La liberación de Bowe Bergdahl, el sargento estadounidense capturado por los talibanes a mediados de 2009, ha puesto contra las cuerdas a la administración de Barack Obama. Desde el 31 de mayo, e incluso tras reformular su política exterior en un publicitado discurso en West Point, el presidente permanece a la defensiva. Para una oposición republicana obsesionada con exagerar cada patinazo de la Casa Blanca y el Departamento de Estado –concretamente, el asalto al consulado americano de Bengasi–, el episodio se ha convertido en munición de alto calibre.
Bergdahl, el único soldado estadounidense en manos de los talibanes, fue entregado el 31 de mayo. Actualmente se encuentra en la base americana de Landstuhl (Alemania), preparándose para el regreso a su Idaho natal. Su liberación, en principio, se llevó a cabo conforme a la dinámica de la guerra de Afganistán. Aunque Obama ha anunciado la permanencia de 10.000 soldados en el país, el conflicto terminará oficialmente a finales de 2014. Las fuerzas armadas estadounidenses, como muchas otras, se precian de no dejar detrás a un solo hombre. En este contexto, la liberación de Bergdahl requeriría un canje de presos talibanes retenidos en Guantánamo.
Las manzanas de la discordia no tardaron en aparecer. En primer lugar, algunos de los cinco talibanes liberados son dirigentes de peso. Qatar, que medió durante las negociaciones, se ha ofrecido a retener a los talibanes durante un año. Pasado ese tiempo serán libres de volver a su país. El acuerdo no es plato de gusto en un país que desea el fin de la guerra, pero sigue prefiriendo a los talibanes entre rejas que sentados en la mesa de negociaciones. A pesar de todo el acuerdo, como ha señalado Raul Labrador a sus compañeros de partido, es normal dadas las circunstancias. Poner fin a la guerra requiere un mínimo de diálogo con los talibanes.
En segundo lugar, la gestión de la Casa Blanca ha enfurecido al Congreso, controlado por una mayoría republicana. Una ley firmada por Obama en 2013 le obliga a dar parte al legislativo de la liberación de presos de Guantánamo con 30 días de antelación. Pero el gobierno no notificó al Congreso. La coartada de Obama es una declaración, realizada al firmar la ley, que le exime de dar el parte siempre y cuando hacerlo comprometiese la seguridad del país. Es una excusa débil, en vista de que Obama criticó a su predecesor por recurrir a la misma práctica.
El problema principal, sin embargo lo presenta el propio Bergdahl. En su perfil minucioso para Rolling Stone, Michael Hastings muestra a un joven sensible, profundamente decepcionado con la forma en que su país lucha en Afganistán. La indisciplina de sus compañeros y la indiferencia que manifestaban hacia la población local socavaron su moral. El atropello de un niño local por un blindado americano pudo haber sido su punto de inflexión. Una noche de junio, Bergdahl abandonó su equipo –chaleco, rifle, gafas de visión nocturna– en el puesto avanzado en que estaba destinado, y se encaminó a pie hacia la frontera con Pakistán. Los talibanes le capturaron al día siguiente.
Aunque el ejército aún no lo considera un desertor, la decisión de Bergdahl le ha enemistado con compañeros que gastaron tiempo, recursos, y tal vez sangre y vidas en su búsqueda. La polémica ha alcanzado también a Bob Bergdahl, padre del sargento, por comunicarse por Twitter con líderes talibanes. En el mensaje, Bergdahl padre muestra su indignación con Guantánamo y la muerte de niños afganos en la guerra. “Parece musulmán”, se escandaliza un tertuliano conservador. Y es que ser musulmán continúa siendo malo. Peter Beinart opina que la islamofobia desatada tras los atentados del 11 de septiembre no ha hecho más que aumentar desde entonces. Para darle la razón, muchos medios de comunicación serios han comparado al sargento con Nick Brody, el protagonista de la serie Homeland. Tras ser capturado por los talibanes, Brody regresa a su país convertido en un agente secreto de Al Qaeda.
El espectáculo generado en torno a la liberación del sargento es lamentable. A pesar de todo, el episodio merece una reflexión. Que Bergdahl abandonase su puesto habla mal tanto de él como del ejército en que servía. En la pieza de Hastings, las fuerzas armadas estadounidenses presentan los mismos problemas de disciplina y moral que a finales de la guerra de Vietnam. Por otro lado, la red Haqqani, que retuvo a Bergdahl durante la mayor parte de su cautiverio, fue fundada por la CIA antes de convertirse en el mayor enemigo de EE UU en Afganistán.
Estas dos cuestiones exigen un debate público sobre la política exterior americana. Lo que hasta ahora prima, por desgracia, es politizar la liberación de Bergdahl y avasallar a su familia.