En julio de 2010, más de la mitad de los votantes en Estados Unidos consideraban que Barack Obama –que por entonces acumulaba año y medio en el cargo– era un socialista radical. Poco importaba que hubiese presidido sobre un rescate del sector financiero y un plan de estímulo relativamente modesto. Para un porcentaje considerable de republicanos, el primer presidente negro era un antiamericano encubierto: además de detestar el capitalismo, podía ser musulmán y de origen keniano. Donald Trump, entonces dedicado a los reality shows, fue uno de los principales promotores de estas teorías conspirativas.
Resulta decepcionante pero irónico que, en plena era Trump, esté sucumbiendo a un conspiracionismo similar uno de los supuestos contrapesos al presidente: los votantes y medios progresistas. Desde finales de 2016, la obsesión de cadenas como MSNBC y periódicos como The Washington Post con la injerencia rusa en las elecciones presidenciales es constante y en ocasiones engañosa. La fijación con presentar a Trump como un títere del Kremlin, acompañada de vicios más tradicionales del sector –como la tendencia a alabar a cualquier presidente que emprende una intervención militar– aumentan las posibilidades de que el presidente cometa irresponsabilidades catastróficas.
El ejemplo más reciente es el de Siria, donde el 7 de abril un presunto ataque químico de las fuerzas de Bachar el Asad dejó 70 muertos en el suburbio damasceno de Duma. No faltan tertulianos y editoriales que, desde medios de centro o centro-izquierda, empujan a Trump a “hacer algo” –por lo general, realizar ataques militares– para solucionar la situación del país. Quienes manifiestan escepticismo son reaccionarios como Tucker Carlson, de Fox News, o la Alt-Right, extrema derecha cada vez más ninguneada por Trump. Una inversión del panorama político tradicional en EEUU, donde los republicanos acostumbraban a ser más intervencionistas que los demócratas.
Some premises:
1) Trump is controlled by Putin & is loyal to the Kremlin.
2) Trump is preparing to bomb Syria.
3) Anyone who opposes Trump's plans to bomb Syria is serving Russia.
These premises collapse unto themselves with the most minimal scrutiny.
— Glenn Greenwald (@ggreenwald) April 11, 2018
El caso de Siria no es nuevo. Hace exactamente un año, Trump ordenó el lanzamiento de 59 misiles Tomahawk sobre instalaciones militares del gobierno sirio. La decisión recibió un espaldarazo inmediato y entusiasta de los principales medios de comunicación del país. En esta ocasión, sin embargo, la situación es aun más volátil. En primer lugar, Trump cuenta con un gabinete mucho más agresivo que hace un año. La llegada del fundamentalista cristiano Mike Pompeo al departamento de Estado y el nombramiento John Bolton, neocon consumado, como asesor de Seguridad Nacional configuran una administración más afín a una política exterior belicista.
En segundo lugar, el cerco judicial del fiscal especial John Mueller desestabiliza constantemente a la administración. El 10 de abril ordenó registrar la oficina de Michael Cohen, abogado personal de Trump, sospechoso de obstruir la investigación de Mueller y haber entregado 130.000 dólares a una actriz porno, Stormy Daniels, que declara haber sido pagada para no revelar sus encuentros con el presidente. Aunque el caso de Daniels no está directamente vinculado a la trama de injerencia rusa que investiga Mueller, es posible que estos registros revelen más información sobre el caso. O que demuestren la implicación de Trump en tramas delictivas. Como señala The New York Times en un editorial reciente, “Trump ha pasado su carrera en compañía de empresarios inmobiliarios y celebrities, y también de estafadores, fraudes, tiburones, maleantes y ladrones”. Una investigación de su actividad profesional podría poner en peligro su presidencia.
Rodeado de republicanos neoconservadores y presionado por la intervención de Mueller, a Trump se le presenta una salida sencilla a su enésima crisis: bombardear Siria de nuevo. Es lo que parece decidido a hacer, a juzgar por su cancelación de un viaje a América Latina. EEUU contaría con apoyo militar de Francia, Reino Unido y Arabia Saudí.
En esta ocasión, la coyuntura diplomática es peor que en 2017. A la tensión creciente con Rusia en Siria (donde se han producido choques entre fuerzas rusas y estadounidenses) se añade una ronda de represalias diplomáticas entre ambos países. Trump también ha optado por enviar material militar letal al gobierno ucraniano, traspasando una línea que Obama mantuvo y generando una airada reacción en Moscú. También han empeorado las relaciones con Irán, que observa con alarma la ofensiva estadounidense contra el acuerdo nuclear y el apoyo incondicional de Trump a la política exterior saudí. A eso se añade un nuevo estallido en Gaza, donde el ejército israelí ha matado a docenas de manifestantes palestinos.
Como sucedió con el presunto socialismo de Obama, es improbable que estas acciones de Trump, más agresivas que las de su predecesor, sirvan para aplacar a sus críticos. Al contrario, muchos rizarán el rizo para explicar por qué, pese a todo, el presidente estadounidense continua siendo una marioneta de Vladimir Putin. El día en que un demócrata suceda a Trump en la Casa Blanca, se verá obligado a tomar una línea irreflexivamente dura frente a Rusia simplemente para mantener coherencia con esta narrativa.
El conflicto sirio parece llamado a servir nuevamente como distracción de los problemas de Trump, pero no es el único candidato. Además de tensar la cuerda con Irán y Rusia, EEUU mantiene un enfrentamiento sin precedentes con Corea del Norte y está en proceso de emprender una guerra comercial con China. Las opciones de Trump para superar crisis domésticas generando crisis internacionales son múltiples.