatura pendiente de su anterior etapa y reto fundamental en esta es el escaso progreso relativo al respeto a los derechos humanos. Al mismo tiempo las leyes locales inspiradas en la ley islámica o sharía han proliferado. Y la corrupción continúa afectando a la mayoría de los partidos.
Jokowi comenzó su presidencia en 2014 aprobando el fusilamiento de ocho narcotraficantes. Hizo caso omiso a las peticiones de la Unión Europea. Defendió las ejecuciones diciendo que no indultaría a los condenados porque Indonesia se enfrentaba a una emergencia en materia de drogas. Prometió que el gobierno investigaría los asesinatos masivos (entre 500.000 y un millón de personas) ocurridos durante los disturbios civiles de 1965 y 1966. No obstante su administración, como las anteriores, minimizó o ignoró las masacres.
Estos años tampoco han supuesto mejoras – al contrario – para la minoría cristiana (10% de la población) y los ahmadíes (grupo musulmán contrario a visiones fundamentalistas). En lo que se refiere a la comunidad LGTB, las fuerzas de seguridad han tomado enérgicas medidas contra ella.
Desarrollo económico
Un segundo desafío es el desarrollo de la primera economía del sudeste asiático. Jokowi no cumplió con el crecimiento prometido del 7%, si bien logró mantenerlo en un 5%. El problema es su reticencia a abandonar el proteccionismo, en parte debido al legado de la crisis financiera asiática. Con todo, el panorama es halagüeño. La inflación está controlada; la rupia estabilizada. La generación de empresarios más jóvenes valora los intentos de crear un contexto transparente y más competitivo. Se han puesto en marcha el plan de cobertura sanitaria nacional y otras medidas. Se incrementa la inversión en infraestructuras con la construcción de carreteras, líneas férreas, refinerías, aeropuertos y puertos marítimos. Este año, Indonesia ha abierto su primera línea de metro en Yakarta. Además de la capital, una serie de ciudades de tamaño medio, como Bandung y Medan, se encuentran en rápida expansión.
Cabe mencionar además que Indonesia es el mayor productor de aceite de palma. Es necesario diversificar y buscar alternativas viables a este recurso que, con un gran mercado nacional, es un causante del problema de la deforestación masiva que a su vez afecta al cambio climático. Jokowi, todavía sin un plan ambicioso para frenarla, se muestra favorable para mejorar la defensa de las selvas.
El plan de inversión a largo plazo, “Indonesia 2045,” prevé que en ese año se convertirá en la quinta economía mundial. De plasmarse estas expectativas permitirán fortalecer la democracia en una región donde casos como los de Myanmar, Tailandia o Filipinas indican tendencias autoritarias.
Esto nos lleva al tercer reto, la política exterior. El país debe continuar siendo el factor que inspira seguridad y confianza a una región inestable como es la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean). Yakarta es consciente de ser un socio estratégico en la Iniciativa de la Franja y la Ruta de Pekín. Una propuesta beneficiosa para ambos que no debe privar a Indonesia de liderar la defensa de los intereses comunes de Asean frente a la presión china y sus reivindicaciones territoriales en el mar de la China Meridional.
Para alcanzar estas metas los indonesios, aunque con menor entusiasmo y mayor dosis de realismo, vuelven a confiar en Jokowi. Según la Constitución, presidentes y vicepresidentes están limitados a dos períodos de cinco años. Hasta ahora las aspiraciones para la reelección le obligaron a negociar con agrupaciones islámicas, militares y partidos políticos. La buena noticia es que a partir de este momento tendrá más libertad para emprender reformas. Jokowi recibe una segunda – y última – oportunidad para cumplir sus promesas.
Buen artículo. En efecto, parece que hay una creciente islamización en Indonesia. Se solía describir el islam de este país como un islam moderad. Pero el factor religioso siempre ha estado muy presente en la sociedad indonesia. Tras la independencia de los Países Bajos, hubo una disputa entre quienes querían crear un Estado islámico y quienes querían crear un Estado laico. Al final, se llegó a una solución transaccional: el artículo 29 de la Constitución estableció que «el Estado se basaría en la creencia en un Dios único y supremo». Ese artículo aplica en el texto dispositivo de la Constitución la ideología nacional plasmada en el Préambulo de la Constitución, a saber, los «panca sila» (cinco principios o pilares): uno de esos principios es la creencia en un único Dios, lo que abre la puerta al reconocimiento de todas las religiones monoteístas. Es decir, que el Estado indonesio no es un Estado islámico, pero sí un Estado religioso. No es nada de extrañar que haya una islamización, dado el contexto geopolítico actual y la influencia de los «lobbies» musulmanes en el país.