Japón se ha convertido en el último aliado americano presionado por Rusia con motivo de la crisis de Ucrania. A lo largo de 2014, Moscú ha hecho sentir su influencia en Moldavia, los Balcanes y los Estados Bálticos; pero la presión que está ejerciendo sobre Tokio hasta ahora había pasado desapercibida. El aumento de vuelos de cazas rusos sobre las islas Kuriles, reclamadas por Japón y anexionadas por Rusia tras la Segunda Guerra mundial, aumenta la tensión en una región crispada por el creciente poder de China.
Según un informe reciente de Reuters, la fuerza aérea japonesa ha realizado 943 scrambles –despegues de emergencia– entre marzo de 2013 y el mismo mes en 2014. Se trata de la cifra más alta desde el final de la guerra fría. Aunque la mayor parte de los scrambles pretenden frenar intentos de penetrar el espacio aéreo japonés por parte de cazas chinos sobrevolando las islas Senkaku, un archipiélago rocoso que ambos países se disputan, los vuelos de la fuerza aérea en torno a las Kuriles han contribuido a este aumento.
El principal rival regional de Japón continúa siendo China. Desde 1989, Pekín ha multiplicado por diez su gasto en defensa, adquiriendo un presupuesto que actualmente es cuatro veces superior al de las Fuerzas de Autodefensa de Japón. Tras década y media embarcado en un proyecto de modernización naval, Pekín está desarrollando capacidades para dominar el mar Oriental de China (o, como mínimo, bloquear el acceso de las marinas japonesa y americana).
Visto desde China, Japón (que mantiene un tratado de defensa con Estados Unidos) representa una amenaza. Tokio ha reaccionado ante el rearme de China reforzando sus lazos con Washington. Y en Pekín existe el consenso de que EE UU se opondrá constantemente a que China adquiera una mayor influencia en su vecindario.
Vistas desde Japón, las incursiones chinas y rusas resultan igual de inquietantes. Ambos países pertenecen a la Organización de Cooperación de Shanghái, la organización multilateral promovida por China en 1996 que aspira a unir a Pekín, Moscú y los Estados de Asia central en una suerte de alianza militar. Parece evidente que las acciones rusas en las Kuriles coinciden con la crisis de Ucrania, y que se están realizando en coordinación con China para aumentar la presión sobre el principal aliado americano en Asia oriental.
De la mano de Shinzo Abe, presidente desde finales de 2012, Japón ha comenzado un programa de rearme, aumentando sus presupuesto de defensa e internacionalizando su industria armamentística. Ante la tensión en las Senkakus (y ahora las Kuriles), Abe ha propuesto una revisión de la constitución pacifista de Japón, impuesta tras la Segunda Guerra mundial. La constitución impide a Japón recurrir a la fuerza en disputas internacionales entre terceros (en este caso, EE UU y China).
Japón también ha presentado su capacidad para desarrollar una bomba nuclear en cuestión de meses como una línea roja frente a China. El empleo de esta amenaza, en un país que sufrió los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, y, más recientemente, el desastre de Fukushima, muestra el grado de inquietud que generan los avances de China.
A pesar de su empeño en contener a China, la estrategia de Abe, unida a su empeño de negar los crímenes cometidos Imperio japonés en la región, le han granjeado más enemigos que aliados. Aunque Abe ha establecido una relación cercana con el primer ministro indio, Narendra Modi, las relaciones con Corea del Sur –el puente natural entre China y el archipiélago japonés– pasan por horas bajas.