Por Jaume Gine Daví.
Kim Jong-il lanzó el proceso de sucesión al trono de Pyongyang a favor de su tercer hijo, Kim Jong-un, de 27 años. Fue nombrado general y luego vicepresidente de la Comisión Militar Central del Partido de los Trabajadores. Una apuesta arriesgada, por su juventud e inexperiencia política y militar, pero forzada por la delicada salud del dictador, que podría empeorar en los próximos meses. Pero Kim Jong-il preparó su sucesión desde enero 2009. Y en junio de 2010 eligió a su cuñado Jang Song-tahek, como hombre de plena confianza para asegurar, si cabe como un regente, la transición al poder del joven heredero Kim III, en el supuesto de una irreversible incapacitación física o un pronto fallecimiento del dictador. Kim II también nombró general de cuatro estrellas a su hermana Kim Kyong-hui, esposa de Jang. Queda bien patente que los entresijos del poder norcoreano es un asunto del clan de la familia Kim.
Además del frente interior, Kim Jong-il maniobró para asegurarse el decisivo apoyo de Pekín. Viajó a Chin a finales de agosto, solo tres meses después de su anterior visita en mayo, con un doble objetivo: lograr el plácet a su plan sucesorio y pedir más ayuda económica a Pekín. Corea del Norte sufre una profunda crisis económica agravada por la fracasada reforma monetaria de noviembre de 2009, las sanciones económicas aplicadas por Washington y Seúl y las inundaciones que en verano azotaron algunas zonas del país. A China le acompañó el joven Kim Jong-un, que fue presentado a las máximas autoridades. De la reunión con el presidente Hu Jintao, el 27 de agosto en Changchun, nada trascendió. Pekín se escuda en su posición oficial que considera la cuestión sucesoria como un asunto interno norcoreano. Se afirma que Kim Jong-il recibió luz verde china a sus veleidades sucesorias y solo entonces convocó la Conferencia del Partido de los Trabajadores para lanzar el proceso sucesorio. También logró el compromiso chino de incrementar la cooperación económica, incluso militar, con con Corea del Norte.
Pero Pekín exige al régimen norcoreano contrapartidas. En primer lugar, que su economía se abra gradualmente al exterior, siguiendo el modelo chino, dando prioridad a los intereses de las empresas chinas que muestran un apetito voraz sobre los recursos naturales del norte. El comercio con China ya representa el 80% del comercio exterior norcoreano. Y en segundo lugar, que rebaje la tensión militar en la península coreana volviendo a las negociaciones, rotas en 2009, en el marco del Grupo de los 6 para la desnuclearización de Pyongyang. Kim Jong-il se muestra abierto a reanudar el diálogo. Pekín espera que Pyongyang renuncie definitivamente a sus ambiciones y amenazas nucleares. ¿Ocurrirá esta vez? Es difícil, al menos a corto plazo, mientras la sucesión dinástica no esté plenamente asegurada.
Estados Unidos y Corea del Sur están asimismo dispuestos a volver a negociar con Pyongyang. Pero no a cualquier precio. Quieren hechos concretos y no nuevas promesas. Seúl ha reiniciado los contactos diplomáticos enviando ayuda humanitaria y está dispuesto a reanudar la cooperación económica con el norte. Pero existe una cuestión espinosa: exige que Pyongyang reconozca su responsabilidad en el hundimiento de la corbeta Cheonan el 26 de marzo, en el que murieron 46 marinos surcoreanos, algo a lo que el norte sigue negándose.
El escenario de futuro plantea muchas incógnitas. Es posible que el régimen norcoreano se mantenga. No tanto que evolucione siguiendo el modelo chino. Kim Jong-il aspira vivir para poder celebrar en abril de 2012 el centenario del nacimiento de su padre y fundador de la dinastía Kim Il-sung. Es más factible que las reformas solo tengan lugar tras fallecer el dictador, sea quien sea su sucesor. Se evitaría un súbito colapso económico del régimen, algo que todos sus vecinos temen. Pero la reunificación coreana quedará más lejana. En todo caso, China aprovecha una vez más otra oportunidad para reforzar su influencia geoestratégica y económica en el noreste de Asia.
Jaume Giné Daví es profesor de la facultad de Derecho de Esade.