Algo huele a podrido en Francia. Cómo si no entender la resurrección política de Nicolás Sarkozy, expresidente “bling-bling”, imputado por corrupción y tráfico de influencias, hijo de inmigrantes que expulsa a inmigrantes, amiguito del alma de Muamar el Gadafi que bombardea a Muamar el Gadafi. Sarkozy marxista, discípulo de Groucho: éstos son mis principios y si no le gustan tengo otros. Sarkozy posmoderno, anunciando su “larga marcha” hacia el puente de mando de La Repúblique en un post de Facebook.
La candidatura de Sarkozy no debiera entusiasmar tras aquella presidencia decepcionante, un solo mandato con mucho ruido y furia pero pocas nueces. Su partido, la conservadora Unión por un Movimiento Popular (UMP), quedó sin liderazgo este verano tras dimitir su presidente, Jean-François Copé, exministro de Presupuesto envuelto en un escándalo de corrupción. La UMP debe 80 millones de euros y un 48% de los franceses ha llegado a opinar que el partido haría mejor en disolverse.
¿Qué pretende Sarkozy presentándose a las primarias del 29 de noviembre? Frenar a la ultraderecha, contesta. “No quiero que mi país sea condenado a la única perspectiva de la humillación y el aislamiento, que es la del FN (el Frente Nacional de Marine Le Pen)”. Y se ofrece como alternativa capaz de “unir a los franceses”.
Triste heredero de Charles de Gaulle, este hombre que, en lo que a su huida hacia delante respecta, en su intento de blindarse de los jueces desde los Campos Elíseos, recuerda más bien a Silvio Berlusconi. Triste condición la de un país que ve en Sarkozy una alternativa de gobierno y un dique de contención del FN: fue la UMP la primera en endurecer su discurso de inmigración, en azuzar la intolerancia con el fin de robar votos al partido de la dinastía Le Pen. Fue esta cortedad de miras la que normalizó los postulados de la ultraderecha, con leyes de extranjería convertidas ya en política de Estado, patrimonio de la derecha y de la izquierda.
Sarkozy es un síntoma de los males que afligen a Francia. También lo son el auge del FN, ganador en las elecciones europeas; la traición del gobernante Partido Socialista a sus votantes, que esperaban ser protegidos de las políticas de austeridad; los escándalos de unas élites corruptas y los líos de faldas de un presidente, François Hollande, cuya popularidad ha sufrido un desplome sin precedentes en la historia de la Quinta República. Escribir sobre Francia se ha convertido en un ejercicio entretenido por lo que tiene su política de vodevil, cada vez más reminiscente de la italiana. Pero llegados a este punto la farsa da paso al esperpento, y el esperpento a una situación sencillamente entristecedora.
El retorno de Sarkozy ni siquiera sorprende. Al contrario, obliga a considerar la carrera del expresidente como hoja de ruta para futuros estadistas galos. Ministro de Interior que vio su valoración pública dispararse siendo “duro” con el crimen (más policía en la calles, sentencias mínimas para delitos violentos). Presidente que elige a un ministro de Interior aún más duro, Claude Guéant, quien durante su mandato expulsó del país a decenas de miles de gitanos. Un modelo a seguir, al menos para el socialista Manuel Valls. Con el político de origen catalán al frente de Interior, el número de gitanos expulsados superó el récord de Guéant. Como Sarkozy en su día, Valls ha visto su gestión “dura” premiada con una enorme popularidad: la que le catapultó a la posición de primer ministro el pasado abril. El FN ya ha ganado: su discurso se convierte, lentamente e inexorablemente, en el del establishment francés.
¿Cuál es la causa del mal que aflige a Francia? Las élites galas, al igual que las de gran parte de Europa, necesitan presentar una alternativa a la política de recortes que ha dominado la agenda de Bruselas desde 2010. La austeridad ha fracasado generando crecimiento y reduciendo la deuda pública, pero ha multiplicado la popularidad de fuerzas políticas que antes se hallaban en los márgenes del sistema. El beneficiario en Francia ha sido el FN, a cuyo discurso la izquierda no ha sabido contraponer una narrativa que inspire y un programa que permita al país salir del estancamiento económico. Si nada de esto cambia, las presidenciales de 2017 presentarán una elección desoladora entre diferentes grados de nacionalismo cerril.
“Tendré que intentar pensar un día en serio en esa manía que tienen los franceses de creer que su país es la segunda patria de todo el mundo”, escribía Jorge Semprún en El largo viaje. Lamentablemente hoy estas palabras carecen de sentido. Bernard Henri-Lévi ha sustituido a Camus, Sarkozy a de Gaulle y Valls a Michel Rocard. Francia, enrocada en el chovinismo, no quiere ser la segunda patria de nadie. Un cambio de rumbo es inaplazable. Por su peso en Europa y su coyuntura económica, Francia está llamada a jugar un papel destacado en el diseño de una unión monetaria viable. Contener al FN continua siendo un imperativo, pero el retorno de Sarkozy no es la respuesta a los problemas del país.
Un muy buen análisis de la política y situación de Francia. Me gustaría leer esta columna en los medios de comunicación franceses, lastima que nuestro chovinismo no lo permitiría.
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